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Del barrio Obrero a la 15…

Esta debe convertirse en un espacio turístico con potencia internacional, que permita atraer más visitantes extranjeros a nuestra ciudad.

Ossiel Villada Trejos
Ossiel Villada Trejos | Foto: El País

4 de jul de 2025, 03:45 a. m.

Actualizado el 4 de jul de 2025, 03:45 a. m.

Es una cuestión de tiempo. Entre tantos amores que se van y tantos dolores que se quedan, con el paso de los años uno vuelve a desandar los caminos que le fueron gratos.

Y entonces, ya sin la ansiedad ni el alboroto de la juventud, uno firma en silencio un pacto secreto con la nostalgia. Para soltar y recibir. Para perdonar y perdonarse. Para reafirmarse y recargarse. Para simplemente volver a levantarse.

Yo, por ejemplo, he debido registrar en mi balance reciente lo que Borges sentenció hace mucho tiempo de forma certera: “No hay otros paraísos que los paraísos perdidos”. Pero también, en los últimos meses, he logrado recuperar algunas calles, un par de viejos buenos amigos, unas cuantas esquinas nocturnas y dos o tres atardeceres milagrosos que me devolvieron de la muerte.

Y entre esos espacios rescatados para la memoria y el alma, tan comunes pero tan mágicos, el viejo barrio Obrero es uno de mis preferidos. Por alguna extraña razón, muchos caleños que no nacimos allí nos sentimos parte de él. A pesar del abandono en el que se le ha mantenido por décadas, su viejo espíritu de arrabal nos convoca, las carcajadas espumosas de sus vecinos nos llaman, su sempiterna vocación de amante nocturno nos seduce, el carnaval jubiloso de sus muertos que aún cantan nos reclama.

No podría ser de otra manera. El barrio Obrero nos conecta con varias de las raíces más profundas de nuestra identidad. Y es apenas lógico que sus memorias resuenen con el eco de un tambor dentro de cada uno de nosotros.

Fue allí donde empezó a construirse esa relación mística que el caleño sostiene con la salsa. La historia narra que desde sus inicios -por allá en 1919- el barrio fue poblado por gente de manos rudas y corazón grande. Obreros de la construcción, zapateros, talabarteros, artesanos y muchos empleados del Ferrocarril del Pacífico. Esa bestia ruidosa de metal, que contribuyó a forjar el desarrollo económico de la Colombia del Siglo XX terminaba su recorrido casi en los límites del Obrero, procedente del puerto de Buenaventura. Y a bordo de ella llegaban los discos de bolero, guaracha, mambo y son cubano, que después darían paso al fenómeno febril de la melomanía salsera y el coleccionismo en Cali.

En el Obrero surgió la ‘Sonora Juventud’, primera gran orquesta salsera de esta ciudad. Y sus calles forjaron las leyendas de ‘Piper Pimienta’ y ‘Tito Cortes’. No era ninguna casualidad que ‘El Jefe’, Daniel Santos, llegara siempre al barrio Obrero cuando venía a pasear su carcajada estruendosa por Cali.

Tampoco es gratuito que las historias apasionadas del América y el Deportivo Cali estén íntimamente ligadas a la historia del Obrero. Como lo está la literatura de Jotamario Arbeláez y Umberto Valverde, quienes nutrieron sus plumas con la sabia de sus calles.

Nuestro amor por el Obrero, entonces, no es coincidencia. Y por eso nos hace felices el proyecto que el alcalde Alejandro Eder acaba de poner en marcha para levantar allí la Ruta Cultural y Turística de la Salsa. Esta debe convertirse en un espacio turístico con potencia internacional, que permita atraer más visitantes extranjeros a nuestra ciudad. Como el ‘Caminito’ de Buenos Aires o la mítica playa de ‘Ipanema’ en Río.

Ya el hermoso ‘Museo de la Salsa’, del fotógrafo Carlos Molina, junto a otros espacios emblemáticos, han dado los primeros pasos en esa dirección. Y lo que esperamos ahora es tener un nuevo motivo para seguir cantando esa vieja canción que el maestro Willie Rosario hizo para una esquina de su natal Puerto Rico, pero que aquí asumimos como propia en una equivocación feliz: “Del barrio Obrero a La 15, un paso es...”.

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