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Caminar

Cuando afán se tiene y se precisa de velocidad, caminar no es una opción.

Andrés Restrepo Gil
Andrés Restrepo Gil. | Foto: El País.

18 de may de 2025, 12:49 a. m.

Actualizado el 18 de may de 2025, 12:49 a. m.

Un sinnúmero de modificaciones tuvo que concretarse, tales como el ensanchamiento de la pelvis, el crecimiento de vértebras, la modificación de la dirección de las rodillas, para que hoy podamos caminar erguidos.

No cabe duda de que poder levantarnos sobre nuestros dos pies, liberar nuestras manos y dirigir la mirada al horizonte fue toda una hazaña evolutiva.

El bipedismo, esa capacidad de movernos con dos extremidades, es una forma de locomoción que compartimos los humanos con otros animales, como el avestruz, el canguro o la gallina.

Esta hazaña evolutiva, que nos llevó desde una postura encorvada, en la que se avanzaba con las cuatro extremidades, hasta una posición erguida para caminar con solo dos, se le atribuye a múltiples y muy diversos factores.

Para algunos, esta capacidad se explica en las exigencias de la sabana africana, esa llanura extensa que reclamaba mirar al horizonte para cazar y para no ser cazado.

Otros han explicado el bipedismo como una necesidad nutricional: puesto que los alimentos se hallaban en los árboles debíamos erguirnos para alcanzarlos y para comer.

Hay quienes incluso han sugerido que se trata de una necesidad biológica de seguridad y una estrategia natural de defensa.

Independiente de las razones que nos permitieron erguirnos, caminar es tanto una conquista biológica, como una conquista cognitiva. Un sinnúmero de pensadores ha explicado el origen de sus ideas con las caminatas que han realizado, concibiendo el hábito de caminar como un ejercicio cognitivo, fuente de sus mejores reflexiones.

Søren Kierkegaard, filósofo danés, afirmó que “mis pensamientos más fecundos los he tenido mientras caminaba, y jamás he encontrado un pensamiento demasiado pesado que el caminar no pudiera ahuyentar”.

Nietzsche, por su parte, sentenció que “no escribo solo con la mano: el pie siempre quiere escribir también. Firme, libre y valiente corre ya por el campo, ya por el papel”.

Así, Rousseau confiesa: “Nunca he pensado, ni existido, ni vivido tanto; nunca he sido tan yo mismo, por decirlo así, como en los viajes que he hecho solo y a pie”. Hay también en Sócrates, Aristóteles o Thoreau una deuda con el ejercicio primitivo de caminar.

Vivir en las grandes ciudades implica hacerse o utilizar un mecanismo que nos transporte más rápido, que nos ahorre tiempo y que no implique demasiado esfuerzo. Quienes se lo pueden permitir, prefieren el uso de los carros y de las motos, para recortar distancias y para ahorrar tiempo.

Las largas distancias, resultado del crecimiento de las ciudades, y la prisa para llegar al trabajo, así como la premura para volver de él, han hecho de las calles y las aceras pistas de una carrera, con sus cronómetros, sus carriles y su meta. Sin embargo, la velocidad no será nunca un logro de quien caminar desee.

Cuando afán se tiene y se precisa de velocidad, caminar no es una opción. Y quizá por ello, por su reticencia a los afanes, por renunciar a la velocidad, es que caminar sigue siendo una posibilidad para la reflexión pausada y una alternativa contra la premura.

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