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Cuando la IA nos hace menos inteligentes

Si no se usa con discernimiento, termina reemplazando el proceso de pensar, de sintetizar, de imaginar soluciones. Y sin pensamiento propio, la innovación se convierte en repetición eficiente.

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Luis Felipe Gómez Reestrepo.
Luis Felipe Gómez Restrepo. | Foto: El País.

13 de oct de 2025, 12:31 a. m.

Actualizado el 13 de oct de 2025, 12:31 a. m.

La inteligencia artificial generativa (IA) ha irrumpido con una fuerza arrolladora, transformando la economía, el trabajo y los modelos de productividad. Su potencial es enorme, pero también lo son sus riesgos. Uno de los más graves no es técnico, sino humano: la posibilidad de perder el pensamiento crítico que da sentido y dirección a toda innovación. Cuando una máquina ofrece respuestas inmediatas y bien estructuradas, sin que medie el esfuerzo de comprender, el ser humano deja de ejercitar las facultades que lo hacen verdaderamente inteligente: la reflexión, el juicio y la creatividad.

El progreso no consiste solo en automatizar tareas, sino en pensar mejor. Las empresas y organizaciones que sustituyan el análisis por la comodidad de las respuestas instantáneas corren el riesgo de empobrecer su capacidad estratégica. El verdadero valor agregado seguirá estando en quienes saben formular preguntas, conectar ideas y comprender los contextos. Si las decisiones se delegan a algoritmos sin una comprensión profunda de sus implicaciones, estaremos frente a un nuevo tipo de dependencia: la del pensamiento delegado.

Ya vemos señales preocupantes. La era digital ha debilitado la atención sostenida, la lectura analítica, la escritura argumentativa y el pensamiento profundo. En este escenario, la inteligencia artificial puede amplificar esas carencias. Si no se usa con discernimiento, termina reemplazando el proceso de pensar, de sintetizar, de imaginar soluciones. Y sin pensamiento propio, la innovación se convierte en repetición eficiente.

No son pocos los analistas que plantean tres riesgos mayores: que la IA caiga en manos malintencionadas y cause daños de gran escala; que logre autonomía y escape al control humano; o que la humanidad se vuelva dependiente de ella, renunciando al esfuerzo de razonar. Este último, silencioso y cotidiano, es el más peligroso: basta con el hábito de no pensar, de aceptar lo que una máquina dice, por qué lo dice bien.

El gran desafío no está en usar la IA, sino en usarla con propósito. Los líderes empresariales, educativos y públicos deberán aprender a distinguir entre lo que puede delegarse y lo que no. La estrategia, la ética, la visión de largo plazo y la sensibilidad humana no son automatizables. Una organización que renuncie a pensar se vuelve vulnerable, por más tecnología que posea.

El futuro no pertenecerá a quienes más usen la inteligencia artificial, sino a quienes sepan mantener viva la inteligencia natural. La tarea no es competir con las máquinas, sino asegurarnos de que sigan siendo nuestras aliadas y no nuestras sustitutas. Porque si dejamos de pensar, no será la IA la que nos reemplace: seremos nosotros quienes abandonemos la esencia de lo humano.

Rector de la Universidad Javeriana de Cali. Fue director del periódico Editorial La Patria S.A. Director Ejecutivo del Programa Paz de la Compañía de Jesús. Rector del colegio Berchmans de Cali. Presidente de Acodesi, Red de Colegios Jesuitas de Colombia. Profesor y Decano Académico de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Pontificia Universidad Javeriana. Desde el 2002 es columnista del periódico La Patria y actualmente de El País.

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