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“Este es un barrio muy difícil para criar hijos”: madre de caleño capturado por magnicidio en Ecuador
Antes de terminar preso en Ecuador, Andrés Manuel Mosquera hacía parte de eventos culturales y programas de asistencia social. Integraba grupos de danza, era zanquero y podía escupir fuego por la boca como un artista de circo. También hizo parte de un semillero de boxeo.
Ante el silencio de todos, la alternativa de doña Diana es ver noticieros; esperar que en algún canal de televisión le entreguen nuevas noticias sobre lo que ha pasado con el caso que involucra de su hijo, o a través de su celular busca constantemente todo lo relacionado con el asesinato del candidato presidencial de Ecuador, Fernando Villavicencio.
Le duele cada vez que escucha o lee que el nombre de Andrés Manuel, el mayor de sus hijos, es mencionado como parte de una “banda internacional de sicarios” que llegó a Ecuador para cometer el magnicidio.
Porque el criminal del que hablan en el país vecino no es el mismo que recuerda como el niño cariñoso que siempre ha sido, el padre amoroso de dos niñas de 8 y 12 años de edad que debió dejar para ir a Ecuador a buscar un mejor futuro para ellas.
“El problema es que ellos allá pueden haber llegado como colombianos, pero es que donde ellos estaban era como una casa de inquilinato. Y lo que se ve es que cuando llegaron los policías allanaron y se llevaron a todo mundo. Pero mi hijo lo que tenía allá era apenas quince días de haber llegado”, intenta explicar Diana. “Para usted saber la seca y la meca como dicen, en quince días no aprenden. Él ni siquiera había salido nunca del país. Ahora están diciendo que estaba en venta de droga y todo eso, es difícil que todo eso ocurriera en quince días”.
Con Andrés Manuel, Diana, una mujer morena de apariencia fuerte y de rostro curtido por la lucha, aprendió a ser madre y a sufrir sin tregua, porque fue madre soltera. Por eso conoce mejor que nadie que la niñez de su hijo fue normal, dentro de lo que se pudo, pero fue difícil y con necesidades.
“Nosotros somos reubicados de la parte de la laguna del Pondaje, y cuando llegamos a Potrero Grande mis hijos estaban todavía muy pequeños y se criaron en este barrio, que la verdad ha sido un barrio difícil para criar hijos, pero gracias a Dios los he levantado como madre cabeza de hogar”, dice Diana con la mirada fija en un acuario donde dan vuelta varios peces rojos.
Sentía por eso una gran satisfacción cuando a Potrero Grande llegó una fundación llamada la Legión del Afecto y empezó a ver a su hijo y a sus amigos comprometidos con actividades culturales y esquivando un futuro que a veces parece ineludible.
Andrés Manuel expulsaba fuego por la boca como cualquier artista de circo; preparaba y hacía presentaciones de danza, y también le encantaba caminar montado sobre los zancos. De muchas de esas actividades conserva fotografías. Instantes de alegría.
“Lo que hacíamos en los programas de la Legión del Afecto en Potrero Grande era brindarles un soporte económico a mucho muchachos a cambio de que no se pararan en las esquinas, que interactuaran con toda la comunidad, y que enseñaran a otros lo que supieran porque son muchachos que están llenos de talentos y de conocimientos”, recuerda Claudia Florez, una cuyabra que junto a su hermano dirigían y coordinaban el programa.
La Legión del Afecto estuvo en Potrero Grande durante ocho años y entre sus proyectos estaba el de sacra a los jóvenes y llevarlos a distintos lugares del país para intercambiar esos saberes y “que con la mente despejada se olvidaran de hacer el mal”.
Luego que el programa terminó, el ocio y el tiempo libre pasaron factura en muchos de los jóvenes y el propio Andrés Manuel tuvo líos con la justicia al ser capturado por el delito de porte de armas y violencia contra servidor público. Un juez lo condenó y después de un tiempo terminó su condena bajo el amparo de la casa por cárcel.
“No supe qué quería ser mi hijo cuando niño porque nunca hablamos de futuro; porque es difícil soñar cuando se vive en estos barrios en los que no hay oportunidades. Solo sé que era muy bien estudiante y que era muy bueno para las matemáticas”.
También su hijo se había rebuscado en la construcción, lavando carros y por temporadas trabajaba con amigos comprando chatarra en los barrios para ir luego a revenderla.
La vida en Potrero Grande es como un combate que se libra a diario. Un día apareció un entrenador que instauró un semillero de boxeo. Entre esos púgiles estuvo también el hijo de doña Diana; que también se destacó como púgil.
En la mente tiene el momento en que se despidió de su hijo mayor cuando le dijo que se iba a Ecuador a trabajar, “a buscar oportunidades cortando caña, en la construcción o en lo que le apareciera”.
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