Columnistas
Se equivoca, Presidente
En Colombia no hay tradición de golpes de Estado como la hubo en la mayoría de los países de la región. Y, ¿qué ‘reacción’ esperaba el M-19 de parte de Betancur, que se dirigiera al Palacio y se prestara para un juicio político?
Se equivoca el presidente Gustavo Petro cuando dice que la similitud entre la toma del Palacio de la Moneda en Santiago de Chile, el 11 de septiembre de 1973, y la toma del Palacio de Justicia en Bogotá, el 6 de noviembre de 1985, son los tanques de los militares lanzando fuego. Se equivoca, no fruto de un lapsus inocente en su consabida memoria acomodaticia, sino por el propósito deliberado de impulsar una narrativa útil a sus delirios políticos.
La primera similitud real y no ficticia de los hechos es que se trató de dos golpes de Estado, uno efectivo y uno fallido. En Chile, de parte de las Fuerzas Armadas para derrocar a Salvador Allende; en Colombia, del M-19, guerrilla a la que Petro perteneció y que pretendía hacerle un juicio político a Belisario Betancur en el propio Palacio de Justicia, teniendo por testigos a los magistrados secuestrados; un reality show para defenestrarlo junto con la Constitución.
Una segunda afinidad: el uso despiadado de la violencia. Hay golpes que no apelan a la fuerza. En Chile, los militares exigieron a Allende entregar el cargo y le advirtieron que si La Moneda no era desalojada antes de las 11:00 a.m. de aquel día, sería “atacada por tierra y aire” y lo hicieron. En Colombia, el M-19 acribilló de entrada a los celadores y a quienes les pusieron resistencia, hasta someter a los máximos jueces de la República.
Tercera equivalencia: la planeación. El golpe de Estado en el país austral fue el resultado de una minuciosa preparación y cooptación del alto mando militar y de Carabineros. En Colombia, el M-19 programó también, minuto a minuto, el ingreso y la toma violenta. En media hora, con consignas y disparos, cuatro escuadrones, con misiones precisas y armados hasta los dientes, lograron el control del edificio, sometiendo a sus empleados.
Cuarta similitud: el estoicismo de ambos presidentes, en defensa de la institucionalidad. Allende prefirió inmolarse a dejar el cargo; Betancur asumió la responsabilidad política de la retoma militar del Palacio de Justicia, incluidos los abusos en materia de derechos humanos que con el tiempo se evidenciaron. Contrario a lo que los golpistas esperaban, el primero prefirió quitarse la vida y el segundo no negociar bajo el chantaje y amenaza.
Se equivoca además el presidente Petro, al afirmar que representan “la misma historia de una América Latina que busca su destino y la reacción de quienes no quieren que suceda”. No es una misma historia; en Colombia no hay tradición de golpes de Estado como la hubo en la mayoría de los países de la región. Y, ¿qué ‘reacción’ esperaba el M-19 de parte de Betancur, que se dirigiera al Palacio y se prestara para un juicio político?
Siendo evidente se trata de una comparación absurda, la pregunta obligada es, ¿por qué la hizo? Una primera hipótesis, muy propia de él y de algunos historiadores, es insistir en una narrativa manipulada que diluye la responsabilidad de la guerrilla del M-19 y acentúa la de los militares; y una segunda tesis, la de enfatizar el rol de víctima que tanto lo deleita, reiterando se fragua un golpe de Estado que solo existe en su imaginación.
Solo existe en su imaginación, quizá, porque similar al de Allende, el suyo es un gobierno desastroso y no logrará, como se pretendió en Chile, llevar a Colombia ‘vía al socialismo’. Seguirá causando daño, insultando a quienes generan riqueza y empleo y al periodismo independiente, pero no podrá llevar al país al desfiladero. No lo hará, no por cuenta de un golpe de Estado, duro o blando, pues Colombia no es un país golpista. No lo logrará, aunque cumpla el período, como debe ser, porque el Gobierno se cae solito y a pedazos.