Cultura
Amor en libertad, la tendencia, cada vez más común, entre las nuevas generaciones
Muchas parejas conviven porque quieren explorar la relación sin presiones, pero otras lo hacen como una manera de posponer decisiones difíciles. Psicólogas analizan.

En tiempos donde los contratos emocionales parecen estar en revisión constante, han surgido nuevas formas de relacionarse que desafían los modelos tradicionales de pareja. Cada vez es más común encontrar personas que comparten vivienda, rutinas e incluso proyectos de vida, sin reconocerse como una “pareja formal”. Son vínculos que se construyen desde la cotidianidad, pero que huyen de etiquetas como “matrimonio”.
Este fenómeno, en apariencia contradictorio, responde a una necesidad de libertad emocional y redefinición del compromiso, en medio de una generación que ha crecido viendo cómo muchos modelos afectivos anteriores se desgastaron en el intento de sostenerse a toda costa.
Para Paula Dávila, psicóloga clínica y terapeuta de pareja, esta nueva configuración relacional nace como respuesta directa a lo observado en generaciones anteriores. “Las nuevas generaciones tienen posturas que se han tomado precisamente por la observación de las formas anteriores de relación. Por ejemplo, las relaciones abiertas nacen de la necesidad de no engañar, de no mentir, de reconocer que la fidelidad no es natural, sino una decisión que a veces simplemente no queremos tomar. Lo mismo pasa con el compromiso, que se ha asociado a esos sacrificios, y a ese mantener esas relaciones que pasan por un ritual como el matrimonio, por un estatus que a la final no se ve respaldado por los actos, pero que, además, es incoherente en muchas de las formas que se plantea”, señala.

Dávila explica, además, que, muchas de estas relaciones no definidas escapan al compromiso como una forma de evitar la decepción o la frustración. “No definir la relación con una etiqueta, genera claramente menos responsabilidad. Viene ahora el tema de la responsabilidad afectiva, entonces le tienen aún más miedo al compromiso. Creemos falsamente que, si se habla desde el principio de no esperar nada, que se maten las expectativas, pues el otro no se va a defraudar”.
Ahora bien, añade Dávila, no ponerle nombre a la relación para no sentirse obligados, en la práctica, en la convivencia diaria, se traduce en ocasiones, en que las personas que pertenecen a un vínculo afectivo, terminan asumiendo roles, cuidando al otro, construyendo una conexión profunda, aunque esta no tenga un título marital.
Esta ambigüedad, sin embargo, no está exenta de riesgos. Para la terapeuta, el mayor problema de estos vínculos sin estatus claro es que suelen carecer de acuerdos iniciales sólidos, lo cual puede generar frustración o estancamiento emocional a lo largo del tiempo.

“Una persona que trae un nivel de temor hacia una relación, puede estar jugando en contra porque nunca se va a retar a asumir la responsabilidad ‘del paquete completo’”. Esa comodidad de no definir nada puede evitar que la relación evolucione. Se confunde libertad con evasión del compromiso. Y mientras tanto, se corre el riesgo de perder oportunidades de construir algo valioso con alguien que sí estaba dispuesto a apostar por una relación más clara.
“Siempre creemos que en el camino, las cosas van a ajustarse, que van a cambiar, a fluir, pero resulta que sí hay que tener unos pactos iniciales, y que hay una necesidad de saber que aquello que el otro quiere, coincide con lo que yo quiero”, resalta Dávila.
Desde otra perspectiva, la reconocida psicóloga y terapeuta Gloria Hurtado, ve en este tipo de vínculos una expresión de libertad afectiva y una evolución de la manera de amar.
“Lo primero que hay que aceptar es que esta es una nueva concepción del amor. Posiblemente, nos golpea muy duro porque lo comparamos con lo anterior y creemos que eso era perfecto. Pero ellos —las nuevas generaciones— quieren libertad: te amo, pero no me amarres. Me acompañas, pero no me controlas”, afirma.
Hurtado destaca que estos vínculos, aunque menos estables en el tiempo, pueden ser más honestos. “El amor no es para toda la vida, esa es la mentira más grande que nos dañó. El verdadero amor es día a día, ‘solo por hoy’. Estamos juntos mientras haya amor, no porque nos obligue un contrato, hijos o la presión social”.
En ese sentido, la psicóloga subraya la necesidad de comunicación y acuerdos explícitos. “Es una concepción distinta de amar. Aunque, se corre el riesgo de que uno de los dos sufra más. Lo importante es hacer acuerdos: vamos a estar juntos mientras nos amemos, vamos a tener libertad de movimiento, pero lo vamos a hablar. Se necesita mucha comunicación y un mundo personal muy enriquecido”, concluye Hurtado.

Más allá de las etiquetas, la nueva forma de convivir
Ambas especialistas coinciden en que estas nuevas formas de amar exigen una madurez emocional importante. Requieren personas con un mundo interior sólido, capaces de sostener una relación sin garantías a futuro, pero también dispuestas a asumir las consecuencias de sus actos afectivos. Porque aunque no haya anillos ni promesas eternas, los vínculos por más libres que sean— también implican responsabilidades.
Así las cosas, hay que tener claro que en esta nueva forma de amor, lo que une una pareja no es la necesidad, sino el deseo de compartir. Eso implica un compromiso distinto: no desde la dependencia, sino desde la libertad y el respeto. Y es que, vivir juntos sin una etiqueta o compromiso legal no significa ausencia de amor o desinterés. Sin embargo, hay una diferencia entre vivir en libertad y evitar el compromiso por miedo. “Una relación que no va con la idea de que se va a tener cierto estatus, arranca sin brújula y eso puede hacer que realmente fracase”, Dávila.
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