Columnistas
Semana Santa macabra
Corren ríos de sangre inocente mientras se abarrotan las iglesias de ‘fieles’ espurios sin asomo de espiritualidad.

Aura Lucía Mera
22 de abr de 2025, 02:43 a. m.
Actualizado el 22 de abr de 2025, 02:43 a. m.
“No perdono a la muerte enamorada.
No perdono a la vida desatenta.
No perdono a la tierra ni a la nada”,
Miguel Hernández.
Mañana miércoles será la misa para recordar a Jorge Uribe Bejarano, a quien, como diría García Lorca, “aire de roma andaluza le doraba la cabeza, y su sonrisa era un nardo de gracia e inteligencia”.
Su vil asesinato, matrero, rastrero, fruto de un demente demoníaco, desalmado, es incomprensible para los que le conocimos, lo amamos y tuvimos la fortuna de disfrutar su compañía y su amistad.
Abogado, político, decorador. Un ser humano irrepetible que jamás morirá, porque jamás lo olvidaremos. Caiga todo el peso de la justicia ante los o el justiciero maldito, aunque sabemos que ninguna condena nos lo devolverá.
Semana Santa macabra. Asesinatos en Tuluá, bombas explosivas en Jamundí, Mondomo, Robles, atracos en la Panamericana, Palmira amenazada por ‘disidentes’, asesinatos a policías, casas de pique en Buenaventura, donde delincuentes y narcotraficantes mutilan y desmiembran jóvenes, y siembran el terror a la población civil.
Semana Santa macabra. Corren ríos de sangre inocente mientras se abarrotan las iglesias de ‘fieles’ espurios sin asomo de espiritualidad.
Semana Santa macabra en toda Colombia. Donde reina una total impunidad, se debilita la Fuerza Pública, se alcahuetean grupos guerrilleros, mientras el Mandatario exguerrillero y resentido sigue perorando discursos deshilvanados y abstractos, sin darse cuenta de que el país se desmorona. Salud, educación, vías, seguridad, sangre y más sangre. Corrupción rampante.
Estoy segura de que Jesús de Nazareth o Galilea, que fue crucificado precisamente por pregonar amor, justicia, igualdad, perdón, honestidad, empatía, compasión y solidaridad, estará de nuevo con todas sus heridas abiertas y sangrantes al ser testigo de la barbarie en que vivimos.
Un país que se dice católico, que tiene miles de sectas cristianas, desde testigos de Jehová hasta iglesias de la resurrección y de los últimos días. Opus Dei, Opus Night, Emaús, que sirven de nada, porque lo que se ve, se vive y se siente es la violencia, la muerte y el terror.
Basta ver los titulares de los medios de comunicación en esta Semana macabra que acaba de terminar. Estremecen, parecen pesadillas, pero son la cruda realidad.
Tengo una tristeza de timbre pegado. No se me quita, no quiero finalizar esta columna con más atrocidades. Les dejo este soneto anónimo, para mí, el más bello al Cristo que tenemos abandonado:
No me mueve, mi Dios, para quererte
El cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido;
Huévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues, aunque cuanto espero no esperara,
lo mismo que te quiero, te quisiera”.
Aura Lucía Mera
Periodista. Directora de Colcultura y autora de dos libros. Escribe para El País desde 1964 no sólo como columnista, también es colaboradora esporádica con reportajes, crónicas.
Regístrate gratis al boletín de noticias El País
Te puede gustar