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Columnista

Colombia bajo asedio

Los colombianos viven entre el miedo y el abandono. No denuncian, no acuden a la justicia, no esperan respuesta del Gobierno Nacional.

Gabriel Velasco Ocampo
Gabriel Velasco Ocampo | Foto: El País

1 de may de 2025, 03:10 a. m.

Actualizado el 1 de may de 2025, 03:10 a. m.

Mientras el Gobierno firma acuerdos de papel, los colombianos sufren. Mientras en los micrófonos se habla de normalización del conflicto, en las calles los colombianos lloramos a nuestros soldados y a nuestros policías. Nos toca ver cómo revientan los CAI en nuestras ciudades. Nos toca ver cómo explotan carros bomba en los caminos por donde se transita a diario. Nos toca ver cómo padres sepultan a sus hijos en pueblos donde el Estado solo existe en las palabras de los discursos.

El tema es crítico. Estamos bajo asedio. Basta repasar lo que vivimos en apenas unas semanas. El 6 de marzo, 28 soldados son secuestrados en El Plateado, Cauca. El 12, una granada arrasa un barrio popular en pleno centro de Bogotá. El 28, el Cauca sufre ocho ataques simultáneos. El 17 de abril, un carro bomba sacude Mondomo. Dos días después, otra bomba en La Plata hiere a decenas, incluidos niños. El 24, una volqueta cargada de explosivos aparece en Palmira. El 25, un CAI vuela en Cali. El 28, siete soldados son asesinados en Guaviare y cinco más secuestrados. Esto no es el pasado: es el presente que seguimos padeciendo.

No es casualidad dónde golpean, ni quiénes lo hacen. Las disidencias de las Farc, el Eln, el Clan del Golfo y las bandas de microtráfico no pelean por ideales: pelean por dinero, rutas y poder. Los explosivos estallan en el Valle, en el Cauca, en el Catatumbo: zonas donde se trafica cocaína, donde se explota oro ilegal, donde las rentas del crimen son más estables que el propio Estado.

Mientras esos grupos avanzan, el Estado retrocede. Y el Gobierno insiste en vendernos la ilusión de la ‘paz total’. Se firmaron ceses al fuego. Se organizaron mesas de diálogo. Se ofrecieron treguas. ¿El resultado? Más bombas, más extorsión, más territorio fuera del control institucional. Cada día que pasa, la geografía del país se pinta menos de instituciones y más de miedo.

En muchas regiones, los colombianos viven entre el miedo y el abandono. No denuncian, no acuden a la justicia, no esperan respuesta del Gobierno Nacional. Aprendieron a sobrevivir en silencio, a convivir con la amenaza. Esa es una de las derrotas más profundas: cuando el ciudadano siente que está solo, que la violencia manda y que el Estado —el que debería protegerlo— permanece lejos.

La ‘paz total’ no fue una estrategia: fue una claudicación. Se entregaron corredores estratégicos. Se fortalecieron estructuras criminales. Se confundió la esperanza legítima de la ciudadanía con una política de ilusiones irresponsables.

Hoy, mientras el narcotráfico sigue fluyendo, la minería ilegal arrasa montañas enteras y muchas familias viven bajo amenaza, el Gobierno Nacional continúa firmando acuerdos como si firmar fuera gobernar.

Cada atentado nos recuerda lo que muchos advertimos desde el principio: No hay paz sin orden. No hay diálogo posible sin autoridad legítima. No hay reconciliación mientras los violentos imponen su ley sobre la vida de los colombianos.

Mientras ellos celebran la ‘paz total’ en comunicados oficiales, los colombianos recogemos a nuestros soldados asesinados. Mientras ellos hablan de avances, los colombianos vemos cómo se expande la mancha del crimen. Mientras ellos prometen que todo está bajo control, los colombianos vivimos cada día con menos Estado y más miedo.

La paz total avanza, dicen. Sí: avanza sobre las heridas de un país que aún resiste.

Prórroga: Felicitaciones al diario El País por sus primeros 75 años de información clara, independiente, veraz y responsable.

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