Columnistas
El deterioro de la relación de pareja
Discusiones interminables, desinterés mutuo y un soterrado fastidio por el otro, siempre anteceden a las graves crisis de pareja.

Carlos E. Climent
Carlos E. Climent es médico de la Universidad del Valle y psiquiatra de la Universidad de Harvard. Durante30 años trabajó en el Departamento de Psiquiatría de la Universidad del Valle, y durante 20 se desempeñó como miembro del Panel de Expertos en Salud Mental de la Organización Mundial de la Salud.
28 de jul de 2024, 01:10 a. m.
Actualizado el 28 de jul de 2024, 01:10 a. m.
Que la mitad de las parejas terminan separadas, siendo que alguna vez decidieron unirse enamoradas es una triste realidad. Que la ilusión y la esperanza se empezaron a erosionar en algún momento y que nadie le prestó atención al deterioro, es una realidad aún más triste.
La pareja, en su lucha por la estabilidad, debe superar varios escollos:
Las fantasías y las ilusiones de los comienzos que ignoran dificultades, defectos, incompatibilidades, falencias y problemas. Las demandantes actividades de la etapa reproductiva y la crianza de los hijos con sus horarios extendidos, visitas a pediatras, enfermedades eruptivas, dificultades de adaptación escolar y las diversas ocupaciones de muchos padres. Finalmente, y no menos importante, el crecimiento profesional, social y económico que con frecuencia inicia el proceso de distanciamiento que ambos se encargan de justificar: “Me es imposible renunciar a los nuevos retos. Hay que hacer sacrificios” (Sin mencionar que es a costa de la relación de pareja).
Infortunadamente no todas las parejas tienen el grado de compromiso requerido para afrontar las dificultades y en consecuencia ignoran las señales del menoscabo:
*Se acabaron las manifestaciones de mutua consideración.
*Desaparecieron la ternura y los detalles.
*La intimidad era aceptada con desgano como un proceso mecánico desprovisto de pasión, para evitar reacciones agresivas o como un accidente bajo los efectos del alcohol.
*Pasan por alto que las conversaciones amables habían sido reemplazadas por discusiones interminables cada vez más agrias, en las cuales ninguna de las dos partes cedía un milímetro.
*No querían saber si la discusión había terminado por saturación, por sumisión o por quitarse al otro de encima.
*Sabían, pero se encargaron de ignorarlo olímpicamente, que llevaban mucho rato como dos extraños bajo el mismo techo.
*Les parecía muy normal y plenamente justificado que cada cual hiciera planes por separado.
*Ambos se daban cuenta que florecían en ausencia de su pareja y que ambos se marchitaban fastidiados cuando estaban juntos. En consecuencia, los planes de vacaciones, cuando ocurrían, eran sistemáticamente organizados en compañía de otras parejas. Pero no se preguntaron: “¿No te das cuenta que nunca más volvimos a hacer nada los dos solos?”
*Cualquier comentario, actitud o comportamiento del uno, le caía invariablemente mal al otro.
*Cualquier pretexto era bueno para prender una discusión.
*No volvieron espontáneamente a conceder la razón o ponerse en los zapatos del otro.
*Ninguno de los dos se daba por aludido, a pesar de la falta de claridad en la comunicación, la difícil convivencia, el resentimiento mutuo y lo mal que andaban.
Lo positivo es que siempre se puede hacer algo para evitar la destrucción de la relación de pareja, antes de que el desinterés llegue a un punto de no retorno. El asunto es estar atentos a las señales de deterioro que siempre aparecen.
Nota: Por vacaciones del autor, esta columna reaparecerá el domingo 18 de agosto.
Carlos E. Climent
Carlos E. Climent es médico de la Universidad del Valle y psiquiatra de la Universidad de Harvard. Durante30 años trabajó en el Departamento de Psiquiatría de la Universidad del Valle, y durante 20 se desempeñó como miembro del Panel de Expertos en Salud Mental de la Organización Mundial de la Salud.
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