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Literatura

La novela ‘Las distancias’, del escritor Sergio Ocampo Madrid, narra la vida del hijo no reconocido por Luis Carlos Galán

En su nueva novela, Sergio Ocampo Madrid cuenta cómo fue la existencia secreta del hijo no reconocido por el líder político asesinado en 1989.

18 de julio de 2023 Por: Redacción El País
Sergio Ocampo Madrid
Sergio Ocampo Madrid. Su última novela se basa en hechos reales. | Foto: FCE

Por Juan Camilo Rincón, especial para El País

En su escuela rural, un niño de ocho años se rompe la cabeza para entender las matemáticas de grado primero. Años después se entera de que, mientras sufría para aprender, su papá era ministro de Educación e impulsaba importantes reformas para el sector.

La historia de Luis Alfonso Galán Corredor es narrada desde el afecto y sin sensacionalismos en ‘Las distancias’ (FCE, 2023), la nueva novela del periodista y escritor Sergio Ocampo Madrid. Con los recursos de la ficción y el tejido de “pensamientos, sensaciones, reflexiones, pruritos, silencios” que le permite el género, el autor recorre los días del hijo no reconocido de Luis Carlos Galán.

Aunque el excandidato a la presidencia asesinado en 1989 es el gran nombre detrás de esta historia, ‘Las distancias’ se nuclea en la figura de uno de sus hijos para narrar, a través de sus ojos, sus vacíos y preguntas, algunos fragmentos de la historia de un país violento, de arribismos y corrupción, donde también cabe la memoria que reivindica a nuestros héroes.

Sergio Ocampo Madrid
'Las distancias', novela publicada por el Fondo de Cultura Económica de México (FCE). | Foto: FCE

—'Las distancias’ está construida sobre hechos y personajes reales. ¿Cómo fue el proceso de investigación?

La novela se construye sobre una larga conversación con el protagonista en distintos ambientes y momentos de su vida: afuera de la casa de sus abuelos paternos en Rosales, en Bogotá; y con los maternos, en el barrio San José, extramuros de El Rosal (Cundinamarca). También en la escuela El Chiscal, de Nemocón, donde estudió la primaria, y en la finca La Argentina, en Subachoque, donde su abuelo era el capataz, su abuela cocinaba y lavaba ropa y él madrugaba a ordeñar vacas y a sembrar la tierra. Así com en su apartamento de hoy, con su familia, en Ciudadela Colsubsidio, un suburbio del occidente de Bogotá. Son alrededor de 50 horas de grabación, en algo parecido a una psicoterapia de reconstrucción de los recuerdos desde su infancia temprana hasta hoy.

—¿Por qué escogió esta historia y al hijo de Galán (Luis Alfonso) en particular?

Se trata de una historia poderosa, no solo con respecto a las experiencias vividas por el personaje, sino por la impresionante fuerza de los hechos y las circunstancias para representar en un solo personaje a la sociedad colombiana, la de la exclusión, del clasismo, la de los apellidos, de las periferias, la de las enormes distancias entre las condiciones de vida de la ciudad y las del campo, entre el norte y el sur de Bogotá, la de los esqueletos en el closet de las élites colombianas. En el fondo, es una novela profundamente sociológica, dolorosa y tierna, sobre un hombre colombiano con una condición bastante extraña: por el lado paterno su familia está plagada de ministros, embajadores, senadores, y por el materno, de celadores, obreros, empleadas domésticas y mensajeros.

—¿Conoció a Luis Carlos Galán? Si es así, cuéntenos cómo llegó a él.

Mi primer voto, al llegar a la mayoría de edad, fue por él; yo comenzaba universidad y él se lanzaba en rebelión contra el Partido Liberal y expulsaba a Pablo Escobar de su grupo. Luego, lo conocí personalmente cuando yo empezaba mi vida como periodista, y él culminaba la suya como político. Era precandidato del liberalismo a la presidencia y me asignaron cubrir su campaña electoral. Yo debí estar la noche del 18 de agosto del 89 en Soacha, cuando lo asesinaron, pero a última hora mis jefes decidieron que no fuera. Ya desde entonces me parecía un personaje fascinante con ese enorme arrojo de atreverse a retar al cartel de Medellín.

