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Confundir fallas de funcionamiento con defectos estructurales ha llevado a muchos a abrazar la verborrea revolucionaria...

Alberto Castro Zawadski
Alberto Castro Zawadski | Foto: El País.

10 de may de 2025, 03:17 a. m.

Actualizado el 10 de may de 2025, 03:17 a. m.

Siempre que alguien se lamenta de la inequidad, concluye que hay que cambiar el sistema. Una palabra poderosa, usada con una ligereza desconcertante.

Tras años de ensayo y error, de confrontación, de ideas y sacrificios, vivimos bajo un sistema que, aunque imperfecto, hemos construido colectivamente: democracia liberal y economía de mercado. El mismo modelo hacia el cual ha evolucionado buena parte del mundo civilizado, alcanzando niveles inéditos de prosperidad y libertad.

Claro que existen defectos: inequidad, pobreza extrema, corrupción, violencia. Pero estas no son consecuencia del sistema en sí, sino del mal uso de la libertad que este ofrece y de la incomprensión de sus principios.

Confundir fallas de funcionamiento con defectos estructurales ha llevado a muchos a abrazar la verborrea revolucionaria, esa que insiste en revolcarlo todo, arrasar con las instituciones imperfectas, destruir el aparato productivo y estatizar los servicios. El Estado -ese ente mágico que, por arte de burocracia, nos dará salud, educación, comida, vivienda y felicidad.

Y cuando el ‘iluminado’ de turno promete la utopía, entonces sí nos asustamos. Ahí es cuando recordamos que la democracia, con todo y sus defectos, vale oro. Y que la economía de mercado, con todas sus inequidades, sigue siendo el mejor generador de riqueza que ha conocido la humanidad. Porque cambiar el sistema no es limpiar la casa: es incendiarla.

Cambiar el sistema implica recorrer un camino ya muy transitado, uno que ha demostrado no llevar a la ansiada equidad, sino a la miseria repartida y a la concentración de poder y privilegios en unos pocos. Un camino que pocos desean recorrer, salvo quienes sueñan con instalarse en la cúpula y vivir del esfuerzo ajeno, recurriendo a la represión disfrazada de justicia social.

Si de verdad queremos reducir la pobreza y la desigualdad, dejemos de pedir sandeces. No hay que cambiar el sistema. Hay que cambiar la ignorancia, la pereza mental, el desprecio por el mérito.

Con educación en ética y controles reales se reduce la corrupción. Con educación en no-violencia se invalidan discursos armados. Con educación en ciencia, se reducen las fantasías y los mitos que nos llevan a creer en las soluciones milagrosas. Y todo se puede hacer con el sistema de libertad económica, diversidad de opiniones e instituciones que nos rige.

Médico oftalmólogo, especialista en cirugía vitreoretinal. Docente universitario, fue gestor y director de la Clínica de Oftalmología de Cali y es reconocido como pionero en Colombia en cirugía de catarata con lentes intraoculares y en retinopexia neumática.

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