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Turismo y viajeros

En cada vez más partes del mundo el turismo se ha convertido en su más importante actividad económica, y en Cali comenzó a crecer ya hace unos años...

Benjamin Barney Caldas
Benjamin Barney Caldas | Foto: El País

Benjamin Barney Caldas

24 de abr de 2025, 03:22 a. m.

Actualizado el 24 de abr de 2025, 03:22 a. m.

Cali, una ciudad de servicios, tendría que incrementar el turismo, que es un importante generador de empleo e ingresos, y existe la posibilidad de que en buena parte lo sea de viajeros que llegan a la región atraídos por sus paisajes, climas y biodiversidad, una de las mayores del mundo; y no apenas el turismo convencional que viene de otras partes, sino el interno generado por sus propios habitantes y los del país. Además, es la segunda ciudad deseada en Colombia para convenciones y similares, después de Cartagena de Indias, pese a que no cuenta con las instalaciones requeridas en la ciudad, ya que el Centro de Eventos Valle del Pacífico en Yumbo está muy retirado.

Si bien el turismo masivo basado en las visitas guiadas a los cascos históricos tradicionales, al punto de que resulta invasivo para la vida cotidiana de los lugareños, igual que comienza a suceder en San Antonio en Cali, la realidad es que la ciudad apenas cuenta con unos pocos lugares coloniales a visitar, como el Conjunto de la Merced y la Plaza de San Francisco con su bella Torre Mudéjar, la colina de San Antonio con su capilla, el Mirador de Belalcázar y la hacienda Cañasgordas al sur de la ciudad, o se sale de paseo a otros lugares como a la hacienda Piedechinche, y su Museo de la caña de azúcar, o a la Casa de la Sierra en lo alto de la hacienda El Paraíso.

Aparte del turismo alrededor de la música y el baile populares, la ‘salsa’ de Cali, el que hay que regular para evitar el ruido ajeno y otras molestias, en el valle alto del río Cauca se practica el vuelo en parapente, el avistamiento de aves en el plan y las dos cordilleras, los recorridos por los bosques de niebla a ambos lados de la Cordillera Occidental, y en el Pacífico mismo por el mar. Y desde luego está el río Cauca, al que se debería devolver su navegación, pero ahora no apenas para el transporte de carga y pasajeros, sino también para el turismo y el deporte, y conectarlo con las lagunas de Aguablanca para la recreación de sus vecinos.

Para impulsar más todo lo anterior, solo falta concluir la red de carreteras de doble calzada del Departamento, y recuperar el ferrocarril, y así poder ir en pocas horas desde Cali a todas sus diferentes regiones y a las de los dos departamentos vecinos, y entender estos corredores viales como la prolongación del nuevo eje urbano y regional para Cali ya propuesto. Movilidad terrestre que mucho ayudaría a impulsar el turismo cultural, es decir, el de los viajeros a sus diversos paisajes tropicales, los que se extienden hacia el norte, hasta el nevado del Ruiz, y al sur a la ciudad colonial de Popayán, y por supuesto está el mar en Buenaventura.

Las ciudades de verdad están casi todas junto al agua y solo unas pocas en medio de las montañas y Cali podría tenerlas ambas, y por eso es fundamental que se entienda que lo que Cali y el Valle del Cauca necesitan no es ninguna ‘Arena del Río’, pues con la que pretenden hacer en Barranquilla es suficiente para el país y propia de ‘La Arenosa’. En cada vez más partes del mundo el turismo se ha convertido en su más importante actividad económica, y en Cali comenzó a crecer ya hace unos años, pero es preciso que se privilegie el de los viajeros que pueden encontrar aquí lo que no existe en otras partes y no lo que allá abunda en cantidad y calidad.

Benjamin Barney Caldas

Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle. Ha sido docente en Cali en Univalle, la San Buenaventura y la Javeriana, y en el Taller Internacional de Cartagena, de los Andes, y continua siéndolo en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en El País desde 1998.

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