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La otra Iglesia de Francisco

Francisco se la jugó a fondo por aquella iglesia de “los más pobres, los más débiles, los más pequeños”; una iglesia de misericordia donde todos son bienvenidos...

Mauricio Cabrera Galvis
Mauricio Cabrera Galvis | Foto: El País

Mauricio Cabrera Galvis

27 de abr de 2025, 12:40 a. m.

Actualizado el 27 de abr de 2025, 12:40 a. m.

Cuando fue elegido el Papa Francisco, escribí una columna señalando el dilema que enfrentaría el nuevo Papa ante las dos iglesias que cohabitan en el catolicismo. Decía así:

“Una es la iglesia de los cardenales, esos señores que se pasean con ostentosos vestidos rojos de príncipes del Renacimiento, que celebran pomposos rituales con ornamentos bordados con hilos de oro y plata. Con mitras como coronas de señores feudales, con báculos llenos de piedras preciosas que no sirven para pastorear el rebaño, sino para golpear a quienes los cuestionan, con costosas cruces y anillos de oro que los fieles deben besar en señal de pleitesía.

Otra es la Iglesia de los sacerdotes de las barriadas y los pueblos, con solo un cuello blanco o una cruz de madera para identificarse como testigos de Jesús, el Cristo, con tenis o botas pantaneras para andar entre la tierra y el barro en que viven sus comunidades, que comparten la eucaristía con sus hermanos con una simple casulla blanca y una estola, que viven en las mismas casas de sus vecinos y no en palacetes custodiados.

Una es la iglesia de las majestuosas catedrales llenas de estatuas de mármol, valiosas pinturas y sacristías que albergan tesoros de custodias, crucifijos y otros relicarios de oro y piedras preciosas; templos donde hay que pagar para entrar y donde si Cristo entrara hoy sería para sacar a los mercaderes que han convertido su ‘casa de oración en cueva de bandidos’.

Otra es la Iglesia de las capillas parroquiales con paredes descascaradas, de las colectas periódicas para reparar las goteras, de las que sirven de albergue a desplazados sin hogar, de los salones comunales del barrio que con una simple mesa y un crucifijo se convierten en el sitio donde la comunidad comparte la Palabra y el cuerpo de Cristo.

Una es la Iglesia machista y misógina, que ha demonizado el cuerpo de la mujer, pero al mismo tiempo quiere tenerlo bajo su total control, que niega a sus sacerdotes la posibilidad de tener una compañera legal y niega a las mujeres la dignidad de ser sacerdotes, que califica de enfermos a los homosexuales y los discrimina.

Otra es la Iglesia de María y María Magdalena, de todas las monjas que por amor a Cristo han tomado en serio aquello de la opción preferencial por los pobres y en los tugurios, las favelas y las comunas comparten con ellos sus vidas sembrando esperanza”.

Trece años después las dos iglesias siguen coexistiendo, pero no hay duda de que, a pesar de la oposición conservadora, Francisco se la jugó a fondo por aquella iglesia de “los más pobres, los más débiles, los más pequeños”; una iglesia de misericordia donde todos son bienvenidos, una iglesia que proclama la esperanza y la alegría del evangelio, que se compromete en la búsqueda de la paz y el cuidado de la casa común.

¿Cuál de las dos iglesias prevalecerá? El gran interrogante es si el nuevo Papa continuará el legado reformista de Francisco, si mantendrá su crítica al capitalismo desenfrenado, si resurgirán los poderes oscuros de la curia romana que Francisco trató de controlar, si avanzará más en temas como el de la ordenación de mujeres, el celibato sacerdotal o la eutanasia. Ojalá del cónclave cardenalicio, con todo su ritual pomposo, salga el humo blanco de una iglesia fiel al evangelio de Jesús.

Mauricio Cabrera Galvis

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