CHOCÓ
Durante una semana rendirán homenaje a las víctimas de masacre en Bojayá
El Gobierno entregará los restos identificados de los más de cien muertos que dejó la Masacre de Bojayá el 2 de mayo de 2002. Familiares y allegados preparan un acto simbólico para darles cristiana sepultura.
Doña Adelfa, quien es conocida en Bellavista (Chocó) por sus grandes conocimientos con las plantas medicinales, esperó 17 años con ansias la llegada de este día. Hoy volverá a reencontrarse con sus dos hermanos y al fin podrá enterrarlos “dignamente”.
La mujer de tez negra, ojos oscuros, dientes grandes y cabello negro, se preparó durante meses con 42 de sus compañeras que hacen parte del grupo Cantadores de Pogue y Voces de Resistencia, para cantar alabaos y chigualos a los más de cien muertos que dejó la Masacre de Bojayá el 2 de mayo de 2002.
El Gobierno les entregará, por fin, los restos identificados de sus seres amados. Con este acto, simbólico para ella, pretende que no solo sus parientes de sangre, sino también sus hermanos de tierra, descansen, pues considera que desde ese entonces “ni los vivos ni los muertos han tenido paz”.
Sentada en el parque central del pueblo cuenta su historia y recuerda los trágicos hechos:
“Los perros”. Es lo primero que dice mientras sostiene en el tiempo una mirada fría... “se comían los restos de mis hermanos”, prosigue, mientras recuerda que los enfrentamientos entre la entonces guerrilla de las Farc y las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), por controlar el río Atrato, no solo le arrebataron a dos de sus hermanos, sino que también le costó la pérdida de su oído izquierdo.
Entonces fue la detonación de una pipeta en la iglesia la que sacudió a Bojayá. Doña Adelfa relata que ese día el río estaba subido y ella lavaba ropa en la parte trasera de su casa junto a su mamá, “cuando de un momento a otro llegaron dos lanchas llenas de paramilitares”.
“Estaban marcados”, dice, refiriéndose a que llevaban un brazalete en el brazo derecho que decía: AUC. Los paramilitares, subalternos de Carlos Castaño, solían frecuentar la zona pero no arremeter en contra de la población civil. Sin embargo, lo que detonó todo, fue la presencia de las Farc en el sitio.
“Era una disputa de territorio”, relata, mientras se acomoda la blusa y trata de buscar una foto en su celular para mostrar cómo quedó la iglesia después de las pipetas. Aunque no encuentra la imagen en su dispositivo, se sabe que ese día el panorama era desolador:
“Habían cuerpos por doquier, las sillas del templo desaparecieron casi que en su totalidad, pero como si fuese una muestra celestial, en medio de las cenizas en que quedó la edificación religiosa, sobrevivió la imagen de Jesús, una estatua rota, sin sus extremidades, pero de pie”, anota la mujer al citar una suerte de metáfora de cómo deben sentirse los sobrevivientes a esa masacre: rotos, pero de pie.
Y así como la imagen del Jesucristo que se resistió a morir con las más de cien personas que cayeron ese fatídico jueves, los bojayaseños, entre ellos Adelfa, también se resistieron a dejar morir su esperanza de darle el último adiós a sus familiares, pues consideran que es un ciclo que aún no han podido cerrar porque los cuerpos todavía no descansan en la tierra que los vio nacer y también morir.
Después de una pausa, continúa: “Los perros se comían a la gente”, dice buscando con la mirada a su hija de al menos 12 años, “ella es la que sabe dónde está la foto, yo de tecnología no sé”, nunca pudo conseguir la fotografía, pero dice que la imagen la tiene en su memoria, “es un hecho que marcó a la gente en esa época”.
Los trágicos hechos
Una vez los paramilitares estuvieron en la cabecera municipal, los bojayaseños empezaron a correr para resguardarse. Algunos, como los hermanos de Adelfa, se fueron para la iglesia, pensando que por “ser la casa de Dios”, los subversivos respetarían el lugar y no atentarían en su contra. Otros más se resguardaron en la escuela del pueblo y en el convento.
Doña Adelfa, a quien se le debe repetir más de dos veces lo que se le pregunta, recuerda que detrás de la iglesia también habían miembros de las AUC. Se mezclaban entre la población para que no los alcanzaran las balas que volaban por los aires.
Llena de miedo por el infierno que se había desatado en la población de apenas 10.000 habitantes, la mujer corrió a su casa y se metió debajo de la cama.
