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Los nacidos un 27 de abril

Es posible que, meditando sobre el tema, debamos llegar a unas conclusiones ineludibles: el hombre mató inicialmente por necesidad, después por el poder y luego por el gusto de la sangre y el dolor ajeno.

Armando Barona Mesa.
Armando Barona Mesa. | Foto: El País.

25 de abr de 2025, 03:04 a. m.

Actualizado el 25 de abr de 2025, 03:04 a. m.

Mi amigo Jorge Restrepo Potes escribe una nota en la que anuncia su cumpleaños 90 -vida ejemplar-, que cumplirá el próximo 27 de abril. Curioso, yo también nací en ese día, dos años después. Y agreguemos que ambos hemos fogueado épocas duras, pero otras maravillosas. Hemos conocido a mucha gente, gran parte de la cual ya partió por el camino sin regreso. Además, ambos amamos la virtud y somos de pensamiento liberal.

Siento orgullo personal, como Jorge, de saberme sobreviviente de las duras épocas de aquella violencia del 49 y 50; pero me entristece darme cuenta de que, salvo unos pocos períodos, siempre en esta patria hemos estado signados por la guerra. Es posible que, meditando sobre el tema, debamos llegar a unas conclusiones ineludibles: el hombre mató inicialmente por necesidad, después por el poder y luego por el gusto de la sangre y el dolor ajeno.

Dicen los horóscopos sobre los que nacieron un 27 de abril: “siempre causan una gran impresión. Su personalidad es enérgica, a veces dominante, pero siempre tienen buenas intenciones. Son muy sexuales, pero prefieren una unidad estable a una serie de encuentros superficiales...”. Son tauros, insistentes, persuasivos y amigos del deber. Sí, yo me encuentro allí y conociendo a Jorge, sé que él es igual. Podemos eventualmente diferir en opiniones -ni más faltaba-, pero esa reseña del horóscopo es nuestro carácter.

La vida me dio oportunidad de conocer de cerca en Popayán, cuando estudiaba mi carrera de derecho, al gran expresidente Guillermo León Valencia. Era el padre de mi compañero Ignacio Valencia López, con quien luchamos contra la dictadura de Rojas Pinilla y fundamos con Juan José Saavedra un cada puedario llamado Avanzada. Entonces me lo encontraba -al padre- con alguna frecuencia en la Lonchería Belalcázar, que era el restaurante de lujo. Y me invitaba a beber fino, que era tomar el ron Caldas.

¡Ah recuerdos gratos de la vida! Él era entonces el candidato a la Presidencia de todos los estudiantes, postulación que por momentos se tiró Laureano Gómez al postular al propio Alberto Lleras Camargo, quien fue el primer mandatario de lo que se llamó el Frente Nacional. Valencia fue el segundo.

El asunto es que un día de mi cumpleaños, Valencia estaba celebrando el suyo. Había nacido el 27 de abril de 1909. Y cuando él supo que yo también cumplía, me invitó a que celebráramos conjuntamente. Eran delicias buenas de la vida. Y tomamos buen ron y comimos empanaditas de pipián y la chuleta de la Lonchería. Y me di cuenta de que aquel Guillermo León era templado y duro. No daba la mano a torcer en el pulso de la vida. Tenía carácter y personalidad, pero sobre todo el apunte oportuno y preciso en el discurso, porque era un orador como hoy ya no se ven.

Unos años después, Ignacio, quien fue el secretario privado del presidente Valencia con un sueldo de cinco pesos mensuales, me contó de su final en Nueva York. Habían ido de paseo y recorrían a pie la Quinta Avenida, con sus grandes almacenes y vitrinas. El expresidente tenía una gabardina que todos sus amigos le conocimos. Fina, pero viejita. Y en una vitrina observó una muy elegante. Le gustó y entró a preguntar cuánto valía. Eran dólares altos y bien escasos para un hombre pobre como el doctor Valencia. Salió y volvió a ver la vitrina y en ese momento le vino el síncope cardíaco. Lo llevaron en un taxi a un hospital, donde murió el 4 de noviembre de 1971.

Medité con dolor sobre ese episodio humano e histórico. Un expresidente que no tuviera con qué comprar una gabardina. ¡Vaya, vaya!, de eso no se ve más. Pero de inmediato llegó a mi mente el recuerdo de que él era un hombre austero, intransigente con la honradez y nacido un 27 de abril. Eso, por supuesto, lo explicaba todo.

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