Columnistas
Atravesamos por un mal tiempo
Un jefe de Estado debiera ser conciliatorio y gobernar para todos los ciudadanos, su empeño podría tolerarse, si además no pregonara un cambio, mayoritariamente rechazado, como se advierte en las encuestas de opinión
Así anuncian en los vuelos cuando van a producirse fuertes sacudidas de la nave en que viajamos, en razón de lo cual, nos exigen abrocharnos los cinturones para protegernos. Nos alertan, lo cual incrementa el nerviosismo de los pasajeros, en casos hasta el pánico, dependiendo de la severidad de los movimientos.
En materia política y económica algo parecido está ocurriendo hoy en día a los ciudadanos colombianos. La gran diferencia es que el actual gobierno tiene una duración de más de tres años. Nos invade una ola de incertidumbre sobre su comportamiento durante el tiempo que le resta y sus consecuencias.
Elegimos libremente un presidente, Gustavo Petro, con precaria mayoría y con síntomas narcisistas, pero lo elegimos. Oye pero no escucha; ni discierne, la opinión de los expertos. Se le ha insistido, por quienes más conocen sobre los temas, que sus proyectos de reforma pueden causar efectos nefastos al bienestar de los ciudadanos tal como están redactados.
Recientemente salió a la luz pública un escándalo que parece una telenovela, con más preguntas que respuestas, lo cual aumenta el nivel de la incertidumbre. Graves incógnitas se ciernen sobre la confianza que se le debe tener a quienes nos gobiernan.
Además, durante su mandato ha mentido cuando afirmó que nuestro sistema de salud es uno de los peores del mundo, o que aparecieron los niños de un avión siniestrado en la selva, o cuando en uno de sus tweets, para remachar sus afirmaciones, reprodujo una fotografía mostrando la precariedad de un hospital en Venezuela, como si fuese colombiano.
Otro síntoma de su narcisismo es llegar tarde con asiduidad a las reuniones, o no asistir a las convocadas con su presencia. El mensaje implícito de estas actuaciones demuestra que es presa de la arrogancia, destacando que su tiempo y su presencia tienen inmenso valor, y del resto no vale la pena.
Un jefe de Estado debiera ser conciliatorio y gobernar para todos los ciudadanos, su empeño podría tolerarse, si además no pregonara un cambio, mayoritariamente rechazado, como se advierte en las encuestas de opinión. Su proyecto de salud sería quizás el más cuestionado. Con la reforma laboral se pretende proteger a los trabajadores hoy más protegidos, los formales, a sabiendas de que se incrementaría la informalidad, causa primordial de que la mayoría de los trabajadores carezcan de seguridad social. Con la reforma pensional pretende repartir subsidios financiados con los ahorros de los cotizantes. Por el contrario, ha ignorado la pésima calidad de la enseñanza de los colegios públicos, tanto en primaria como en bachillerato, para no importunar a Fecode.
Nuestra esperanza está fincada en la operatividad institucional. La gobernabilidad no solo depende del Poder Ejecutivo, también existen los contrapesos en nuestro sistema judicial y en el congreso.
Se requiere paciencia y determinación para sobrellevar estas circunstancias. Sin dar el brazo a torcer, debemos aceptar que vivimos y queremos conservar nuestra democracia, el menos deficiente de los sistemas de gobierno, como lo afirmaba Winston Churchill.
En el pasado hemos sobrevivido circunstancias parecidas, como cuando se comprobó que desde el inicio de su mandato Ernesto Samper había recibido financiación del narcotráfico; hasta Estados Unidos le quitó la visa.