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La farsa ambiental

Se cierra el acceso a la naturaleza o se reduce a números ridículos y requisitos fastidiosos. Y lo que no se conoce ni se ama, se abandona.

Alberto Castro Zawadski
Alberto Castro Zawadski | Foto: El País.

17 de may de 2025, 02:13 a. m.

Actualizado el 17 de may de 2025, 02:13 a. m.

Visitar el Parque Nacional de las Smoky Mountains es una lección viva sobre cómo proteger el medio ambiente sin aislarlo del ser humano -lección que se repite en los 59 que tiene el país-. Allí, la conservación no se logra con exclusión, sino con orden, respeto y educación. Las carreteras que lo cruzan son de una calidad envidiable, diseñadas para integrarse al paisaje. El acceso es libre, pero regulado por la disponibilidad de parqueo. No hay vehículos fuera de lugar, ni basura, ni negocios invadiendo el entorno.

El turismo es masivo, pero silencioso. Los visitantes -de todas las edades y razas- caminan entre bosques frondosos, ríos cristalinos y cascadas poderosas por senderos impecables y señalizados. Los hay para todos los niveles: desde accesibles para sillas de ruedas y coches de bebé, hasta desafiantes para los más aventureros. Múltiples centros de información, integrados con sobriedad al paisaje, orientan al visitante, educan, y ofrecen materiales de lectura y actividades formativas.

Los encuentros con animales salvajes son frecuentes, pero casi nunca terminan en incidentes. Nadie se acerca, ni los molesta. La fauna convive con el visitante como si supiera que ese espacio les pertenece a ambos. La limpieza es absoluta; el respeto, palpable. La financiación proviene de donaciones, ventas de artesanías locales y material educativo, y del boyante turismo que se desarrolla alrededor del parque. La comunidad cuida el parque porque lo disfruta y le genera el sustento.

Qué contraste con nuestra realidad. Aquí, proteger significa prohibir. Se cierra el acceso a la naturaleza o se reduce a números ridículos y requisitos fastidiosos. Y lo que no se conoce ni se ama, se abandona.

Así, sin recursos para cuidarlos, nuestros parques terminan ocupados por mineros ilegales, contaminando ríos, taladores que deforestan sin piedad y grupos de criminales y secuestradores que encuentran refugio. Lo que se había logrado en la primera década de este siglo, se está acabando por desatención y descuido. Se pierde la educación ambiental que significa admirar y ver la naturaleza.

Si en vez de ilusos discursos que imaginan a América Latina convertida en Amazonía, aplicáramos un modelo real de conservación con acceso abierto y regulado, podríamos convertir nuestra biodiversidad en motor de educación, turismo y orgullo.

Médico oftalmólogo, especialista en cirugía vitreoretinal. Docente universitario, fue gestor y director de la Clínica de Oftalmología de Cali y es reconocido como pionero en Colombia en cirugía de catarata con lentes intraoculares y en retinopexia neumática.

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