Volver a la humanidad

Vivimos días oscuros. En Ucrania, la guerra parece no tener fin. En Gaza, la destrucción ha rebasado los límites de la razón y al parecer había necesidad de abrir otro frente contra Irán. En Estados Unidos, se incrementan los discursos de odio, mientras se fortalece una narrativa de exclusión que convierte el miedo en política y las instituciones miran absortas las acciones del ejecutivo. En Colombia, Miguel Uribe fue víctima de un intento de asesinato, en un hecho que remueve memorias dolorosas de violencia política, haciéndonos reflexionar sobre el rumbo que estamos tomando como sociedad. Y en Cali y el Valle del Cauca, nos pusieron a prueba el martes pasado con un embate terrorista que estremeció nuestras calles, pero contó con una respuesta clara y contundente del Alcalde, Gobernadora, y Fuerza Pública.

Sin embargo, en medio de este panorama global convulso, la humanidad parece haber perdido el control sobre su destino. Yuval Noah Harari ha advertido que el problema más importante que enfrentamos es la falta de una historia común. Y es esa narrativa común la que necesitamos para sobrevivir, pues aun siendo más poderosos que nunca, no hemos aprendido a usar nuestro poder con sabiduría. La tecnología, el capital y el conocimiento que acumulamos no están siendo usados para proteger la vida, sino para dividir, dominar y destruir.

El mundo actual se fragmenta en burbujas de verdad, en trincheras ideológicas, en una lógica de suma cero donde el diálogo se reemplaza por el grito, y en Colombia no es distinto. El lenguaje del odio circula con fluidez en redes sociales, los extremos se alimentan mutuamente, y la democracia, en lugar de ser un espacio de encuentro, se convierte en un campo de batalla simbólico donde en lugar de adversarios políticos se erigen enemigos. Pero este no es un camino inevitable, es una elección; y, por tanto, está en nuestras manos cambiar esta situación.

El Papa Francisco planteó en su encíclica que la verdadera salida a las crisis contemporáneas no vendría de soluciones individuales, sino de una reconstrucción del nosotros. De un pacto colectivo que ponga la dignidad humana por encima de cualquier cálculo electoral o interés económico. Implica asumir la responsabilidad de construir instituciones, liderazgos y una cultura democrática que sobreviva a la urgencia de la coyuntura. Significa imaginar un país donde las diferencias políticas no nos enfrenten a la muerte, donde la juventud no herede solo frustración y miedo, sino posibilidades reales de construir un futuro mejor.

Tal vez sea momento de volver a lo esencial: a la humanidad. A recordar que, más allá de ideologías, compartimos un destino colectivo. Si queremos honrar nuestro país y su democracia, y evitar que el miedo los destruya desde adentro, debemos comprometernos a defenderlos y participar activamente. El llamado es unánime para bajar el tono de la polarización en el debate político, pero también en el cotidiano. Sin embargo, ello no significa que no pueda hablarse con firmeza sobre lo que pasa, es nuestra responsabilidad.

Y para los ciudadanos y empresarios que tradicionalmente han considerado que la política no es con ellos, llegó la hora de dar un paso al frente por Colombia y participar activamente de lo que se viene para el Congreso y Presidencia en el 2026. Hay que participar siendo generosos con la escucha, dialogando, entendiendo las diferencias, y reconociendo al otro. Con firmeza, sin odio, pero a la vez sin miedo, porque Colombia nos necesita.