Columnistas
Criminalidad internacional
Más allá del encuentro, quisiera reflexionar sobre cuatro aspectos que me llamaron la atención...

23 de jul de 2025, 02:25 a. m.
Actualizado el 23 de jul de 2025, 02:25 a. m.
La semana pasada fui invitado a la ciudad de Palermo (Italia) por parte del fiscal antimafia Giovanni Melillo e IILA (Organizzatione Internazionale Itialo-Latino Americana) para participar en un foro sobre criminalidad transnacional en homenaje a dos jueces y magistrados asesinados por la Cosa Nostra, Giovanni Falcone y Paolo Borsellino.
En el evento pude reencontrarme con algunos de mis colegas de Ecuador, Argentina, Chile, Perú, Brasil, y algunos jueces y fiscales de varios países europeos y latinoamericanos con quienes trabajé de la mano cuando estuve al frente de la Fiscalía General de Colombia y cuando presidí la Asociación Iberoamericana de Ministerios Públicos.
Pero más allá del encuentro quisiera reflexionar sobre cuatro aspectos que me llamaron la atención. En primer lugar, la obsesión en la capital de Sicilia sobre las víctimas de la violencia y no sobre los victimarios. Toda la ciudad gira en torno a Falcone, Borsellino y otros más como Cesare Terranova o Rocco Chinnici.
En las librerías pululan los textos sobre el rol de la Justicia en esa lucha, como el nuevo libro del valiente escritor Roberto Saviano, ‘Solo è il coraggio’; el de Francesco La Licata, ‘Storia de Giovanni Falcone’; o el maravilloso compendio de entrevistas del juez sacrificado con Marcelle Padovani, entre muchos otros.
Este ambiente lo contrasté con lo que hemos vivido en Colombia, donde los victimarios son los actores sociales por excelencia. La sublimación de criminales como Pablo Escobar, los Rodríguez Orejuela, Lehder, los líderes guerrilleros del M-19, las Farc, los paramilitares y tantos otros, nos hace preguntar por qué en Colombia es más importante el victimario que la víctima. Todo esto demuestra la patología social que vivimos.
En segundo término, la magnificación de la violencia de los victimarios mina las instituciones y las democracias. Colombia ha sido víctima de esto en estos tres años de gobierno, donde se han presentado ya dos iniciativas para indultar y amnistiar a los criminales para sacarlos de la cárcel. No avanza una sociedad donde el ejemplo es el crimen y donde se premia y justifica el delito y la delincuencia.
En tercer lugar, queda en evidencia cómo el narcotráfico se ha convertido en una amenaza a la estabilidad democrática en América Latina. Aumento de la criminalidad, destrucción social, deterioro de la juventud y pérdida de valor de nuestras instituciones. Desde Canadá hasta Chile se ha venido paulatinamente afectando la sociabilidad en la región. Desde las drogas sintéticas hasta drogas como el fentanilo, la cocaína o la heroína, son parte de la lucha de las instituciones. Con ese crimen nada es sencillo, el flujo de recursos hace que se utilicen todo tipo de mecanismos para permear las instituciones y afectar la democracia.
Por último, el aumento de la violencia en nuestra región. No olvidemos que en América Latina se cometieron en el 2024, 121.695 muertes violentas, es decir, 20 por cada 100.000 habitantes. Países como Ecuador, Colombia, Honduras y México tienen las tasas de homicidio por cada 100.000 habitantes más altas de la región. El caso de Ecuador es emblemático. En 25 años pasó de tener tasas de homicidio del 7 % por 100.000 habitantes a 45 por 100.000. La razón: el crimen organizado y el narcotráfico no fue combatido por los gobiernos y se multiplicó.
Ante esta realidad, no nos queda más que luchar contra la mentalidad criminal en la región, fortalecer la Justicia y las instituciones, cooperar con nuestros aliados, entender los fenómenos criminales que implican no solamente la aplicación de normas penales, sino a la persecución de los bienes y elegir bien a nuestras autoridades. De eso depende nuestro destino.