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¿La soledad sirve?
Estudios en psicología experimental muestran que breves periodos de 10 a 15 minutos en silencio reducen la activación mental, generando calma y claridad.
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16 de sept de 2025, 03:26 a. m.
Actualizado el 16 de sept de 2025, 03:26 a. m.
La soledad es una de esas experiencias universales que todos, en algún momento, hemos enfrentado. No se trata únicamente de estar físicamente sin compañía, sino de la sensación subjetiva de desconexión, de no sentirse vinculado de manera significativa con los demás. Puede manifestarse como soledad física, emocional o incluso existencial.
Cuando la soledad es voluntaria, se convierte en un espacio fértil para el autoconocimiento. Estudios en psicología experimental muestran que breves periodos de 10 a 15 minutos en silencio reducen la activación mental, generando calma y claridad. Estar a solas permite escuchar la propia voz interior, ordenar ideas y recargar energía. Muchos artistas y científicos han encontrado en la soledad un terreno para la creatividad y la innovación.
Además, investigaciones en diarios de experiencia revelan que dedicar tiempo a estar a solas puede disminuir el estrés y aumentar la sensación de autonomía. Incluso tradiciones espirituales y prácticas de mindfulness han valorado el retiro voluntario como una herramienta para encontrar serenidad y propósito. En este sentido, aprender a disfrutar de momentos de soledad puede ser un signo de madurez emocional y un recurso para la salud mental positiva.
Sin embargo, la otra cara es preocupante. La soledad prolongada o no deseada se convierte en un factor de riesgo serio. Un meta-análisis de la Universidad Brigham Young, que reunió más de 70 estudios, concluyó que las personas que reportan altos niveles de soledad tienen hasta un 26 % más de riesgo de morir prematuramente, un impacto comparable al de fumar 15 cigarrillos diarios. Otros trabajos han demostrado que la soledad crónica se asocia con mayores niveles de inflamación en el organismo, alteraciones del sueño y un aumento de la probabilidad de padecer ansiedad y depresión.
Durante la pandemia, por ejemplo, adolescentes que permanecieron aislados en educación remota reportaron incrementos marcados en la percepción de soledad y en síntomas emocionales como tristeza, dificultad para concentrarse y problemas de sueño. Estos hallazgos confirman que, cuando no existen vínculos de calidad ni redes de apoyo, la soledad puede transformarse en un círculo vicioso que afecta tanto la mente como el cuerpo.
La ciencia también ha mostrado caminos prácticos para disfrutar de la soledad sin caer en aislamiento. Lo esencial es que sea elegida, breve y con propósito. Dedicar unos minutos diarios a estar a solas puede convertirse en un ritual reparador: leer unas páginas de un libro, escribir pensamientos en un cuaderno, escuchar música tranquila o simplemente respirar de manera consciente.
Al finalizar, registrar una idea o una gratitud ayuda a darle un sentido positivo a ese momento. Y si aparecen señales de alerta, como tristeza persistente, o falta de motivación durante semanas, el siguiente paso no es prolongar la soledad, sino reconectar con alguien de confianza o buscar apoyo profesional. De esta manera, la soledad deja de ser un riesgo y se convierte en un recurso.
La soledad no es buena ni mala en sí misma: depende de cómo la vivimos. La clave está en aprender a elegirla, aprovecharla y equilibrarla con vínculos significativos.
Al final, la soledad nos recuerda que somos capaces de estar bien con nosotros mismos. Y solo cuando aprendemos a disfrutar de nuestra propia compañía, estamos en condiciones de construir relaciones más auténticas y plenas con los demás.