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El giro político que impone Donald Trump al mundo. Análisis
Detrás del ‘Made in América’, hay una política transaccional que mira al largo plazo. ¿Hay oportunidades para Colombia?

Por Pedro Pablo Aguilera, docente del Departamento de Humanidades y Artes en Universidad Santiago de Cali.
En el año 2025, el escenario global se define por un pragmatismo donde la economía no solo es un pilar de la política, sino su principal motor. La actual administración estadounidense, bajo el lema ‘América Primero’, ha adoptado una política exterior eminentemente transaccional, que prioriza el beneficio económico interno.
Este enfoque es fundamental para entender no solo la dinámica interna de Estados Unidos, sino también los desafíos que enfrenta el tablero global, con especial énfasis en Colombia.
La política económica de los EE. UU. responde a una lógica interna clara: revertir décadas de desindustrialización y pérdida de empleos, atribuidas a la globalización y a tratados de libre comercio considerados perjudiciales para ciertos sectores.
La meta, explicitada por figuras clave como el secretario del Tesoro, Scott Bessent, es revitalizar el “sueño americano”, mediante la repatriación de manufacturas y el fortalecimiento del mercado laboral interno.
Este nacionalismo económico, que prioriza el ‘Made in America’, busca la autosuficiencia en cadenas de suministro clave y la protección de industrias estratégicas, revirtiendo políticas ambientales y energéticas previas que, según esta visión, debilitaron la base industrial del país, afectando a comunidades enteras como las de la histórica industria automotriz de Michigan.

Esta estrategia tiene un fin político directo. Al responder a las preocupaciones económicas de un sector importante del electorado, la Administración busca consolidar su base y asegurar un mayor control legislativo en las elecciones de medio término de 2026.
La apuesta es a largo plazo, mirando incluso más allá de 2029, con una política que promete beneficios tangibles –empleo, ingresos, calidad de vida– para el votante medio. Aunque se admiten posibles efectos adversos a corto plazo, como una desaceleración o inflación leve, se consideran transitorios.
Las recientes órdenes ejecutivas para incentivar sectores como minería, energía, siderurgia y agricultura, evocando un discurso de sacrificio inicial para ganancias futuras –reminiscente, curiosamente, de figuras como Javier Milei, en Argentina–, apuntan a generar un impulso económico interno significativo.
El éxito de esta estrategia depende de variables complejas, como disminuir la deuda externa de EE.UU. incluso frente a la posible venta masiva de bonos del Tesoro por parte de China; es un desafío mayúsculo.
Igualmente crucial será la relación con la Reserva Federal, buscando evitar que una política monetaria independiente contrarreste los objetivos del Ejecutivo. Si estos factores se alinean, el partido en el poder podría consolidar una hegemonía duradera.
Del multilateralismo al bilateralismo transaccional
En el plano exterior, el cambio es igualmente radical. El multilateralismo, con sus reglas comunes y foros de negociación colectiva, cede paso a un bilateralismo descarnado.

Las relaciones internacionales se reconfiguran bajo una lógica de intereses estratégicos y afinidades políticas. La lealtad y la convergencia con los objetivos estadounidenses determinarán la calidad de los acuerdos económicos y, por ende, políticos. “A cada cual según su lealtad”, parece ser la nueva norma no escrita.
Este enfoque provoca un reordenamiento global de alianzas. Fuera del vínculo considerado inquebrantable con Israel, prácticamente todas las demás asociaciones estratégicas –incluyendo pilares tradicionales como Corea del Sur, Japón, Taiwán y la propia OTAN/Unión Europea– se encuentran bajo revisión o en ‘cuidados intensivos’.
La presión estadounidense para que los aliados asuman mayores costos de defensa y se alineen económicamente redefine las bases de la cooperación.
Existe el riesgo, sin embargo, de que, en la búsqueda de ‘autonomía estratégica’ en particular de Europa, veamos un giro hacia la órbita china, debilitándose el orden liberal mundial que EE.UU. ha liderado históricamente.
Así, emerge la bipolaridad entre Washington y China, desde una contienda económica que obliga al resto del mundo a tomar partido o, al menos, a navegar con extrema cautela entre ambos polos.
Colombia, en la encrucijada
Este nuevo escenario presenta desafíos políticos, aunque esto es crónica de una muerte anunciada.

El discurso del Jefe de Estado colombiano en la Celac –organismo de escaso peso real en la arena internacional–, ha marcado un claro distanciamiento de su socio histórico, Estados Unidos, al priorizar relaciones con actores como China, la Unión Europea y la Unión Africana, y abogar abiertamente por las dictaduras de Cuba y Venezuela.
Esta postura será percibida en Washington como un alineamiento con antagonistas, e inevitablemente tensará las relaciones bilaterales.
Las consecuencias ya se vislumbran. La histórica cooperación en seguridad, lucha contra el narcotráfico y comercio (amparada por un TLC vigente) está bajo escrutinio.
Colombia hoy está en una posición vulnerable para futuras negociaciones sobre aranceles, que podrían afectar sectores clave como flores, textiles, banano o café, carbón y petróleo.
Es previsible que la Administración estadounidense busque renegociar aspectos del TLC, en términos menos favorables para Colombia.
A esto se suma la incertidumbre sobre la política estadounidense hacia Venezuela, que podría exacerbar la crisis migratoria, generando mayores presiones sobre los servicios sociales y la seguridad en Colombia, especialmente en la frontera.
Oportunidad
La incertidumbre también podría servir como catalizador para una diversificación de mercados más decidida, buscando fortalecer lazos comerciales con América Latina, Europa y Asia. Pero también surge la pregunta de si estos potenciales socios estarán interesados en profundizar alianzas con un país percibido como distante de EE.UU.
Lo cierto es que la capacidad de Colombia para navegar en esta realidad dependerá de una diplomacia hábil y pragmática. Se requiere un enfoque que trascienda la ideología y se centre en demostrar el valor estratégico del país como un socio estable en una región compleja.
Entender la naturaleza transaccional de la nueva política estadounidense y saber comunicar los beneficios mutuos, será clave. Esto exige un liderazgo ejecutivo mesurado, dialógico y estratégico, capaz de construir puentes, incluso en un clima de desconfianza, y es aquí donde el realismo político nos dice: ¡Imposible! La ausencia de estas cualidades podría convertir los desafíos actuales en obstáculos insuperables para los intereses no de un político o un partido, sino de la Nación. El mundo ha cambiado, y la adaptación de Colombia a esta nueva realidad es urgente.
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