Luego de su muerte, se me convirtió en el personaje trágico por definición; uno al que la vida le había jugado una broma cruel porque le concedió todo lo que quiso desde los 27 años (el ministro más joven en la historia del país), luego embajador, después senador en el primer intento, y cuando se disponía a cobrar el premio mayor, a los 46 años, la vida le dijo un “no va más”. Adicional, un personaje atormentado y temeroso por un secreto que en el fondo nunca fue tan terrible, pero que en su lógica y su moral de clase media, él debió magnificar: haber tenido un hijo con la empleada del servicio cuando aún era un estudiante de universidad. Mire usted qué hermosa e incomprensible paradoja: el hombre que se enfrentó sin miedos a Pablo Escobar, se acojonaba ante el qué dirán de las élites colombianas.

Sergio Ocampo Madrid
Su primer libro se tituló 'A Larissa no le gustaban los Escargots'. | Foto: COLPRENSA

—¿Por qué decidió narrar la novela en primera persona, de una manera tan íntima?

Fue toda una decisión, luego de cavilar mucho y descubrir que en tercera persona no conseguía el desgarro interior, el dolor residual que acumula el personaje al tener un padre eminente y poderoso, pero sin poder contárselo a nadie. Un hombre con un padre que, además, vive donde viven los ricos, y va a ver a su hijo casi clandestinamente a los barrios periféricos donde lo ha puesto a vivir a él y a su mamá. Con un padre que siempre está ahí en lo económico, pero con una enorme distancia emocional y un gran miedo a involucrarse y explorar el vínculo filial. Un padre que le pospone por años darle el apellido y se va a la tumba sin hacerlo. El ejercicio psicológico logrado en las entrevistas de profundidad, conversaciones en realidad, me permitió asumir esa primera persona como propia. En psicoanálisis, inclusive, hay un término que define ese punto en el que terapeuta y paciente consiguen esa comprensión íntima y esa comunicación total. Es la famosa transferencia. Finalmente, puedo hablar hasta de un proceso catártico en Luis Alfonso Galán, pues gracias a las numerosas conversaciones, él termina de comprender a su padre, en lo público, en lo privado y hasta en lo espiritual y místico.

—¿Cómo trabajó las entrevistas y las conversaciones informales como insumo para crear los diálogos y narrar la historia?

Luis Alfonso resultó ser un gran narrador, en su oralidad, y entregó no solo anécdotas fascinantes, sino situaciones de un maravilloso simbolismo y de muchas resonancias semánticas. Eso me permitió trascender la simple anécdota y volverla alegoría. Es clave recabar en eso de que no se trató de simples entrevistas sino de conversaciones profundas, insisto, casi terapéuticas, y ahí me fue útil haber estudiado psicología, profesión que nunca ejercí, pero que me dejó una cierta impronta freudiana y algunas ideas de la Teoría General de Sistemas, que es la básica en terapia familiar. La historia estaba ahí porque era la vida de un ser humano con ciertas excepcionalidades, y con el ingrediente de ser parte indirecta, pero trascendental, de la historia oficial de este país. Había que estructurarla, y además de darle una prosa vigorosa, llenarla de imágenes.

—¿Cómo puso en diálogo la realidad y la ficción para escribir ‘Las distancias’?

Siempre tuve claro que quería hacer una novela, pero una de no ficción. El periodismo no me permitía contar la historia en la hondura de su aflicción, del abandono, desamparo, amor/desamor, rencor. En últimas, es la historia de la vida de un hombre, de cómo la recuerda, de cómo la evoca, de sus aspiraciones y ensoñaciones. Yo no necesitaba -y en realidad no quería- hablar con nadie más, y cruzar testimonios para sopesarlos y darles una versión neutral. No. Es la vida de él, la que fue, la que recuerda, y la que quisiera que hubiera sido. La enorme mayoría de los sucesos que se cuentan ocurrieron en la realidad, pero la ficción me permitió adosarle pensamientos, sensaciones, reflexiones, pruritos, silencios. El maravilloso recurso de los silencios que son casi la antípoda del periodismo, oficio para el que la textualidad, la evidencia y la literalidad son innegociables. La literatura me permitía eso sin afectar la no ficción de la novela.

—¿De qué manera trabajó a Galán como figura pública y, a la vez como padre y esposo, desde una esfera más íntima?

