Columnista

Por debajo del ruido

Mientras la política se enreda en su propio bullicio, Colombia avanza.

Álvaro Benedetti
Álvaro Benedetti | Foto: El País

23 de jun de 2025, 03:10 a. m.

Actualizado el 23 de jun de 2025, 03:10 a. m.

En la entrada de un taller metalmecánico, en una calle polvorienta de Yumbo, un hombre se limpia las manos con un trapo antes de hablar. Tiene 52 años, tres hijos y una pequeña empresa que sobrevive entre apagones, reformas que no llegan y una clientela fiel. Se llama Humberto y dice: “Aquí uno no espera que el gobierno resuelva. Aquí uno resuelve”.

En La Guajira, una ingeniera wayuu lidera con comunidades la instalación de paneles solares. No es un proyecto estatal ni internacional, sino una compañía colombiana que vio en la necesidad energética del extremo norte una oportunidad. Según XM, en 2024 la generación solar creció un 25 % frente al año anterior, y más del 70 % provino de iniciativas privadas.

Estas experiencias no ocupan los titulares, pero ocurren cada día. Mientras la política se enreda en su propio bullicio, Colombia avanza. No la de las cámaras, sino la de las decisiones en voz baja, en fincas, plantas de procesamiento, juntas de vecinos y talleres improvisados. Aquella que seduce con inventiva a un mercado cada vez más escéptico.

Una Colombia donde el Valle reconoce su potencial, aunque aún duda en creérselo; donde el Caribe ya no espera; donde el Eje Cafetero planifica sin micrófonos; y donde Antioquia, Nariño y Santander entienden que lo que no se siembre hoy, no se comercializará mañana. Es también la Colombia del turismo, a pesar de todo…

Desde el sector productivo -a menudo retratado como ajeno o abstracto- se alza otra voz. No es épica ni romántica. Es práctica, harta de ideologías, ávida de resultados. Repite: ‘el país tiene todo. Lo que falta es destrabarlo’. Y sabe, con resignación, que pocos en el partidor presidencial comprenden la urgencia ni lo que implica emprender en una nación de arengas más que de soluciones.

Destrabar no es solo reducir trámites, es entender que la diversidad territorial es una ventaja competitiva. Que el Pacífico puede ser un corredor clave para el comercio y la Amazonía, un laboratorio de bioeconomía. Y que la informalidad, que supera el 60 % y llega al 80 % en zonas como el Chocó o la Mojana, no se supera solo con normas, sino con crédito, confianza y presencia estatal. En muchos territorios, la precariedad dejó de ser noticia para volverse paisaje.

“El problema no es que falte talento. Es que no lo dejan jugar”, me advirtió una vez la gerente de una pyme tecnológica en Manizales que exporta software a Canadá desde hace cinco años. Comenzó con dos programadores; hoy son 42. Nunca ha recibido una visita oficial. Tampoco la espera. Pero ha aprendido que el Estado no puede ser omiso y que, para que procesos como el suyo se multipliquen, la articulación público-privada no es un lujo, es una condición de escala.

Hoy, desde la barrera, vuelvo a esas dinámicas recogidas a la sombra de un galpón o en casas que también son oficinas. Espacios donde no se discuten posturas políticas, pero sí formas de enfrentar entornos hostiles. He caminado esas rutas durante años, no como espectador, sino acompañando iniciativas que no aparecen en informes de gobierno ni en noticieros. Testimonios concretos y duros que enseñan más que muchos discursos sobre desarrollo.

Hay una Colombia que empezó hace décadas y que lo intenta todos los días. Silenciosa, pero obstinada. Produce sin subsidios, emprende sin salvadores, innova sin permisos. Esa es la historia que merece contarse, pero, sobre todo, ser entendida y respaldada. Lo que hoy parece excepcional, debería ser la norma. Y al final, este país no se transforma desde un escritorio, sino desde donde ya está cambiando: por debajo del ruido.

Consultor internacional, estructurador de proyectos y líder de la firma BAC Consulting. Analista político, profesor universitario.

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