Columnista
Excelencia ética
Necesitamos líderes que sean ejemplo, padres que eduquen con sus acciones y empresarios que construyan con sentido.

1 de jul de 2025, 01:43 a. m.
Actualizado el 1 de jul de 2025, 01:43 a. m.
Cambian los gobiernos, la economía, la tecnología, la sociedad y cambian todas las reglas de juego. Y con ellas cambian también las prioridades, los intereses y hasta las relaciones. Sin darnos cuenta, podemos ser arrastrados por la corriente, alejándonos de lo que alguna vez consideramos lo esencial. Y es precisamente en esos momentos, cuando la excelencia ética se convierte en nuestra brújula más confiable.
La ética es el conjunto de principios y valores que guían nuestro comportamiento, ayudándonos a discernir entre lo que consideramos correcto e incorrecto. Es el marco de referencia interno que orienta nuestras decisiones y acciones, incluso cuando nadie nos está observando.
Lejos de ser una teoría abstracta, la ética es una práctica diaria que se manifiesta en cómo tratamos a los demás, cómo gestionamos nuestras responsabilidades y cómo respondemos ante la presión. Es la base sobre la cual construimos relaciones de confianza y respeto, tanto en el ámbito personal como en el profesional.
En el ámbito personal, significa tomar decisiones difíciles sin sacrificar lo esencial y vivir de acuerdo con lo que creemos, aunque eso implique incomodidad o pérdida.
En el mundo empresarial, es construir organizaciones que obviamente generen riqueza, honrando la dignidad humana, la confianza de los clientes y la responsabilidad con el entorno. Esta será la única manera en que las empresas podrán realmente trascender a nuevas generaciones.
En tiempos de fuertes cambios y alta polarización, como lo estamos ahora viviendo, la excelencia ética nos permitirá mantener claro nuestro rumbo.
Mientras otros improvisan, se adaptan a conveniencias o justifican incoherencias por razones de mercado, quienes han cultivado una ética profunda, actuarán desde la serenidad de quien sabe lo que es y lo que representa.
No hablo de ser infalibles, hablo de ser auténticos. No se trata de perfección, sino de compromiso.
En el mundo corporativo, la excelencia ética se convertirá en una ventaja invisible muy poderosa. Una empresa que actúa con principios claros genera confianza, atrae mejores talentos, fideliza clientes y construye reputación. Puede que no siempre sea la más rápida ni la más barata, pero suele ser la más sólida a largo plazo.
En contextos como el actual, donde la incertidumbre es alta y la credibilidad escasa, la excelencia ética no es un lujo, es una necesidad estratégica.
No hay mayor paz interior que la que viene de saber que uno vive de acuerdo con lo que predica. Tampoco hay mayor fuerza que la de una comunidad, una familia, una empresa o una sociedad, que se mueve al compás de una fuerte identidad sustentada en valores compartidos.
Hoy, más que nunca, necesitamos recuperar la ética como una forma de excelencia cotidiana. No como una carga moralista, sino como una expresión profunda de nuestra humanidad.
Necesitamos líderes que sean ejemplo, padres que eduquen con sus acciones y empresarios que construyan con sentido.
Hablar de excelencia ética es ir más allá del simple cumplimiento de normas.
Necesitamos personas que estén dispuestas a remar contra la corriente. El verdadero éxito no se mide solo en cifras, sino en la capacidad de sostener el alma intacta en medio del caos.