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¿Rezar para triunfar?
El deporte debería basarse exclusivamente en el mérito del rendimiento.

Silvio López
3 de may de 2025, 02:36 a. m.
Actualizado el 3 de may de 2025, 02:36 a. m.
Aceptamos los resultados de las competencias deportivas porque confiamos en que se desarrollan en el marco de reglas justas y claras para todos, en una estructura que propicia una percepción de transparencia la cual asegura que los logros reflejan el verdadero esfuerzo y habilidad de los participantes. En el ámbito deportivo, la competencia es un espacio en el cual se unen habilidad, preparación y trabajo en equipo para el logro de la excelencia.
Como deportista recreativo y aficionado apasionado a los deportes, encuentro que los resultados de las competencias se vuelven algo profundamente personal y, en consecuencia, percibo como algo muy natural el desear un resultado favorable en sintonía con mis preferencias; pero cuando veo cómo muchos aficionados y deportistas acuden a su Dios para esa ‘ayudita’ extra que les permita un resultado positivo: ganar el encuentro deportivo, o perder al equipo que en la tabla de posiciones lo supera para de esa forma poder clasificar (o tantas otras variables posibles), pienso en la trampa que en efecto este acto constituye, en lo que podría denominarse como un ‘doping espiritual’.
Al apelar a la oración se busca una ventaja externa que altera la equidad y con ello se intenta influir en el resultado fuera del mérito propio, socavando la esencia justa de la competencia. Personalmente, siento que orar para que mi equipo, mi deportista preferido o mi elegido sea quien gane, se asemeja, en cierta forma, a hacer trampa. Convertir algo espiritual en una transacción, tratando de inclinar la balanza de la justicia con una intervención sobrenatural me parece incorrecto, no solo por ser injusto con los demás, sino también porque desvirtúa el valor profundo que la oración representa para aquellos que son creyentes, algo ajeno a mí por mi calidad de ateo.
El deporte debería basarse exclusivamente, en el mérito del rendimiento. Los atletas se entrenan, los equipos elaboran estrategias, y el resultado debe reflejar el esfuerzo, la habilidad y, en ocasiones, quizás, un poco de suerte. Si pido a Dios que mi equipo gane, esencialmente estoy pidiendo que se altere ese orden natural de justicia en mi favor y esto es, simplemente, solicitar una ventaja oculta que los demás no pueden ver ni cuestionar, algo que atenta contra la integridad de la competencia.
Además, implica que el equipo contrario merece menos atención divina, bien porque Dios me prefiere, bien porque los otros profesan otra religión, bien porque son ateos, una suposición en todo caso discriminadora, arrogante y mezquina.
Hacer trampa en un deporte significa romper intencionalmente las reglas del juego para obtener una ventaja injusta sobre los demás competidores. Recibir ayuda externa no permitida significa irrespetar las normas del juego. Rezar para ganar, en consecuencia, es tramposo.
En este sentido, promuevo una filosofía activista de la vida que se enfoque en la importancia de tomar medidas concretas para generar cambios (lograr resultados), en lugar de orar y esperar pasivamente por la intervención divina. El existencialismo, el pragmatismo, el marxismo, el utilitarismo nos ilustran respecto de la acción como epítome de los resultados.
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Posdata: Agradecimiento a Víctor Escobar, pues sus libros me han inspirado para escribir esta columna.
Silvio López
Administrador de empresas, especialista en Mercadeo de la Icesi, trabajó como Presidente del Comité Permanente del Deporte de la Cámara de Comercio de Cali, ex Secretario del Deporte y la Recreación de Cali, fundador de Juancho Correlón, empresario.
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