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Honrar el camino

Me conmueve profundamente ser testigo de lo que empieza a pasar en la sociedad colombiana a raíz de la fuerte migración que hemos experimentado en los últimos años procedente de Venezuela.

12 de abril de 2024 Por: Ossiel Villada
Ossiel Villada

Soy lo que soy gracias al camino. Mi padre nunca leyó las letras de don Antonio Machado, pero cada paso que dio en su vida fue una materialización de lo que escribió el gran poeta sevillano: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar...”

Porque don José tuvo que partir un día de sus amadas montañas del viejo Caldas, acosado por las fauces de una violencia feroz que no le perdonaba tener ideas liberales, y como miles de campesinos más terminó buscando un futuro en las carreteras de este país.

El camino lo llevó primero a Bogotá, pero para mi fortuna don José no quiso quedarse en la Capital. El frío extremo, el paisaje grisáceo de un cielo sin sol y sobre todo la cultura cerrada de una ciudad agresiva con el recién llegado, le hicieron buscar un nuevo rumbo.

Fue entonces cuando, después de una travesía por las pequeñas ciudades del eje cafetero, llegó a la extensión fértil de este valle a las orillas del río Cauca. Las criaturas solares que habitaban esta tierra, siempre sonrientes, le dieron abrigo, confianza, un lugar dónde dormir, ‘café con pam’ y una oportunidad para hacer lo que había aprendido de sus ancestros: labrar la tierra en el día y rasguear las cuerdas de un tiple por las noches.

La economía de la gran hacienda le permitió primero recoger maíz en las tierras del norte, y después cortar caña entre Buga y Palmira. Y gracias a ella consiguió pronto los pesos suficientes para traer hasta aquí a su gran amor, mi madre, y sus dos primeros hijos.

Se instaló entonces en Cali, donde con pico, pala y barretón fue uno de los pioneros de esa gran gesta de la dignidad humana que es el Distrito de Aguablanca. Y fue allí, en Ulpiano, el viejo barrio que me vio nacer, donde encontró su lugar en el mundo para volver a echar raíces.

Soy lo que soy gracias al camino. Y recibí la bendición de nacer en esta Cali del alma gracias a que mi padre un día tuvo que ser migrante. Me considero fruto y testimonio del poder transformador que tiene el fenómeno migratorio. Por eso me conmueve profundamente ser testigo de lo que empieza a pasar en la sociedad colombiana a raíz de la fuerte migración que hemos experimentado en los últimos años procedente de Venezuela.

Hoy hay en nuestro territorio 2.864.796 personas migrantes venezolanas. En el Valle son poco más de 200.000 y solo en Cali suman 130.678.

Como era previsible, algunas de las presiones económicas y sociales que ya traíamos se hicieron más desafiantes con su llegada. Pero lo que hemos ganado supera ampliamente esos retos. Y en el proceso de acogerlos e integrarlos hemos hecho aún más grande el alma colombiana.

Nuestra economía, nuestra cultura, nuestra manera de entender el mundo, han empezado a enriquecerse con todas las ideas, saberes, sabores, tradiciones, el talento y la enorme alegría de nuestros hermanos venezolanos.

Y eso es lo que hemos registrado desde el 2023 en ‘Cali Incluyente’, iniciativa que adelantamos en El País gracias al Proyecto Integra de Usaid.

Queda mucho por hacer, especialmente para erradicar brotes de xenofobia que aún persisten, pero podemos decir que la mayoría de los colombianos ha optado por la solidaridad, la empatía y el respeto hacia quienes llegaron en busca de una nueva vida. Colombia, país que se construyó con la fuerza de migrantes como mi padre, ha decidido honrar el camino. Y el camino lo premiará.

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