Columnista
El presidente que no fue
Todos los liberales deben de leer el magnífico libro de la doctora González...

3 de jul de 2025, 03:13 a. m.
Actualizado el 3 de jul de 2025, 03:13 a. m.
He leído todo lo que ha caído en mis manos sobre la política colombiana, especialmente en los 100 años transcurridos de 1925 hasta hoy.
Desde luego, el primer lugar lo ocupa ‘La violencia en Colombia’, texto publicado en 1964 con las firmas de Mgr. Germán Guzmán Campos, Eduardo Umaña Luna y Orlando Fals Borda, que es el recuento veraz de aquella época atroz de la orgía de sangre, orquestada desde la cúpula del poder.
A mi juicio, el más ilustre dirigente liberal de los primeros 50 años del Siglo XX -después de Rafael Uribe Uribe- fue Gabriel Turbay, hijo de migrantes libaneses, nacido en Bucaramanga en 1901. Cursó primaria y bachillerato en el Colegio San Pedro Claver de la capital santandereana, y siguió estudios de medicina en la Universidad Nacional de Bogotá, y su tesis de grado fue sobre el asma, enfermedad que padeció siempre.
Como mi padre fue uno de los dirigentes liberales vallecaucanos que se vincularon a la campaña presidencial de Gabriel Turbay, tuve el privilegio, siendo un chico de 10 años, de verlo en mi casa de Tuluá. De menuda figura, elegante en el vestir, orador facundo, el candidato liberal estaba llamado a ser presidente de la República en 1946 porque ya había sido escogido por la Convención Liberal reunida en el Teatro Colón en julio de 1945, con más de las dos terceras partes de los delegados.
Conozco varias biografías del prócer santandereano, pero ninguna mejor que la escrita por Olga L. González, titulada ‘El presidente que no fue: La historia silenciada de Gabriel Turbay’, que me obsequió mi querido amigo el exnotario Bernardo Vallejo, que capturó mi interés desde la primera hasta la última hoja.
Gabriel Turbay ocupó todos los cargos que nuestra democracia puede ofrecer: diputado a la Asamblea Departamental de Santander; representante a la Cámara, senador; ministro de Gobierno de Olaya Herrera; cuatro veces ministro de Relaciones Exteriores en los 16 años de la República Liberal; ministro plenipotenciario en Bélgica, Lima y en la Liga de las Naciones en Ginebra; embajador en Washington. Y artífice del triunfo liberal en 1930.
En este último cargo, Cordell Hull, secretario de Estado de Estados Unidos, dijo que el embajador de Colombia, Gabriel Turbay, era el más brillante diplomático acreditado en la capital norteamericana.
Ese prócer tan colombiano como el que más, al presentar su nombre como aspirante a la presidencia, se convirtió en blanco de la más agresiva campaña de odio, en la que se unieron el candidato liberal disidente Jorge Eliécer Gaitán y Laureano Gómez, al grito unánime de “Turco no”.
Ambos, Gaitán y Gómez, el uno en la plaza pública, y el otro en los editoriales de El Siglo, vociferaban que al poder no podía llegar “un extranjero”.
Lo que pretendía Gómez era crecer a Gaitán, y faltando solo un mes para la elección presidencial proclamó a su copartidario Mariano Ospina Pérez, quien se coló en medio de la división roja, estimulada por el expresidente liberal Alfonso López Pumarejo, quien al ser preguntado por el candidato de su preferencia, dijo: “voten por Gaitán o voten por Turbay; yo no votaré por ninguno de ellos”.
Turbay vaticinó lo que vendría: la violencia en su máxima expresión. Murió en París en noviembre de 1947. Fue un “pedazo de la entraña de la patria”.
Todos los liberales deben de leer el magnífico libro de la doctora González, para enterarse de aquella villanía contra uno de los más grandes líderes del Partido.
Abogado con 45 años de ejercicio profesional. Cargos: Alcalde de Tuluá, Senador y representante a la Cámara, Secretario de Gobierno y Secretario de Justicia del Valle. Director SAG del Valle. Columnista de El Pais desde 1977 hasta la fecha.