Cali
Huertas comunitarias en Cali, el motor que fortalece el tejido social en barrios y colegios de la ciudad
Las huertas comunitarias en la ciudad se han convertido en una herramienta que fortalece la convivencia, el tejido social y contribuye a la seguridad alimentaria.

27 de jul de 2025, 03:35 p. m.
Actualizado el 27 de jul de 2025, 03:37 p. m.
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En Cali hay 362 huertas comunitarias y escolares que no solo producen alimentos, sino que también fortalecen el tejido social, promueven la educación ambiental y aportan a la seguridad alimentaria de la comunidad. Esto, según cifras del Grupo de Huertas Agroecológicas del Dagma.
Johanna Manzur, líder de Huertas del Dagma, explicó que estás iniciativas fomentan la participación activa de la ciudadanía, el trabajo colaborativo, el intercambio de saberes ancestrales y el arraigo territorial.
“Además, las huertas permiten que la comunidad se organice en torno a un propósito común, promoviendo la cohesión social, la confianza y el empoderamiento local. También se consolidan como escenarios vivos de educación ambiental, seguridad alimentaria y cuidado comunitario, especialmente en territorios con problemáticas sociales y ambientales”, dijo Manzur.

Un ejemplo de ello es la huerta comunitaria del bosque urbano Sendero Calima, ubicado en este ecobarrio del norte de la ciudad, el cual es protegido, desde hace cuatro años, por un grupo de líderes y lideresas que se han comprometido con la conservación de este importante ecosistema. Estás personas tienen formación en el Sena como técnicos en sistemas agropecuarios ecológicos, especializados en producción ecológica para la soberanía alimentaria.
El bosque urbano es fruto del trabajo colectivo y de la autogestión de los habitantes de la Comuna 4, especialmente de las familias fundadoras del barrio Calima, quienes desde 1963 iniciaron la siembra de los árboles que hoy conforman este espacio verde.
Gino Mauricio Pérez Cardona, líder socioambiental en el barrio Calima, contó que la huerta empezó después de la pandemia del Covid-19 y pasó de ser un proceso de gestión social a ser un trabajo cotidiano y sostenible.
“Hoy tenemos un componente agroecológico integral que cuenta con zona de siembra, semillero, biofábrica, captación de agua lluvia y transformación de residuos orgánicos”, explicó Pérez.
En la huerta además de sembrar plantas medicinales se cosechan hortalizas y musáceas. En el grupo de hortalizas se encuentra lechuga, apio, acelga, perejil, cilantro, espinaca, habichuela, frijol, maíz, ají, pepino, cúrcuma y jengibre. Dentro de las musáceas está el plátano, guineo y banano.
Los productos de la cosecha no se comercializan porque son de autoconsumo, principalmente para las personas que hacen la labranza de la huerta y lo demás se comparte con la comunidad de forma variada y equitativa.

En pro de ser sostenibles, los líderes implementaron dos estrategias que les permitiera mantener la huerta comunitaria. Una de ellas es la venta y comercialización de los bioinsumos para las huertas urbanas tales como son los bioabonos, bocashi (materia orgánica fermentada), compostaje, biofertilizantes y bioinsecticidas, todo esto a base de recursos naturales.
Y la segunda línea es el servicio de ecoturismo urbano y pedagógico que se le ofrece a la comunidad, a los colegios, a las universidades y a las organizaciones que quieran conocer esta zona verde. El dinero recolectado es para el sostenimiento de la huerta.
“Tenemos dos modalidades: una corta de cuatro horas que incluye un refrigerio y otra más extensa, de ocho horas, que tiene refrigerio y almuerzo. Nosotros les hacemos el recorrido, les damos talleres de agroecología y de relacionamiento amigable con la naturaleza. También hacemos avistamiento y reconocimiento de fauna y flora”, contó el líder ambiental.
El recorrido se hace en todo el polígono del bosque urbano, que es de casi dos hectáreas, de toda esta área, la huerta ocupa 900 metros.
Durante estos cuatro años, han tenido apoyos de diferentes organizaciones como el Dagma, ProPacífico, la Secretaría de Paz y Cultura Ciudadana, la CVC, el Sindicato Unitario Nacional de Trabajadores Estatales, Sunet, entre otras.
“Las huertas urbanas son unos espacios de cohesión, de reencuentro social, de reconstrucción de lazos comunitarios, que nos ayudan a unir esfuerzos para garantizar el uso adecuado de nuestros espacios, pero además de eso, lo más importante es que es una herramienta esencial para la recuperación del conocimiento y la cultura ancestral sobre la siembra de alimentos”, aseguró Pérez.

La fuerza huertera de la Comuna 18
300 hombres y mujeres, entre 45 y 75 años, dedican gran parte de su tiempo a la siembra y el cuidado de sus huertas caseras, una práctica que tomó fuerza durante la pandemia y que cuenta con el respaldo de la Fundación Club Campestre de Cali desde entonces.
Juliana Maya Zuluaga, directora ejecutiva de la fundación, expresó que el proceso ha sido largo, pero “con las huertas urbanas y a través de diferentes aliados que imparten talleres, fortalecemos el tejido social, promovemos la salud mental y de una u otra forma, estas actividades son una terapia para estas personas. También es una forma de mejorar la convivencia en los diferentes barrios”.
Esta red huertera ha logrado consolidar espacios de confianza y apoyo mutuo. Se reúnen dos veces por semana en el Parque Los Pinos, donde comparten experiencias, aprendizajes y reciben formación de diferentes organizaciones.
Esta formación les ha permitido no solo mejorar la productividad de sus cultivos, sino también fortalecer su autoestima y liderazgo comunitario.
El proceso ha sido largo y las huertas aún no dan cosechas para abastecer una familia completa, pero sí para generar un intercambio de semillas y saberes entre la comunidad. Los productos que más se siembran son la manzanilla, la albahaca, los tomates cherrys, más otras plantas curativas.
De hecho, Carmeli Torres Montaño, de 58 años, contó que la planta ‘Almadante’, de color rojo y hojas de forma de corazón, sirven para los nervios, el dolor en el pecho y para controlar la presión.
“Nosotros descubrimos esa mata, porque mi mamá es chola, es de una parte que se llama Saiga, entonces a los indios les gusta mucho curar con plantas, entonces ellos cogieron esa mata, la ensayaron y les fue bien con la enfermedad. Mi mamá toda la vida busca el Almadante porque le quita el gas, los nervios, el dolor en el pecho y le arregla el cuerpo a uno de una buena manera”, contó Torres.

La meta ahora es generar un envejecimiento saludable, explicó Zuluaga, a través de talleres de alimentación nutritiva en base a los alimentos que cosechan.
“Este proyecto les ha dado un propósito. Ellas se sienten útiles, valoradas, activas. Ha sido una forma de dignificar su tiempo y su rol en la comunidad”, afirmó Zuluaga.
Lo que comenzó como una alternativa solidaria en medio de la crisis sanitaria, hoy se ha transformado en una red comunitaria sólida, en la que se cultivan no solo alimentos, sino también vínculos, conocimientos y esperanza.