Editorial
Tiempo para la diplomacia
En medio de las diferencias políticas existentes actualmente en Washington y Bogotá, ambos gobiernos deben mantener la estrecha cooperación que han desarrollado en temas como la seguridad y la estabilidad de la región...

4 de jul de 2025, 03:36 a. m.
Actualizado el 4 de jul de 2025, 03:36 a. m.
La renuncia de la Canciller, el enfrentamiento verbal con el Presidente de Francia y el llamado a consultas del Embajador de Estados Unidos tienen un punto en común: ponen sobre la mesa el manejo que el Gobierno Nacional le está dando a las relaciones internacionales.
En primer lugar, porque las demoras que se puedan registrar en el futuro en la expedición de los pasaportes, que fue lo que motivó la dimisión de Laura Sarabia, no solo representará múltiples dificultades para los nacionales que tengan urgencia de salir de Colombia, sino que traerá consecuencias para el relacionamiento comercial y turístico con varios países.
Pero mucho más grave que eso es que el Ministerio de Relaciones Exteriores no esté a cargo de una persona en propiedad en momentos en que el Ejecutivo enfrenta al menos dos situaciones que deberá manejar con prudencia, sino quiere perjudicar la cordialidad y la seriedad que, de tiempo atrás, ha caracterizado las relaciones del Estado colombiano con las naciones europeas y los Estados Unidos.
Es por eso que resulta por lo menos desafortunado el enfrentamiento verbal que tuvo lugar durante la reciente cumbre de la ONU entre el presidente Gustavo Petro y su homólogo francés, Emmanuel Macron, quien le reclamó al colombiano por insistir en una polarización entre el Sur y el Norte del mundo y terminó exigiéndole respeto.
Es válido que el Mandatario colombiano busque ser reconocido entre la comunidad internacional por temas como la lucha contra el cambio climático, pero otra cosa es no saber manejar la debida diplomacia en foros multilaterales como el realizado en Sevilla, España, donde la migración no estaba en la agenda.
Y precisamente sensatez y cautela es lo que deberá guiar el proceder del Gobierno Nacional en medio de la tensión en la que están las relaciones entre Colombia y Estados Unidos por cuenta del llamamiento a consultas de los respectivos embajadores, luego de que Washington diera el primer paso en ese sentido.
Que el Secretario de Estado haya tomado esa decisión “tras declaraciones infundadas y reprensibles de los más altos niveles del Gobierno de Colombia” debe ser motivo de análisis serio en la Casa de Nariño, porque lo que está en juego son décadas de un trabajo respetuoso entre ambos Estados, que precisamente han consolidado a nuestro país como el principal socio de EE. UU. en Suramérica.
Y lo propio corresponde tanto del Ejecutivo estadounidense como del Legislativo, porque no ayuda a la necesaria recomposición de las relaciones bilaterales el que congresistas de ese país tilden de matón y narcoterrorista a quien ostenta el primer cargo público de Colombia.
En medio de las diferencias políticas existentes actualmente en Washington y Bogotá, ambos gobiernos deben mantener la estrecha cooperación que han desarrollado en temas como la seguridad y la estabilidad de la región, así como en el intercambio comercial y la lucha contra el flagelo del narcotráfico.
Pero para lograr ese objetivo es imperativo que el Gobierno Petro sobreponga los principios universales de la diplomacia a la inclinación de escribir en un trino lo primero que se le ocurre.