Columnistas
Decencia pública
Cali fue un caso particularmente dramático. Después de vivir los 4 peores años de su historia, supo reaccionar...
La corrupción y el desprestigio, se han convertido en la marca de los políticos, lo que ha llevado a una peligrosa generalización. Si todos son una porquería que solo busca enriquecerse a costa del esfuerzo de quienes trabajamos, se genera desinterés y se cierra el círculo del control de lo público por ladrones. El clientelismo y la compra de votos ayuda a que un grupo que controla un 20 a 30 % de la votación, se perpetúe en el poder, gracias a una abstención del 50 %.
Cuando los corruptos se perpetúan, se vuelven cada vez más descarados y logran extender sus tentáculos a los frondosos entes de control. Las ciudades, las regiones, los países se van hundiendo cada vez más hondo en un espeso fango del que parece imposible salir, hasta que surgen líderes que logran sacudir la conciencia de los votantes. Es lo que sucedió en las pasadas elecciones de Alcaldes en las 5 principales ciudades de Colombia.
Cali fue un caso particularmente dramático. Después de vivir los 4 peores años de su historia, supo reaccionar y eligió un alcalde que no solo está blindado contra la corrupción, sino que tiene el conocimiento para gerenciar una ciudad. Pero la labor es larga y dispendiosa. Mucha gente se imagina la corrupción restringida a unos cuantos políticos. Cuando lleva años, son cientos de funcionarios llenos de mañas y vicios. Corregirlos en pocos meses requiere de un esfuerzo enorme para armar un equipo que se integre a la mística de servir a la comunidad. Aparecen cientos de afectados, que patalean con toda clase de recursos para tratar de preservar sus torcidos privilegios. También hay cientos de abogados dispuestos a demandar a quienes quieren hacer la limpieza y proteger a quienes han envilecido la política.
Los que nunca hemos participado en contratos y componendas con el Estado, debemos apreciar el esfuerzo de quienes están dispuestos a dejar sus vidas tranquilas y organizadas en el sector privado para tratar de sobrevivir en una cueva de víboras.
Que personas como Alejandro Eder y Alberto Hadad, y seguramente muchas otras cuya historia debería promoverse, dediquen tanto esfuerzo e interés por manejar lo público con honestidad, asumiendo riesgos, persecución y odios, tiene que generar admiración y reconocimiento. Solo así, se podrán motivar a nuevas generaciones a ver lo público con decencia e involucrarse.
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