Luis Carlos Galán es un héroe de la democracia colombiana, y los héroes entran a la historia de un modo siempre falseado, sin bajezas, sin debilidades, sin humanidad. Los héroes no son humanos. Desde el principio, y por compromiso conmigo mismo y con su hijo (el protagonista de la novela), me fijé la intención de no dinamitar la imagen del personaje histórico, del hombre que fue determinante para contener a la mafia y evitar que Colombia se convirtiera en una narcodemocracia. En el transcurso de las conversaciones con Luis Alfonso, y de la escritura del libro, inclusive me llegó a aflorar un sentimiento de piedad por él, por Luis Carlos Galán, al intuir que además de su miedo por una sentencia de muerte que sabía inapelable, debía vivir su día a día con el terror de un secreto que podía acabar con su vida política, secreto que además dependía de una mujer analfabeta y de un muchacho campesino, y luego de barriada urbana, con el que había construido una relación de apoyo económico, de conversaciones sobre política y actualidad, pero siempre en una gran distancia emocional.

Al final de la novela descubrí algo que me dejó satisfecho y es que había logrado una doble reivindicación: la de la humanidad de un héroe, el prohombre con miedos, prejuicios, deficiencias, conflictos éticos, debilidades, y a quien la historia acogió como mártir y le borroneó cualquier lunar, y la del hijo anónimo, pedestre, cuya historia el país no quiso escuchar en su momento, y que se resignó a estar escondido, negado, y aun sin apellido por mucho, mucho tiempo.

Sergio Ocampo Madrid
Escritor y periodista antioqueño. | Foto: COLPRENSA

—¿Cómo construyó desde una mirada crítica la sociedad colombiana?

La intención de la novela es relatar los pormenores de una vida excepcional, por dura, por triste, por su fuerza poética, sin embargo son inevitables las conclusiones críticas sobre el personaje de Luis Carlos Galán, y mucho más allá sobre la forma en que nos hemos organizado como sociedad, con todas nuestras miserias. En ese sentido, la historia personal de Luis Alfonso es tan emblemática que solo contarla genera, aun sin buscarlo, una crítica a lo que somos y hemos sido como colectivo, como mentalidad, como espíritu. Sin duda hay cuestionamientos muy evidentes en la novela al clasismo, a la segregación, a la conciencia de castas, y más etéreos al machismo, al verticalismo de la visión patriarcal, a la instrumentalización de la mujer de la clase trabajadora, e incluso a la pobreza aprendida, esa predestinación a la inamovilidad en los estratos sociales.

Hay una imagen muy conmovedora alrededor de la exhibición del padre amortajado frente a un pueblo que no para de darse golpes de pecho. ¿Por qué cree usted que seguimos siendo un país donde las mismas historias se repiten, un país de arrepentimientos pasajeros?

Colombia es un país que no merece sus muertos, porque muchos de ellos han perdido la vida justo por creer que las cosas podían ser distintas, y tampoco merece sus vivos, porque muchos de ellos viven unas existencias plenas de un individualismo feroz, irreconciliable con cualquier proyecto público, con cualquier construcción colectiva. Somos una sociedad profundamente enferma, en guerra diaria consigo misma, y con un pronóstico cada vez peor.

—¿Por qué es importante escribir sobre Luis Carlos Galán hoy, 34 años después de su asesinato?

Es importante escribir sobre nuestra historia, no solo sobre Luis Carlos Galán. Y en este caso, una historia personal, oculta, mantenida en secreto, es parte fundamental y complementaria de una historia más general, es un anexo necesario a la historia oficial. Creo que para la historia colombiana, para la formación de una conciencia nacional, para la construcción de la verdad (un tema tan vigente en la agenda nacional hoy) también es clave conocer las facetas humanas de nuestras dirigencias con sus luces y sombras. Saber la verdad, ubicar el tamaño de nuestros líderes, debe redundar en disminuir prejuicios, combatir atavismos, abrir las puertas a la diversidad y la inclusión.

—¿Qué cree usted que nos permite o nos ofrece la literatura para conocer nuestra historia?

Nuestra narrativa histórica siempre se ha centrado en próceres, en grandes líderes, en las gestas que han encabezado y protagonizado los poderosos. Ahí están nuestros epítomes y héroes nacionales. A mí me gusta otro relato, el de la de la épica de la cotidianidad, de los anónimos, de los simples, de los que también construyen la historia y la cultura desde la lucha personal de sus vidas, los negados, invisibilizados, los NN, y no solo por razones sociales o económicas, sino por la adversidad de las limitaciones, de las minusvalías, de ser minorías o ser diferentes. Esos son mis verdaderos héroes, y a esos pocas veces se les ha reconocido su importante participación en la construcción de la historia. En la novela hay una reflexión muy bella sobre el ciclismo como metáfora del ser colombiano, de la obligación de muchos de tener que pedalear siempre cuesta arriba con el sueño de reivindicarse y llegar a “ser alguien”, y de hacerlo subido sobre una bicicleta.

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