Columnista
Árboles y peatones
Como dijo Ian Dutari, arquitecto y profesor, de Córdoba, Argentina, en el XIII Encuentro Internacional de Arquitectura de la Universidad del Valle, 2025, la arquitectura es un clima artificial, y por supuesto la ciudad también.

3 de jul de 2025, 03:16 a. m.
Actualizado el 3 de jul de 2025, 03:16 a. m.
Vale la pena recordar que los peatones son aquellas personas que caminan por los andenes de una vía, al lado de su calzada la que solo es para la circulación rodada; y que se encuentran situados junto a las fachadas o los antejardines de las edificaciones, y reservados sólo al tránsito de peatones (DLE) y en Cali muchos tienen bellos árboles, pero los que caminan por ellos no los pueden disfrutar ya que todo el tiempo tienen que mirar al suelo para no caerse en sus estrechos andenes a causa de sus desniveles, tropezaderos, pendientes, postes y obstáculos diversos que suelen tener los de esta ciudad sin andenes de verdad, o hacerlo por las calzadas atentos a los vehículos.
Debido a lo dicho fue que en la columna ‘Lo de ver de Cali’ o ‘Lo ver de Cali’, su título original, o ‘Lover de Cali’ como la leyó Víctor Concha, bugueño claro (El País, 26/06/2015) no se mencionó el poder disfrutar de los bellos árboles de esta ciudad sencillamente andando por los ‘andenes’ de sus calles, pero es que son una vergüenza que poco preocupa a las autoridades, como queda en evidencia ante las absurdas cebras para los cruces peatonales que están demarcando en las calzadas, exageradamente anchas y pasando por alto que más de la mitad son inútiles, ya que no están en línea con la circulación de los peatones, o terminan contra un muy alto sardinel o un muro.
Para arborizar más a Cali y considerando el cambio climático, lo procedente, además de sembrar más árboles en sus parques y zonas verdes, y hacer más zonas verdes y parques, es hacerlo adecuadamente en todas sus calles con las especies más indicadas según cada caso (raíces, tallo, ramas, hojas, flores) pero, por supuesto, primero hay que reconstruir muchos de los ‘andenes’ improvisados que existen y hacer muchos nuevos en donde no los hay, cuya ausencia se debe a que las ciudades coloniales no los tenían, y solo a inicios del Siglo XX se hicieron para proteger las fachadas y su uso no era parte de la cultura de sus nuevos habitantes de origen campesino.
Y para hacerlos bien hay que diseñarlos bien; es decir, considerando la movilidad por ellos por parte de los peatones; como igualmente los distintos sentidos viales de los carriles a cada lado de las calzadas, y las ciclovías; y los cruces peatonales, ya sean sencillos, con o sin semáforo, cebras y pasos pompeyanos. Es decir que se trata de un plan vial integral y no apenas vehicular, como muy equivocadamente se han hecho en Cali al no darle a los andenes la importancia que tienen; y que se entienda que son parte del espacio urbano público y no a la decisión de cada predio como si fueran de propiedad privada no pública, lo que suelen pasar por alto las autoridades.
Como dijo Ian Dutari, arquitecto y profesor, de Córdoba, Argentina, en el XIII Encuentro Internacional de Arquitectura de la Universidad del Valle, 2025, la arquitectura es un clima artificial, y por supuesto la ciudad también. Mientras que la arquitectura se inicia con la protección del fuego para habitar cerca a él, las ciudades en el nuevo mundo se comienzan limpiando un espacio en medio de la naturaleza al lado de un río o del mar, la Plaza Mayor, y la mayoría con muchos y diversos árboles alrededor a cuya sombra se vive, como Cali; y hay que aprender a mirar sus bellos árboles, incluso desde el MÍO como sugiere Juan Carlos Ponce de León, quien poco lo usa.
Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle. Ha sido docente en Cali en Univalle, la San Buenaventura y la Javeriana, y en el Taller Internacional de Cartagena, de los Andes, y continua siéndolo en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en El País desde 1998.