“Todo ocurrió entre las 9:00 y las 11:00 de la mañana, que era un jueves. Pese a que la gente (unos 1500) clamaba por paz y salían corriendo de un lado a otro con pañuelos blancos para evitar ser alcanzados por las balas, muchos cayeron. Muchos de ellos menores de edad”, asegura.
Sobre las 10:30 sonó un fuerte estallido en la iglesia. Sabía que debía salir en busca de sus hermanos, pero también peligraba su vida, así que decidió quedarse allí, escondida, mientras el pueblo era destruido.
Entre el 3, 4 y 5 de mayo un viejo sepulturero del pueblo se metió a la iglesia para sacar los cuerpos. Contaron entre 80 a 100 personas. No podían saberlo a ciencia cierta porque los cadáveres estaban destruidos. De algunos vecinos de Bojayá se encontraron solo las extremidades.
Los restos fueron subidos a una lancha que los transportaba a Vigía del Fuerte (Antioquia), un corregimiento que recibió a sus hermanos del Atrato totalmente destrozados. No hubo espacio, ni tiempo, ni dinero para que los bojayaseños lloraran a sus muertos, y menos para que les rindieran unas honras fúnebres. Tan solo fueron metidos en una fosa común.
Bojayá es hoy en día un pueblo desolado, la maleza se comió las casas y la única edificación que está en pie es la iglesia, que restauraron en conmemoración a todas las víctimas.
Está cerrada, pero bien pintada y en la parte derecha hay un relato que dice: “Cuando viajamos por nuestro río, cuando caminamos por nuestro pueblo, cuando nos congregamos en este templo y recordamos el 2 de mayo de 2002, entonamos un canto de esperanza para que estos hechos no se repitan y podamos danzar con la alegría de vivir en un mundo sin violencia. En memoria de nuestros hermanos martirizados en este templo”.
Al lado de la iglesia, donde quedaba el colegio y donde también cayeron algunos, se siente un fuerte “olor a muerte”, el mismo que Adelfa sintió durante esos días de la masacre.
Los familiares de las víctimas están ubicados en Bellavista, que es como una segunda Bojayá. El renacimiento de la tragedia. Allí hay comunidad afro e indígenas emberas.
Semana de homenajes
Las ceremonias se serán del 11 al 15 de noviembre.
Los familiares recibirán en privado los restos de los fallecidos junto con explicaciones científicas de la Fiscalía, según la Unidad para las Víctimas del Gobierno colombiano y el Comité por los Derechos de las Víctimas de Bojayá.
La jornada del sábado 16 será dedicada a explicar a la comunidad los avances en las investigaciones de casos especiales y de los desaparecidos.
La despedida final será realizará el domingo 17 con una misa, tras lo cual tendrá lugar un acto público en el que se harán anuncios relacionados con las garantías efectivas de no repetición y la reubicación de la comunidad de Pogue, entre otros.
La noche del 17 al 18 se hará un velatorio con rezos y en la mañana siguiente se celebrará otra eucaristía que, una vez concluida, dará paso a una procesión hasta el cementerio donde los restos serán inhumados en un mausoleo con estructura de madera y bóvedas de mármol construido en homenaje a las víctimas.
El 19 de noviembre comenzará el novenario y durante esos días serán sembrados 100 árboles en memoria de las víctimas para que finalmente puedan descansar en paz.
Conmemoración y entierro
Los actos comenzarán este lunes las 11:00 a.m. con la llegada de los cofres al aeropuerto de Vigía del Fuerte, localidad vecina, situada en la margen derecha del río Atrato, en el departamento de Antioquia.
La comitiva que lleva los restos partirá de Medellín donde la Fiscalía terminó la tarea de identificar a los fallecidos que estaban en fosas comunes, un triunfo de los habitantes de Bojayá que en 2014 comenzaron a presionar al Gobierno con ese propósito.
Tras la llegada a Vigía del Fuerte, las comunidades de la zona harán un recorrido fluvial por el Atrato para trasladar los restos a la antigua Bellavista, un pueblo vecino a Bojayá a donde fue trasladada la administración local tras la matanza.
Por la tarde, algunas víctimas serán llevadas también por el Atrato al vecino caserío de Pogue, de donde eran oriundas.
Los homenajes continuarán la noche de hoy con una misa seguida de un ritual fúnebre con rezos y alabaos, cánticos de las comunidades negras de la zona.
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