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Tibieza

Me gusta que me abraces cuando siento frío, sin que ello apague el fuego y la ilusión que me habita. Amo tus silencios, cuando la ofensa aparece, y tu mesura, frente a la palabra que destruye.

5 de mayo de 2024 Por: Paola Andrea Gómez Perafán
Paola Gómez
Paola Gómez | Foto: El País

Alguien en el camino decidió que eras nociva, que merecías el escarnio, porque es más honorable y aceptado arder en el fuego. Nos han dicho que tu temperatura es dañina, incapaz, insegura, políticamente incorrecta, en un mundo donde el cambio climático, fruto de la fuerza extrema con que asfixiamos la vida, no admite matices.

Nos hicieron creer que si habitas la tibieza eres pusilánime, te falta valor, compromiso, porque el compromiso no se mide en la suma de tus esfuerzos, en las batallas del día a día, sino en los decibeles de tus palabras, en los sobrestimados likes y en la ovación de una audiencia, azuzada por años de conversaciones llenas de furia. ¡No te atrevas a dar una opinión sin rabia!, ¡No pases por alto el insulto, responde!, ¡Ni se te ocurra callar, cuando la jauría grita!, ¡Pronúnciate, di lo que lo quiere escuchar la manada!

Llevamos años, décadas, denostando de ti, olvidando el agua tibia con que preferimos un buen baño, la medida justa para las noches heladas o calurosas; la comida en su punto, para apreciar sus sabores; el clima perfecto para explorar el mundo, o que una compresa tuya alivia el dolor y desinflama.

No eres nada de eso, tibieza, no eres templada, ni suave, ni moderada. Ni se te ocurra pensar, como dice la Real Academia, en una desusada acepción, que logras que el cuerpo tome una temperatura moderada. No te fatigues buscando el medio, ese lugar en el que ya nadie quiere estar; aléjate de él, habita en los extremos, allí donde la guerra enciende las pasiones; recuerda que eres desapasionada, aunque la poesía se empecine en rescatarte.

Olvídate de ser “esa tibieza agradable que ha remplazado la ardiente atmósfera”, de la que habla Mario Vargas Llosa en ‘La Guerra del fin del mundo’; o del “suave prado que se abre camino, en medio del combate”, del que el exiliado de la dictadura argentina Alberto Szpunberg nos hablaba en su libro ‘Del fuego en la tibieza’. O a la que el pensador Moisés Wasserman le escribe un elogio, en el que nos dice que “el tibio de hoy no es quien está de acuerdo con todos y evita confrontaciones, sino el que tiene el valor de mantenerse en minoría, a veces en soledad, pensando diferente a los extremos mayoritarios”.

Alejandro Gaviria, en su escrito ‘Yo soy tibio’, afirma que desconfía de los discursos fundacionales, que no cree en quienes prometen paraísos en cielo o en tierra; que las adhesiones políticas no deberían ser una pasión desbordante y que sabe que “la tibieza es una posición precaria. A todos nos atraen los extremos”. Sergio Fajardo, tan etiquetado por ti, cuenta que no se perturba, ni se siente frágil cuando le llaman tibio y lo convierten en chiste, “cada quien es libre de hacerlo”, dice en su generosidad, a sabiendas de que hoy es tan común burlarse del otro, so pena de no encontrar la gracia en su propia vida.

Tibieza, querida, a la que hoy le escribo: me gusta que me abraces cuando siento frío, sin que ello apague el fuego y la ilusión que me habita. Amo tus silencios, cuando la ofensa aparece, y tu mesura, frente a la palabra que destruye. Reivindico tu valor en la existencia, sin que ello me haga pusilánime, algo que jamás seremos, quienes callamos cuando es oportuno, y alzamos la voz cuando lo amerita. Seguiré transitando tu mundo, en el que puedo construir, tranquila y consciente, evitando sucumbir a los desatinos, desde poltronas extranjeras o privilegios sin empatía. Prefiero la razón que no polariza, ni generaliza, así arrebate popularidad. Prefiero la mesura, sin renunciar al arrojo, siempre desde el respeto. Prefiero el mundo de colores, las voces disonantes, la construcción en la diferencia, que la cómoda uniformidad y el grito que exacerba. Gracias, tibieza, por abrigarme, en un presente que urge tanta, pero tanta humanidad.

@pagope

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