VALLE

Sabores, saberes y resistencia: mujeres del Pacífico que transforman sus territorios

Cientos de familias afros e indígenas de cinco departamentos, entre ellos el Valle del Cauca, tienen hoy mejor calidad de vida, gracias a un proyecto implementado por la FAO y otras entidades aliadas.

La papa china, o malanga, es un tubérculo que nace en suelos húmedos del océano Pacífico. Actualmente, las integrantes de la Asociación Amucib la están dando a conocer también en forma de chips o snacks, lo que les permite conquistar nuevos mercados. Esa es una de las iniciativas impulsadas por la FAO en el país.
La papa china, o malanga, es un tubérculo que nace en suelos húmedos del océano Pacífico. Actualmente, las integrantes de la Asociación Amucib la están dando a conocer también en forma de chips o snacks, lo que les permite conquistar nuevos mercados. Esa es una de las iniciativas impulsadas por la FAO en el país. | Foto: Armando Rojas – Pacífico Biocultural

25 de sept de 2025, 09:16 p. m.

Actualizado el 26 de sept de 2025, 10:27 p. m.

Infaltable en las cocinas del Litoral Pacífico, la papa china se parece a la yuca en su forma y sabor. Es rica en proteínas, calcio, hierro y fósforo, y permite diversidad de preparaciones, como galletas, tortas, panes, cremas y sopas.

De la mano de integrantes de la Asociación de Mujeres Campesinas, Negras e Indígenas del Bajo Calima, Amucib, la malanga, otro de sus nombres, ahora también se puede degustar en forma de snacks, con lo que están conquistando nuevos mercados.

Integrantes de consejos comunitario como Bajo Mira y Frontera, en Nariño, transportaron las plántulas de mangle, en cuyas raíces se albergan especies como la pinagua, fundamentales  para la seguridad alimentaria de comunidades negras e indígenas del Pacífico.
Integrantes de consejos comunitario como Bajo Mira y Frontera, en Nariño, transportaron las plántulas de mangle, en cuyas raíces se albergan especies como la pinagua, fundamentales para la seguridad alimentaria de comunidades negras e indígenas del Pacífico. | Foto: Claudia Marcela Ayala - Pacífico Biocultural

“Bienvenidos a la planta de transformación de Las Comadres”, saluda Lucy Sánchez, la representante legal.

La sede está en Buenaventura, donde otra de las anfitrionas es Gloria Amparo Arboleda, la fundadora, y María Jenny Viáfara, quien impresiona a los visitantes con papa china rellena con pescado tollo.

Somos felices dando a conocer la otra cara del Pacífico, pues con esta labor obtenemos ingreso económico y generamos sentido de pertenencia por nuestra producción agrícola”, menciona Lucy.

Algunas de estas ‘comadres’ residen en el Bajo Calima. Allí cultivan y envían los bultos del producto a Buenaventura, atravesando el río Calima y pagando costosos transportes.

Amucib es una de las 27 líneas de negocios verdes que recibió apoyo, a través del proyecto Pacífico Biocultural, de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, FAO, (ver recuadro).

Gracias a dotaciones como molinos, hornos y utensilios de cocina, así como laboratorios para innovar en torta envichada, ravioles, pandebonos y brownies, este y otros emprendimientos con el tubérculo tuvieron un importante impulso.

Buenas nuevas también recibió el resguardo Unificado Embera Chami Río San Juan (Pueblo Rico, Risaralda), en la vereda Tuma Drua.

Allí, Francia Elena Giraldo Guasorna lidera la Asociación Weraducechikua, que traduce mujerespaneladlce, según describe quien obtuvo el premio Mujer Comfamiliar y mención de honor en la ceremonia Mujer Cafam, en 2022, gracias a su lucha por la equidad de género.

Entrenada para cultivar la tierra, recuerda que antes de recibir la ‘oruga’ (especie de motocarro), tenían que cargar hasta 500 kilos de caña en pesados canastos.

A esta ayuda se sumaron dotaciones como una planta de energía y pulverizadora de panela, así como otras 21 acciones que la FAO adelanta en regiones del Valle del Cauca, Cauca, Chocó, Risaralda y Nariño.

