Política
Opinión: El insulto y la agresión como estrategia
En un año electoral, el insulto degrada el debate público y profundiza la polarización.

Por María Alejandra Arboleda, consultora en comunicación política.
Cuando el presidente Gustavo Petro llama “mucho hp” al Presidente del Senado, y el Ministro de Salud insulta públicamente a una funcionaria, no estamos frente a simples groserías dichas en un momento de rabia. Estamos ante una forma de ejercer el poder. El insulto se convierte en estrategia política y la agresión verbal en una herramienta de gobierno. No es accidental.
En política, las palabras también crean realidades. Cuando los líderes recurren al insulto, no solo atacan a una persona, debilitan la legitimidad de las instituciones, incitan al odio y deterioran la democracia. El mensaje que transmiten es claro: en lugar de argumentos, gritos; en lugar de diálogo, confrontación.
La discusión no es moralista. Se trata del respeto a la democracia. Quien ocupa la Casa de Nariño representa a toda la nación. No solo a su movimiento político o a sus bases más radicalizadas. Como advirtió el excanciller Álvaro Leyva en su carta, “ese no es el rol de un presidente”.

El problema se agrava en un año electoral. El insulto no solo degrada el debate público, también profundiza la polarización, aumenta la desconfianza en las instituciones y pone en riesgo la estabilidad democrática. Si desde el poder se siembra odio, ¿cómo se resolverán las diferencias, especialmente durante la campaña? ¿A los golpes? ¿A los insultos? ¿Con amenazas?
El insulto, para Petro, cumple una función política. Por un lado, incendia el debate, divide a la ciudadanía, deslegitima a quien piensa distinto y victimiza ante cualquier crítica. Así desplaza la discusión de los problemas como la crisis en salud, la expansión de los grupos armados o el deterioro económico y se atrinchera en la confrontación.
Pero a largo plazo, los costos son grandes. La violencia verbal normalizada rompe los lazos de confianza, limita los espacios para el debate democrático y siembra un terreno fértil para que la violencia física también se justifique como forma de hacer política.

La democracia no se destruye de un día para otro. Se desgasta lentamente. Cada vez que el insulto reemplaza al argumento y la confrontación anula el diálogo; cada vez que el poder se usa para dividir; cada vez que se normaliza la agresión como práctica política.
Con cada palabra incendiaria, el presidente Petro contribuye alejar a la política de su verdadero propósito: servir al bien común y construir consensos. La confrontación permanente solo erosiona la confianza ciudadana, envenena el debate y pone en riesgo nuestra democracia.
Necesitamos recuperar la dignidad de la política hoy más que nunca. Es necesaria una política basada en el respeto, en la responsabilidad, y en el reconocimiento del otro como un adversario legítimo. Solo así podremos fortalecer la democracia y evitar que Colombia siga hundiéndose en la polarización y el resentimiento.
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