Columnista

¿Y los drusos, Petro?

Mientras Petro posa de defensor de los oprimidos, las minorías reales que sufren en Medio Oriente siguen sin voz.

David Rosenthal
David Rosenthal. Columnista | Foto: El País

24 de jul de 2025, 03:25 a. m.

Actualizado el 24 de jul de 2025, 03:25 a. m.

El gobierno colombiano, bajo el mando de Gustavo Petro, organizó en Bogotá una cumbre que no fue más que un acto simbólico de hostilidad contra Israel. Pero, mientras tanto, las verdaderas minorías perseguidas en Medio Oriente, como los drusos en Siria, siguen sin recibir atención ni solidaridad.

El pasado 15 de julio, Bogotá fue escenario de la llamada ‘Conferencia Ministerial de Emergencia sobre Palestina’, impulsada por el gobierno de Petro y Sudáfrica. Anunciada con pretensiones de ética global, el evento terminó siendo un festival de retórica vacía, narrativa ideológica y una peligrosa banalización de conceptos como genocidio o apartheid.

La estrella fue Francesca Albanese, relatora especial de la ONU para Palestina, sancionada por Estados Unidos por declaraciones antisemitas y parcialidad extrema. En Colombia, fue aclamada como una heroína. Su discurso acusó a Israel de todos los males imaginables, mientras omitía el atentado del 7 de octubre de 2023, la masacre de civiles israelíes y los túneles de Hamás bajo hospitales y jardines infantiles. Ni una palabra sobre los rehenes que siguen desaparecidos. Para ella, y para muchos de los presentes, la violencia solo tiene un rostro: Israel.

Pero lo más grave no fue lo dicho, sino lo callado. El silencio frente a crímenes reales y actuales, como los que sufre la minoría drusa en Siria, perseguida y desplazada por el régimen de Bashar al-Ásad, aliado de Irán, Hezbollah y Moscú. ¿Dónde están las conferencias de emergencia por ellos? ¿Por los yazidíes, kurdos, cristianos orientales?

Los drusos, concentrados en regiones como Sweida, han resistido tanto al autoritarismo del régimen como al extremismo islamista. Son una comunidad que apuesta por la educación, la autonomía y la moderación. Pero no encajan en el relato binario que necesita Petro: un relato donde Israel es siempre el opresor y todos los demás, víctimas inmaculadas.

Paradójicamente, en Israel los drusos viven una realidad muy distinta: sirven en el ejército, participan en el Parlamento, tienen jueces en la Corte Suprema y muchos se identifican como sionistas. Son ciudadanos plenos en la única democracia funcional de Medio Oriente. Su existencia desmonta, por sí sola, el mito del ‘apartheid israelí’. Pero claro, eso no interesa a quienes ya decidieron que la verdad es un estorbo.

La cumbre de Bogotá no fue diplomacia, fue propaganda. Una cruzada simbólica impulsada por un gobierno que se ha ido alejando de la democracia liberal y acercando peligrosamente a regímenes que persiguen, encarcelan o eliminan a sus disidentes. Israel, con todos sus defectos, sigue siendo el blanco favorito porque expone las contradicciones de quienes dicen defender derechos humanos, pero callan ante la barbarie.

Mientras Petro posa de defensor de los oprimidos, las minorías reales que sufren en Medio Oriente siguen sin voz. Porque su dolor no sirve al guion. Porque no son útiles en la batalla ideológica que libran quienes confunden diplomacia con activismo sectario.

En ese escenario, Petro no actúa como jefe de Estado. Actúa como propagandista. Y lo hace no para buscar soluciones reales, sino para alimentar un relato donde solo hay espacio para una verdad, una víctima, un enemigo. Y todo lo que no encaje, como los drusos, simplemente no existe.

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