Comunidades empoderadas

“Me siento orgullosa y agradecida, como artesana de nuestras mayoras que tenían su actividad en la ‘tejura’, porque no sabía cómo hacer un abanico, un canasto”.

Las palabras son de Marisa Chiripua Moña, lideresa del resguardo Calle Santa Rosa, en Timbiquí, Cauca, el cual abarca 200 hectáreas donde se despliega el cultivo de tetera. Esta fibra ha tejido por generaciones historias de pujanza femenina.

Habitantes del Consejo Comunitario del río Cajambre, en zona rural de Buenaventura, pudieron posicionar su producto autóctono: naidí, también conocido como asaí, de gran utilidad en cosmética y alimentos, entre otros usos.
Habitantes del Consejo Comunitario del río Cajambre, en zona rural de Buenaventura, pudieron posicionar su producto autóctono: naidí, también conocido como asaí, de gran utilidad en cosmética y alimentos, entre otros usos. | Foto: Armando Rojas

“El tallo se deshilacha en luna menguante, para que no se pudra; se pone a secar y se tejen las fibras, haciendo trenzas y entrelazándolas”, explica Marisa, del pueblo Eperara Siapidara.

Sin duda, estas prácticas ancestrales son fundamentales en el manejo forestal, porque el sector sigue estando dominado por hombres, con una persistente brecha de género.

A estas mujeres se les apoyó en la restauración de 50 hectáreas de tetera, que incluyó recolección de semillas y fortalecimiento del sistema productivo, para garantizar la existencia de materia prima para sus obras de arte: cestos, abanicos, sombreros, entre otros.

Noticias alentadoras llegaron, esta vez, a Tadó, en el Chocó, a familias de Playa de Oro. Si bien suelen tener animales domésticos para consumo y comercio, “no contaban con registros, no sabían cuánto les costaba producir ni cómo hacerlo de manera técnica y ecológica”, explica Luis Mosquera, integrante del Consejo Comunitario Mayor del Alto San Juan, Asocasan.

Fue por ello que en este corregimiento se caracterizaron 118 de las llamadas Unidades Familiares Productivas Sostenibles, identificando cuatro modelos pecuarios, cinco agrícolas y otros de comercio y servicios.

“Se realizaron bitácoras para tener registros de la siembra, de las ventas y de costos de producción”, complementa el líder chocoano.

Los productores obtuvieron herramientas que facilitan el trabajo del agro, así como concentrado para sus animales y una máquina para que ellos mismos elaboren este alimento. Además, acordaron liberar áreas para la restauración del bosque y sembraron 2518 árboles, entre togo, ayaro, carrá y guamo.

Todas las acciones realizadas en los territorios fueron respetuosas de los conocimientos ancestrales de los pobladores, y ellos mismos eligieron en qué deseaban el apoyo.

Fue el caso de 54 familias del Alto Anchicayá (Dagua) que recibieron acompañamiento para diseñar su propio Plan de Etnodesarrollo, una hoja de ruta en la que participaron niños, jóvenes y adultos, y que permitió caracterizar el territorio para identificar necesidades en educación, salud e infraestructura, entre otras.

El objetivo es armonizar esta herramienta con instrumentos de planificación y ordenamiento municipal y departamental.

“Sin mangle no hay piangua”

Además de embellecer el paisaje costero y albergar grandes cantidades de carbono, los manglares guardan entre sus raíces cientos de camarones, jaibas, peces y moluscos.

La piangua, por ejemplo, representa seguridad alimentaria y recursos económicos para mujeres como Nancy Caicedo Arroyo, de la isla Punta Soldado, en Buenaventura.

Uno de los principales componentes de la alimentación, así como del sustento económico de las familias del Pacífico, es la piangua. De ahí la importancia de preservar los manglares, cuyas raíces son la sala cuna de estas y otras especies.
Uno de los principales componentes de la alimentación, así como del sustento económico de las familias del Pacífico es la piangua. De ahí la importancia de preservar los manglares, cuyas raíces son la sala cuna de estas y otras especies. | Foto: Biocomercio Sostenible

“Gracias a Dios, y a la piangua, he tenido el sustento para mis siete hijos”, afirma quien sale a recolectar estas conchas “con Guillermina, Jacinta, Oneida y Luz Dary”.

