Colombia
Indhyra Morales, la mujer que teje memoria desde el sur de Bolívar hasta Cartagena
Ella es la creadora de Indhyluna, la marca que transforma fibras naturales en piezas únicas que hablan de memoria, dignidad y resistencia.
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18 de nov de 2025, 06:00 p. m.
Actualizado el 18 de nov de 2025, 06:00 p. m.
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Desde el sur de Bolívar, entre la sombra de la violencia y la luz de un legado ancestral, Indhyra Morales de la Rosa convirtió el dolor en creación. Su historia es ejemplo para muchas mujeres que, como ella, han decidido transformar la violencia en esperanza.
No necesita alzar la voz para llenar un espacio. Su presencia es cálida y suave. Saluda con los brazos abiertos, acomoda telas y nudos con paciencia, como si cada turbante fuera una caricia a la memoria de su pueblo. Entre tejidos de fique y fibras naturales, en medio del eco de música que ambienta el Concierge Lounge del Hotel Intercontinental de Cartagena, cuenta su historia como quien teje: con firmeza, con calma, con alma.
“El momento más difícil fue enfrentar la violencia”, dice. Viene del sur de Bolívar, una región marcada por el oro, los cultivos ilícitos y el conflicto armado. “Hay cosas que no cuento del todo. Esa violencia nos marcó muchísimo, pero sé que también nos dio fuerza”. Porque en su vida, ser mujer ha sido sinónimo de resistir. Y su arte, un testimonio vivo de esa resistencia.
Su sonrisa a veces se apaga cuando recuerda a quienes ya no están. “No es fácil, me levanto y pienso en los que no volvieron”, dice con la voz quebrada. Pero se recompone: “Hay que honrar la memoria”. Esa palabra —resiliencia— es el hilo conductor de su historia.

Nació hace 38 años en un punto donde confluyen Antioquia, Santander y Bolívar. Creció viendo cómo las mujeres elaboraban turbantes para cargar el agua del río. Pero esos turbantes, descubrió, también hablan de duelos, de fiesta, de amor. Es un lenguaje no escrito, pero lleno de identidad: hay colores que dicen “estoy soltera” y flores que cuentan alegría. Ese idioma lo domina con fluidez y lo transmite con cada prenda que crea.
Fue víctima de desplazamiento forzado, pero carga consigo una herencia inquebrantable: el respeto por la vida y por la tradición, legado de su madre. “Mi mamá educó a muchas personas en los territorios. En honor a ella, con todo mi corazón, seguiré haciendo el bien”, dice, evocando a su mayor inspiración.
Hace más de dos décadas trabaja con las manos: teje, anuda, enseña. “No hago solo una figura, yo puedo hacer muchas”, comenta. La forma en que coloca los turbantes, cuidando cada pliegue y cada hebra, es un ritual. Uno que conserva viva una tradición afrodescendiente que resiste al paso del tiempo.
A través de su trabajo, no solo produce turbantes, bolsos y vestimenta: rescata tradiciones y convierte cada pieza en un acto de memoria. Sus diseños han cruzado fronteras: han sido presentados en pasarelas internacionales en Nueva York, África y Colombia. Incluso participó en la COP28 presentando una bolsa hecha con fibras naturales, como símbolo de su compromiso ambiental y cultural.
Más que una marca de moda, Indhyluna es un proyecto sostenible y social, un negocio verde con sello de paz. Allí se elaboran artesanías con algodón y con fique, una fibra ancestral en riesgo de desaparecer, que ella rescata con sabiduría y corazón. “Son 60 familias que trabajan conmigo”, cuenta con orgullo sobre ese tejido colectivo, que incluye a personas con discapacidad auditiva y migrantes.

Su marca también es una forma de reparación. Gracias al apoyo de la Unidad para las Víctimas, ha podido consolidar su emprendimiento y convertirlo en una ruta de vida para muchas mujeres.
Ha tocado puertas sin miedo: en universidades, institutos cámaras de comercio y otras entidades que le han brindado formación para impulsar proyecto. “Sigo educándome para aprender porque represento a Colombia, somos una marca país. Me gusta decir que soy de todo Colombia, me siento orgullosa de este país y donde voy no hablo de una sola región”, resalta.
Hoy lleva su técnica a cárceles femeninas, institutos o comunidades, donde enseña a quienes necesitan un oficio para dignificar su historia. Sus ojos brillan cuando habla de estos proyectos. En su voz vibra una semilla de justicia. “La idea es que personas de esas zonas, al igual que yo, tengamos esa luz para inspirar a otros”.
Entre historias, ajusta una flor de tela o saluda a quien se detiene a observar sus piezas. Bajo su presencia, el Concierge Lounge deja de ser solo un espacio de lujo: se convierte en una sala de memoria viva, donde cada visitante encuentra algo que lo conmueve.
“Quiero que me recuerden como alguien que trató bien a la gente. Que nunca le hice daño a nadie”. Y lo dice sin pretensión, porque su legado se siente: no solo en el diseño impecable de sus piezas, sino en la manera en que siembra amor y respeto en quienes la rodean.

Comunicadora social y periodista de la Universidad Autónoma de Occidente, con experiencia en medios digitales y en radio. En El País se desempeña como periodista multifuente desde el año 2022.
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