Cali
La familia argentina que convirtió un bus en su hogar y llegó a Cali con su sueño de recorrer América
En un rincón del Parque del Perro descansa Atahualpa, una autocaravana que desde hace cuatro años es el hogar de Gerardo, Florencia y sus tres hijos, con la que recorren el continente y quieren llegar a Alaska.
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20 de sept de 2025, 10:46 p. m.
Actualizado el 11 de oct de 2025, 05:23 p. m.
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En el Parque del Perro, bajo la sombra de los árboles, tres niños corren y se persiguen. Rufino (10 años), Margarita (7) e Iruya (4) interrumpen a ratos la conversación con sus padres: se acercan, piden atención, reciben un “esperen un minuto” y vuelven a su juego.
A unos metros, el motorhome celeste y blanco —un Mercedes Benz 1114 de 1982— descansa como si también necesitara aire después de atravesar tantos países. Funciona con diésel y, sobre su techo, lleva paneles solares. En uno de sus costados flamea una hilera de banderas: Argentina, Paraguay, Brasil, Uruguay, Bolivia, Perú, Ecuador y, ahora, Colombia.

Sobre la mesa de centro del vehículo reposa un mate tibio, esperando a Gerardo Parra, de 40 años, y Florencia Belo, de 35, mientras cuentan su historia. Ambos llevan tatuadas unas alas y una cometa, símbolo compartido de un viaje que comenzó como una idea improbable y hoy es el modo en que viven.
Hace cuatro años emprendieron la ruta. Antes de salir, Gerardo trabajó durante 15 años en el sistema financiero, mientras que la más pequeña, Iruya, tenía apenas ocho meses. Desde entonces ha celebrado cada cumpleaños en un lugar distinto: el primero en Ushuaia, la ciudad más austral del mundo; el segundo en Iruya, un pequeño pueblo que le dio su nombre; el tercero en Montevideo y el cuarto en Lima.
“Era gerente de un banco. He tenido la suerte de estudiar bastante en esta vida, soy licenciado en Administración, tengo un par de posgrados y una diplomatura en Ciencias Políticas y Desarrollo Social, pero siempre tenía esa semilla en el corazón que me decía que había que salir atrás de ello”, recuerda Gera, como lo llama su esposa.
Flor, en cambio, trabajó durante 14 años en un hogar de tránsito para niños en San Pedro, Buenos Aires, donde crió y acompañó a pequeños que no podían vivir con sus familias. Esa experiencia la marcó profundamente, al punto de que hoy sueña con abrir su propio centro de acogida para la niñez.
La pareja se conoció precisamente en ese lugar, él como voluntario que hacía trucos de magia para los chicos y ella como presencia cotidiana. Allí comenzó su historia de amor y también la intuición de que había algo más grande esperándolos.
“Yo siempre sentía que los sueños son la razón de nuestra existencia”, explica Gerardo. “En esa vida de rutinas que hoy era igual que ayer, y lo peor, sabía que mañana iba a ser igual que hoy, ahí empecé a sentir un inconformismo.”
Flor lo cuenta con humor: “Estábamos en un cumpleaños de una amiga en un club y Gera levanta la copa y dice: ‘Vamos a brindar porque con Flor nos vamos a recorrer América’. Yo no entendía nada y todo el mundo empezó a aplaudir. Después me contó bien que ese era su sueño: poder vivir viajando”.
Esa noche nació el proyecto Alas por el Mundo. Vendieron todo: muebles, carro, bicicletas, y dedicaron dos años y medio a transformar el bus oxidado en Atahualpa, su casa con ruedas. Se llama como el último emperador inca o como Atahualpa Yupanqui, cantor argentino cuyo nombre en quechua significa “venir de lejos para narrar”.

“Tenemos una casa austera, sencilla, humilde, pero esta casa nos permite tener todos los días un patio diferente, conocer personas, probar comida distinta. Se puede vivir con poco”, afirma Gerardo. “Hoy nos regalamos cada instante, cada segundo a nuestros hijos. Nos sentimos millonarios, pero de la verdadera riqueza”
El viaje también es crianza. Sus hijos hacen homeschooling, una modalidad en la que estudian en casa con la ayuda de sus padres y el acompañamiento virtual de tutores. Aprenden matemáticas y lengua con cuadernos, pero también geografía recorriendo montañas.
No todo ha sido fácil. Han debido enfrentar carreteras duras, noches de incertidumbre, golpes mecánicos y la eterna pregunta de cómo sostenerse. El viaje se financia en parte con las redes sociales, donde miles de seguidores acompañan cada tramo, y en menor medida con las artesanías que elaboran y venden en cada parada: pulseras, collares, inciensos.
“No somos artesanos de feria”, aclara Flor. “Somos viajeros. Es un desafío, porque uno a veces saca cosas de adentro que no sabía que tenía: engarzar piedras, hacer collares, hacer aretes. El viaje te invita siempre a desafiarte.”
A veces alcanza justo, a veces no, pero siempre aparece la magia: un mecánico que cobra la mitad, un vecino que compra para ayudar, un desconocido que dona.
Ya han atravesado más de 500 ciudades. Han dormido frente al Salar de Uyuni bajo un cielo plagado de estrellas, se han maravillado con Machu Picchu, se han empapado con las cataratas de Iguazú y se han perdido en los paisajes de la Patagonia.
En Colombia han pasado por Ipiales y visitaron el santuario de Las Lajas, luego subieron por Popayán hasta llegar a Cali. Próximamente sueñan con recorrer el Eje Cafetero, Medellín, Cartagena y continuar hacia Centroamérica. Saben que no es posible hacerlo por carretera debido al tapón del Darién, así que evalúan cómo montar a Atahualpa en una embarcación para enviarlo y poder seguir el recorrido.

“Obvio que queremos llegar de Argentina a Alaska, unir todo el continente”, admite Gerardo. “Pero si no llegáramos, igual nos sentimos satisfechos, porque no creemos que la felicidad dependa de la llegada, sino del camino transcurrido.”
Flor insiste en que lo mejor no son los paisajes, sino las personas: “La gente nos recibe de una manera que muchas veces no lo podemos creer. No nos conocen, no nos vieron nunca en su vida y nos abren las puertas de su casa, nos invitan, nos comparten de lo suyo. Que el otro piense en nosotros, que se acuerde, muchas veces nos hacen parte de su familia, y eso es lo maravilloso y lo que se recontra valora de todos los países que hemos recorrido”.
“Dar a los demás es volar sin límites”, se lee en una frase pintada en el parachoques trasero de Atahualpa. Es la filosofía que los acompaña, junto con las alas que llevan tatuadas y el nombre del proyecto. Alas que no solo los llevan hacia el norte del continente, sino hacia una vida distinta, ligera, donde —como dice Gerardo— “cuando uno está liviano de equipaje, camina más rápido, hasta incluso puede correr, desplegar sus alas y volar”.
Están en el Parque del Perro, esperando que los caleños se acerquen, los saluden y conozcan un poco más de esta aventura sin fin. Por ahora, el patio de su casa es Cali. Y mañana será otro.


Periodista web en elpais.com.co, comunicador social y periodista, con énfasis en reportería para distintas fuentes de información.
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