Pero clama por un “milagrito, porque ahora no tenemos ni un potrillo (canoa) para ir a pianguar; nos toca caminar por la playa, exponiéndonos a animales peligrosos. A veces nos coge el agua de la marea alta dentro de los esteros, Dios nos ampare”, refiere Nancy, quien tiene claro que “sin mangle no hay piangua”.

Debido a la erosión de algunos manglares, el Consejo Comunitario de este pueblo insular emprendió un proceso de restauración y conservaron de 40 hectáreas de estos ecosistemas, indica Lady Marlen Paz Quijano, profesional forestal del proyecto GEF Pacífico Biocultural.

Esta actividad albergó también a los consejos de Taparal Humanes, Mayorquín y Cajambre, con mangle nato, piñuelo, rojo y blanco.

Dichos procesos se extendieron al Consejo Comunitario Bajo Mira y Frontera, y al “Katsa su”, territorio del pueblo indígena Awá, ambos en Nariño. En este último eligieron especies emblemáticas para repoblar sus bosques, como la palma de chonta, con la que fabrican los bastones de mando de las autoridades indígenas.

Al destacar la articulación con las corporaciones autónomas regionales, entre ellas la CVC, la profesional se muestra optimista, porque “las comunidades continuarán sus prácticas ancestrales, que son claves para que estos ecosistemas se sigan conservando”.

“Anhelábamos fortalecer nuestra infraestructura”

A regiones como Venado Verde y San Cipriano (Buenaventura), y la Reserva Galápagos, entre El Cairo (Valle) y San José del Palmar (Chocó), llegaron iniciativas de turismo de naturaleza.

Gracias a ello, hoy se accede a una mejor oferta en la que se disfruta de noches apacibles en cabañas de madera inmersas en bosques, así como a espacios físicos renovados. Un referente de ello es la Reserva Natural de San Cipriano.

“Nuestro anhelo, como organización, era fortalecer la infraestructura”, asegura Lida Riascos, asesora de la fundación que lleva el nombre de la reserva.

Marisa Chiripua Moña es una de las mujeres del resguardo indígena Calle Santa Rosa, en Timbiquí, Cauca, que recibieron apoyo para la preservación de la fibra tetera, con la que elaboran vistosas artesanías.
Marisa Chiripua Moña es una de las mujeres del resguardo indígena Calle Santa Rosa, en Timbiquí, Cauca, que recibieron apoyo para la preservación de la fibra tetera, con la que elaboran vistosas artesanías. | Foto: Natalia Garzón / PUJ

Además de infraestructura, las acciones de turismo apoyaron el fortalecimiento de capacidades para la atención al viajero y la divulgación y el diseño de rutas turísticas.

A través de talleres y cursos, se reforzaron capacidades de gobernanza, liderazgo y de todas las temáticas que abordó el proyecto de la FAO, el cual benefició a 41.346 personas afro e indígenas.

Para Sandra Milena Riascos, una de las lideresas beneficiadas, “el conocimiento con el que quedamos es muy significativo, y lo mejor es que lo podemos replicar en nuestras comunidades”.

En todo el proceso la resiliencia se puso a prueba, especialmente cuando en algunos terruños se presentaron dificultades de orden público que impedían la interacción entre organizaciones comunitarias y funcionarios. “Sin embargo, tomamos medidas, manteníamos las actividades llevando a las comunidades a otros sitios para que no perdieran la esperanza ni decayeran anímicamente”, precisa Óscar Antonio Alzate Arbeláez, coordinador de Pacífico Biocultural.

A pie, en caballo o en mula; en embarcaciones por ríos como el Atrato, el San Juan, el Ríobravo, el Yurumanguí, el Saija y el Mira, hombres y mujeres se movilizaron más a menudo para cumplir su cita con el progreso en sus veredas. Otros surcaron las aguas del Pacífico, ese mar donde los pelícanos se zambullen en picada para atrapar su menú diario de peces. Ellos sí que tienen garantizada la seguridad alimentaria en esta vasta región, una de las más biodiversas del planeta.

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