Columnistas
La prescripción médica
Uno de los pilares de la práctica de la medicina es el buen criterio en la elección de los fármacos que se le prescriben a los pacientes.
El buen médico preserva su libertad al recibir las visitas y las muestras médicas de los diferentes laboratorios, sin sentir obligación de formular lo recomendado por ninguno en particular. Simplemente, prescribe el que a su juicio es el mejor fármaco disponible en el mercado para aliviar las dolencias de su paciente. Mantiene la independencia a pesar de asistir a los congresos médicos de la especialidad, invitado por los laboratorios. Nunca pierde su objetividad. Tampoco acepta compensación económica, ni regalos, ni participa en juntas directivas de la industria farmacéutica, lo cual podría poner en riesgo la independencia del médico.
El médico idóneo no puede “estar casado” con ningún laboratorio, porque se expone a recomendar un producto de la casa farmacéutica de la cual recibe beneficios económicos, por encima de otro producto que podría ser mejor para el paciente a pesar de ser fabricado por la competencia.
Un caso especialmente sensible es el de los pacientes con cáncer que requieren quimioterapia. En este caso, el médico tiene que ser especialmente cuidadoso no solo por las consecuencias de la enfermedad y el doloroso proceso terapéutico, sino por los costos multimillonarios de estos tratamientos, que pueden arruinar a las familias que carecen de seguros médicos adecuados.
Durante mis muchos años en la profesión médica, y en especial como participante de los programas de humanización del cuidado médico en los que participó el Departamento de Psiquiatría de la Universidad del Valle, he sido testigo de la labor humana ejemplar de muchos médicos, pero también de unos cuantos que desacreditan la sagrada profesión por su evidente falta de ética. Un ejemplo aberrante de este último es el caso de un médico que le dijo a su paciente víctima de un cáncer avanzado: que si utilizaba una quimioterapia distinta a la que él vendía… no respondía. La opción que hubiera podido tomar el paciente era la de otro producto comercial con distinto nombre, pero con idéntica composición química y, por lo tanto, idéntica capacidad de controlar la enfermedad. Alternativa que no le hubiera representado erogación alguna al paciente, ya que el fármaco podía ser adquirido sin costo alguno a través de la EPS a la cual estaba inscrito. El médico tenía clara la situación, pero igual utilizó la confianza ciega que el aterrado paciente había depositado en él, e insistió en la “conveniencia” de utilizar “su” producto.
Sobra decir que los incentivos económicos del médico no siempre están alineados con los de quien le consulta, pero las necesidades físicas, emocionales y económicas de la persona que va en busca de ayuda, deben ir primero. Como lo define el juramento Hipocrático, el médico tiene que tener como uno de sus objetivos principales, sin excepción, hacer recomendaciones que le sean favorables al paciente.