Columnistas
La generación que se va
Los jóvenes, cada vez más endeudados por el costo de sus carreras profesionales, se enfrentan a primeros empleos donde los números simplemente no dan para vivir y pagar los créditos universitarios.
Éramos seis compañeros de la misma área del trabajo. Compartíamos los espacios cotidianos de la vida laboral, salíamos a almorzar y nos contábamos lo que nos ocurría en ese mundo de sorpresas que era la vida laboral, que aún empezaba para muchos. Han pasado varios años desde entonces, y durante ese tiempo la vida nos llevó a lugares distintos.
De los seis amigos que alguna vez hicimos parte de ese grupo inolvidable de trabajo, soy el único que aún sigue viviendo en Colombia. Todos mis demás compañeros, poco a poco, han ido dejando el país donde nacieron en busca de nuevas y mejores oportunidades. Incluso cuando ir en busca de esas oportunidades significa despedirse de sus familias y poner fin a sus sueños como profesionales, ir en busca de nuevos proyectos fue una decisión que cada uno de ellos tomó.
Esta historia la podría contar cualquier persona de mi generación en Colombia. Todos tenemos más de un amigo, primo o hermano que ha perdido la esperanza sobre el futuro que le puede ofrecer Colombia y ha decidido probar suerte en otro lugar del mundo. En la última década, se ha hecho cada vez más evidente la forma en que los jóvenes se están yendo masivamente, las familias se están separando y el país se está perdiendo del talento de cientos de miles de jóvenes que cada año se van. En las reuniones de grupos de amigos y en temporadas como la de diciembre son cada vez más los ausentes. Según cifras de Migración Colombia, en 2022 cerca de 550 mil colombianos tomaron la dura decisión de irse del país.
Cada día es más frecuente oír entre amigos y familiares, especialmente entre los más jóvenes, que varios piensan en irse de Colombia. Y así se hace cada vez más evidente que hay algo que el país no les está ofreciendo a sus jóvenes, lo cual deciden buscar en destinos como España, Estados Unidos y Australia. Esta realidad es aún más compleja si se tiene en cuenta que la decisión de irse implica el abandono de profesiones y la búsqueda de trabajar “en lo que sea”, muchas veces sin documentos y desde la incertidumbre en materia migratoria.
Aun cuando el panorama de irse es tan complejo, uno de cada dos jóvenes lo evalúa, en gran parte porque a pesar de todas las dificultades de empezar una vida por fuera, el futuro allá parece más esperanzador que quedarse. Así de mal perciben la realidad de Colombia y su cabida en ella. Cualquier país preocupado por su futuro y su estabilidad debería estar verdaderamente alarmado por este panorama y en busca de soluciones reales para ofrecer mejores condiciones a las nuevas generaciones.
Las empresas y el sector público deben entender esta señal de alerta con la mayor de las urgencias. La partida de cientos de miles de jóvenes es un riesgo inédito para el futuro de todo su funcionamiento, así como también para sus capacidades de innovación y crecimiento. Entre más personas con sus capacidades, sus talentos y conocimiento se van de Colombia, este país queda con menos esperanza de poder crecer y transformarse. Pero esto jamás será posible de solucionar mientras el panorama laboral sea tan poco prometedor para los que empiezan sus vidas profesionales. Los jóvenes, cada vez más endeudados por el costo de sus carreras profesionales, se enfrentan a primeros empleos donde los números simplemente no dan para vivir y pagar los créditos universitarios. Muchos de ellos –y eso, si tienen la fortuna de conseguir un trabajo– quedan contratados bajo la figura de prestación de servicios con condiciones precarias y mucha incertidumbre sobre su futuro.
Este asunto, que es uno de los que más preocupan a las nuevas generaciones, solo podrá solucionarse desde un esfuerzo colectivo de los sectores público y privado para ofrecer oportunidades a quienes le apuesten a hacer sus carreras aquí. Lo mínimo que un país debería ofrecer a sus jóvenes son posibilidades de vida para un mejor futuro.