Columnista
Agitar no es gobernar
Colombia merece un gobierno que gobierne; no que solo proclame, que construya; no que incite violencia, que haga en lugar de victimizarse...

23 de may de 2025, 02:59 a. m.
Actualizado el 23 de may de 2025, 02:59 a. m.
El Gobierno parece ‘petrificado’ en la plaza pública, cambiando gestión por agitación. Sus energías buscan ahora encender el ‘poder popular’ en lugar de administrar el Estado. Para esto, ha privilegiado la movilización permanente y el discurso combativo, siguiendo la estela filosófica de Antonio Negri sobre la primacía del poder constituyente. El resultado es un país sumido en consignas, mentiras, populismo y polarización, pero con escasos avances concretos. Mucho ‘bla, bla, bla’ y pocos resultados.
Antonio Negri, filósofo italiano progresista, plantea que el verdadero poder democrático reside en el poder constituyente del pueblo por encima del poder constituido de las instituciones. En su obra, Negri describe el poder constituyente como un poder revolucionario que vence en la lucha. Esta idea otorga centralidad a la voluntad popular directa, a la soberanía de la gente movilizada, incluso al margen de las estructuras formales.
La filosofía negriana seduce con una promesa: el pueblo en las calles puede más que los despachos oficiales y que las propias instituciones. En ese marco se busca la descalificación, de la independencia de las ramas del poder público, de la autonomía del banco central, de los medios de comunicación o de las declaraciones del comité de regla fiscal.
Pero el mejor ejemplo es un jefe de Estado que sigue esa lógica. Cuando el Congreso le frena reformas, su respuesta no es negociar dentro de la institucionalidad o lograr consensos, sino apelar directamente al pueblo. Un ejemplo claro fue la reforma laboral. Tras su naufragio en el Senado, Petro anunció una consulta popular para que ‘el pueblo decida’. Ahora que es derrotado, vuelve y juega con otra consulta, así no sirva para mucho.
A la par de esa práctica de gobernar en la calle, Petro ha desplegado un discurso cargado de resentimiento y odio de clases. Sus intervenciones fustigan a las élites económicas y acusan a opositores. Cada diatriba incendia sus bases, pero también destruye puentes necesarios para la gobernabilidad. La apuesta por la movilización constante ha vaciado de contenido la acción de gobierno. Las grandes reformas se empantanaron, las coaliciones políticas se disolvieron, y los problemas reales se enfrentan más con discursos que soluciones.
La energía dedicada a la agitación ha sido proporcional al desgaste de su capacidad de gestión. Mientras tanto, acumulamos frustraciones, promesas incumplidas, y una sensación de parálisis.
Con este desgaste, en 2026 Colombia tendrá que decidir: persistir en la épica del discurso o girar hacia un modelo pragmático y orientado a resultados. No se trata de renunciar a los ideales de cambio social, sino de perseguirlos con menos retórica. Responder a la gente más con acciones que con saliva. Menos caudillos tribuneros y más estadistas gerentes.
La lección aprendida es que los liderazgos atrapados en la épica del pueblo movilizado pueden terminar inmovilizando un país entero. Colombia merece un gobierno que gobierne; no que solo proclame, que construya; no que incite violencia, que haga en lugar de victimizarse; que deje el odio y construya con amor; que ofrezca esperanza y no apocalipsis.
El desafío será elegir un futuro menos petrificado en consignas y más enfocado en hechos. Porque agitar no es gobernar, y los ciudadanos no comen de discursos rabiosos, necesitan resultados.
Economista, Magister de London School of Economics y Doctorado Universidad de Bath. Ex Rector de Universidad del Rosario, CESA Y Uniempresarial y hoy Rector Universidad EIA (Escuela Ingenieria de Antioquia). Ex Ministro de comercio, industria y turismo y Ex Ministro de Hacienda. Profesor e investigador universitario.