Columnista
Coherencia
Ser coherente no es vivir sin errores. Es estar dispuesto a verlos, reconocerlos y corregir el rumbo.

8 de jul de 2025, 02:28 a. m.
Actualizado el 8 de jul de 2025, 02:28 a. m.
Hay virtudes que hacen ruido como el carisma o la inteligencia. También hay otras que operan en silencio, pero son igual o más poderosas. Entre ellas, la coherencia. No suele estar en los titulares ni se enseña en la universidad, pero es lo que da profundidad a nuestras decisiones, solidez a nuestros vínculos y sentido a nuestra forma de estar en el mundo.
Actuar con coherencia no significa ser perfecto. Significa que lo que creemos, lo que decimos y lo que hacemos no viajan por caminos opuestos. Que si decimos que la familia es lo más importante, buscamos espacio para estar presentes. Que si defendemos la equidad, la practicamos también cuando nadie nos aplaude. Es ese alineamiento entre lo que somos por dentro y lo que proyectamos hacia afuera. Una brújula interna que nos orienta en medio de la presión, el ruido o la conveniencia.
La coherencia se manifiesta en elecciones cotidianas: cuando damos crédito a una idea que no fue nuestra, o cuando mantenemos una promesa aunque ya no nos convenga. También aparece al actuar con transparencia frente a un conflicto de interés o al tomar decisiones difíciles que priorizan lo correcto sobre lo popular. Son gestos silenciosos que revelan una ética vivida, no solo enunciada.
En 1957, el psicólogo Leon Festinger formuló la teoría de la disonancia cognitiva: cuando lo que hacemos contradice lo que creemos, se genera una tensión interna que nos incomoda. Esa disonancia puede llevarnos a justificar la contradicción o, si nos atrevemos, a transformarnos. En otras palabras, la incomodidad puede ser un espejo necesario.
En el mundo del liderazgo, esa tensión se vuelve aún más evidente. Brené Brown, investigadora y autora del libro Dare to Lead, sostiene que la verdadera fuerza de un líder no está en parecer invulnerable, sino en actuar desde sus valores, incluso cuando no es fácil. Menciona que: “La coherencia no se mide por lo que decimos cuando todo va bien, sino por cómo actuamos cuando estamos bajo presión”. Según Brown, cuando los líderes practican la coherencia emocional y relacional, crean culturas laborales más sanas, innovadoras y humanas.
Esta alineación entre valores y actos no es solo una construcción mental; su impacto es tan profundo que tiene un eco medible en nuestro propio cuerpo. Investigaciones del HeartMath Institute han demostrado que cuando nuestros pensamientos, emociones y ritmo cardíaco están alineados, tomamos mejores decisiones, reducimos el estrés y mejoramos nuestro bienestar general. A esto le denominan: “coherencia cardíaca”. Es decir, vivir de forma alineada también se siente bien. Literalmente.
No hay una fórmula mágica para la coherencia, pero se puede cultivar a partir de definir mis no negociables, iniciar con pequeños actos y aceptar las incongruencias como guía. Claro, no siempre es cómodo. A veces exige decir no cuando todos dicen sí. O elegir el camino largo cuando el atajo parece tentador. Pero quienes lo practican construyen una reputación que no necesita adornos; la de alguien confiable, íntegro, auténtico.
Ser coherente no es vivir sin errores. Es estar dispuesto a verlos, reconocerlos y corregir el rumbo. Es tener el coraje de no vivir en automático. Porque cuando actuamos desde esa fidelidad interna, construimos algo más grande que un discurso: construimos credibilidad, carácter y legado. Porque al final, no se trata de parecer. Se trata de ser.