Columnistas
¿Por qué carajos seguimos viendo esta novela?
Mientras tanto, el presidente Petro, cual galán envejecido que se niega a abandonar el rol estelar, tuitea desde el balcón promesas de amor eterno al pueblo… mientras la casa se le desmorona.

12 de may de 2025, 01:16 a. m.
Actualizado el 12 de may de 2025, 01:16 a. m.
Hay cosas de las que uno jura desengancharse. Las telenovelas —o las series de trama absurda, sus equivalentes modernos—, por ejemplo. Uno dice: “No más”, después del capítulo en que el protagonista pierde la memoria por tercera vez o cuando la villana resucita tras caer de un piso veinte. Y, sin embargo, ahí estamos, a las 8 en punto —cuando no hay consejo de ministros—, pegados a la pantalla. Así es Colombia: una telenovela mal escrita, con libretistas mediocres pero actores magistrales en el arte de la tragedia.
El país acaba de dar un giro de libreto tan grotesco que ni en RCN se habrían atrevido. La semana pasada capturaron —uno tras otro— al presidente del Senado y al de la Cámara. Un doble golpe digno de rating, que en cualquier democracia decente habría sido un terremoto institucional. Aquí, apenas provocó un suspiro resignado. Lo llaman justicia, pero huele a capítulo repetido: nombres distintos, la misma podredumbre. Mientras tanto, el presidente Petro, cual galán envejecido que se niega a abandonar el rol estelar, tuitea desde el balcón promesas de amor eterno al pueblo… mientras la casa se le desmorona.
Y como si el libreto no fuera ya lo suficientemente irrazonable, reapareció el activista Álvaro Leyva con una segunda carta pública tan explosiva como sórdida. El excanciller del reparto en turno acusa al presidente de estar “enfermo”, sugiriendo una adicción que le incapacita para gobernar, y asegura que diplomáticos extranjeros deberían estar advertidos. La misiva, más que una denuncia, parece una escena escrita para escalar el drama al límite. Petro, fiel a su estilo, respondió hablando de un complot internacional para derrocarlo, con congresistas extranjeros y todo. El espectáculo continúa.
Si esto fuera ficción, uno diría que el personaje del presidente está agotado. Repite monólogos, no evoluciona, no conmueve ni como redentor ni como antagonista. Culpa al elenco anterior por el desastre actual, mientras la producción se queda sin luz, sin presupuesto y sin público.
Pero no es ficción. Es la vida real, con una narrativa que arrastra dos siglos de errores. Y en esa realidad, los departamentos arden. La presencia del Estado en regiones como el Catatumbo, el Pacífico o el Bajo Cauca no es ni siquiera un recuerdo, es una ausencia. Allá mandan otros, con sus propias leyes, sus impuestos y sus muertos.
Y, aun así, seguimos frente al televisor. Soñando con un giro redentor, con un político honesto y funcionarios, qué sepan cómo hacer las cosas en el poder; una justicia sin rodilleras, un Congreso digno, ordenado, programático… Seguimos creyendo que esta vez sí. Que esta vez cambia.
Pero no cambia. No porque no pueda, sino porque no quiere. Porque los protagonistas de esta historia no escriben finales felices, actúan para sus negocios, sus campañas, sus clientelas. Y nosotros, los espectadores, seguimos ahí, indignados, pero sin cambiar de canal.
Colombia sí es un país, ¡oh gloria inmarcesible!, pero también es una adicción. Nos rompe, pero no la soltamos. Nos decepciona, pero volvemos. Y ya sabemos el próximo episodio, una nueva crisis, una nueva promesa, otro perdón. Como siempre.
Quizás el verdadero problema es que le perdonamos todo. Incluso lo imperdonable. Porque uno no sigue viendo una telenovela tan mala si no está profundamente enamorado… o profundamente perdido.
Álvaro Benedetti *Consultor internacional.
Consultor internacional, estructurador de proyectos y líder de la firma BAC Consulting. Analista político, profesor universitario.