Columnistas
La brutal Adolescencia
Nada más lejano de la brutal realidad que aborda la serie, cuyos realizadores han pedido, incluso, que sea material de educación en todos los colegios.

“Lo siento, hijo, debí haberlo hecho mejor”. La frase del padre que rompe en llanto, sobre la cama de su hijo asesino, es absolutamente desgarradora. Como lo es de principio a fin, la serie Adolescencia que, desde su estreno en Netflix, el 13 de marzo, ha sido vista por más de 65 millones de personas en el mundo.
Hay tanto por reflexionar en torno a esta obra cinematográfica de cuatro capítulos grabados en planos secuencia, que el buscador de Google arroja más de 102 millones de contenidos producidos sobre ella. Y resulta tan perturbadora como necesaria, para una sociedad cada vez más absorta y dependiente del consumo digital, incapaz de identificar las consecuencias nocivas y en ocasiones mortales, que pueden presentarse cuando no hay un filtro, cuando no se conversan los miedos, y cuando los odios y frustraciones son más fuertes que el valor sagrado de la vida.
Justo unos minutos antes del lamento angustioso del padre, él y su esposa se cuestionan sobre su responsabilidad en lo ocurrido con su hijo, que no dio señales anormales en su comportamiento: “estaba en su habitación, creímos que estaba a salvo”. Nada más lejano de la brutal realidad que aborda la serie, cuyos realizadores han pedido, incluso, que sea material de educación en todos los colegios.
Sin duda, debería serlo, tanto para padres, como educadores y, por supuesto, para adolescentes. Temas obligados como el acoso en clase, la burla en línea; la necesidad de aceptación y de ser escuchados son expuestos, uno tras otro, para explicar lo inexplicable: un crimen escolar que es una bofetada al sistema, a la mala educación, a la fragilidad de las relaciones, a la imposibilidad de admitir un rechazo.
También aparecen conceptos desconocidos por una gran mayoría, como los incels, en este caso señalados de vivir un celibato involuntario, a muy temprana edad; la manosfera o machosfera, integrada por misóginos en red, que promueven en mentes en formación una masculinidad tóxica; la ley del 80/20, que sostiene que al 80% de las mujeres les interesa solo el 20% de los hombres y los demás quedan condenados al desprecio; la hipergamia femenina, que se refiere a las mujeres que buscan solo a hombres notables o de éxito; los emoji como la píldora roja o el 100%, publicados en comentarios de Instagram, como parte de conversaciones cifradas para estigmatizar.
Nada puede justificar que un chico de 13 años asesine a una compañera de clase. Ni la burla reprochable, ni el que la víctima le haya dicho que no estaba tan desesperada como para salir con él, luego de que otro joven hubiese compartido fotos de sus senos a otros chicos de la clase, algo tan común que por desgracia pasa en muchos colegios. Y la serie lo expone con una asepsia absoluta, para no culpabilizar a la víctima, sino más bien retratar lo que ocurrió en el entorno y descifrar la crudeza en las motivaciones de Jamie. Es estremecedor verlo confrontarse, sentirse feo y estallar en furia cuando se le increpa para saber qué sintió frente a comentarios en sus publicaciones de Instagram.
Vivimos en una sociedad donde ser reconocidos es una necesidad, y en la que cada vez es más difícil admitir el fracaso; una sociedad que estigmatiza y se burla, en lugar de escuchar y abrazar, cuando un abrazo, un diálogo, podrían ser suficientes para evitar una muerte, y también una muerte en vida. Revirtamos estas sentencias con preguntas incómodas y necesarias, con menos pantallas y más conexiones reales, con menos prejuicios y más empatía, más humanidad. Quizás así empecemos a encontrar las respuestas, antes de tener que llorar al sentir que pudimos haberlo hecho mejor.
@pagope
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