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15, 30, 40, juego…
Aunque mis encuentros con él fueron breves, bastaron para sembrar en mí un profundo amor por el tenis. Aún hoy, ese amor se manifiesta en la emoción que me producen los partidos transmitidos por televisión.
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4 de oct de 2025, 02:09 a. m.
Actualizado el 4 de oct de 2025, 02:09 a. m.
Tuve la fortuna, en los años ya lejanos de mi infancia, de recibir clases de tenis con uno de los grandes íconos de este deporte en Colombia: Heladio Calero. En las canchas del club San Fernando, Calero dejó una huella imborrable en generaciones de tenistas. Entre sus alumnos más destacados estuvieron figuras como Álvaro Carlos Jordán e Isabel Fernández de Soto, pero también muchos otros que, más allá de los logros deportivos, guardamos el recuerdo de su pasión por la raqueta y su calidez humana.
Aunque mis encuentros con él fueron breves, bastaron para sembrar en mí un profundo amor por el tenis. Aún hoy, ese amor se manifiesta en la emoción que me producen los partidos transmitidos por televisión. Sigo con especial entusiasmo la carrera del español Carlos Alcaraz, un jugador que combina potencia y sutileza con la naturalidad de una gacela. Su apellido resuena con fuerza, pero curiosamente su posible raíz etimológica —del árabe Al-Qaras, que significa ‘el cerezo’— sugiere una imagen más delicada, como esos golpes suaves a la red que lo distinguen.
Recientemente, me he detenido a pensar en un aspecto curioso del tenis: su sistema de puntuación. A diferencia de la mayoría de los deportes, en los que el conteo es lineal, el tenis se mide con cifras que, a primera vista, parecen arbitrarias: 15, 30, 40, juego. ¿Por qué este salto tan irregular?
Existen múltiples teorías sobre el origen de este sistema. Una de las más aceptadas vincula el conteo con el número 60, altamente simbólico durante la Edad Media. Según esta versión, un set de tenis representa un círculo completo de 360 grados, dividido en seis juegos. Cada juego, a su vez, estaría formado por cuatro segmentos de 15 grados: 15, 30, 45 (abreviado a 40 por motivos prácticos) y finalmente 60.
Otra teoría recurre a la astronomía: algunos jugadores del antiguo jeu de paume —antecesor del tenis moderno— eran aficionados a observar las estrellas. Se cree que el sextante, instrumento de navegación que mide ángulos de 15 en 15 grados, pudo haber inspirado este sistema.
También hay explicaciones más terrenales. Una de ellas apunta al uso de relojes con cuadrantes divididos en cuartos de 15 minutos, cuyos toques de campana podrían haber servido como una referencia para contar los puntos.
La teoría de la moneda, por su parte, se remonta a los siglos XVII y XVIII en Francia, cuando era común apostar durante los partidos. Por cada punto se apostaba un sou, equivalente a 15 deniers, lo que explicaría la progresión 15, 30, 45 y 60.
Por último, existe la hipótesis de las marcas del campo. En el jeu de paume, las canchas medían 60 metros, con 45 asignados a cada lado de la red, lo cual también podría haber influido en la forma en que se registraban los puntos.
Sea cual sea la verdadera explicación —si es que existe una sola—, el sistema de puntuación del tenis sigue siendo uno de sus elementos más distintivos. Y, al menos para mí, es también un recordatorio del encanto que rodea a este deporte, al que me acerqué de la mano de un maestro inolvidable.

Administrador de empresas, especialista en Mercadeo de la Icesi, trabajó como Presidente del Comité Permanente del Deporte de la Cámara de Comercio de Cali, ex Secretario del Deporte y la Recreación de Cali, fundador de Juancho Correlón, empresario.
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