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El ataque a Irán

El ataque liderado por Trump también buscó enviar un mensaje a potencias cercanas a Irán sobre la supremacía militar de Estados Unidos...

Mario Carvajal
Mario Carvajal | Foto: El País

25 de jun de 2025, 03:34 a. m.

Actualizado el 25 de jun de 2025, 03:34 a. m.

Este fin de semana, Estados Unidos lanzó un ataque contra las instalaciones nucleares de Fordow, Natanz e Isfahán. Según fuentes oficiales, el objetivo principal era destruir la capacidad de enriquecimiento de uranio de Irán y así reducir la amenaza nuclear que representa este Estado. Más allá del daño técnico -limitado, según diversos analistas-, la operación debe entenderse como parte de una lógica estratégica más profunda: la doctrina de “paz mediante la fuerza”. Promovida por presidentes como Eisenhower, Kennedy y Reagan, esta doctrina sostiene que un país puede garantizar la paz si mantiene una capacidad militar creíble que disuada a posibles agresores. Tiene raíces en la máxima del escritor romano Publio Flavio Vegecio Renato: si vis pacem, para bellum -“si quieres la paz, prepárate para la guerra”-. En ese marco, el ataque no solo fue una acción táctica, sino un mensaje geopolítico cuidadosamente calculado.

El ataque liderado por Trump también buscó enviar un mensaje a potencias cercanas a Irán -como Rusia, China y Corea del Norte- sobre la supremacía militar de Estados Unidos, cuyas fuerzas lograron penetrar el espacio aéreo iraní sin ser detectadas y ejecutar un ataque de alto impacto. La operación demuestra que a la actual administración no le temblará la mano para llevar a cabo acciones disuasorias, siempre que se ajusten al interés nacional de Washington. No obstante, la vía diplomática no ha sido descartada: el gobierno continúa presionando al régimen iraní para retomar las negociaciones. En este sentido, el ataque debe entenderse como un mecanismo adicional de presión en el marco de una estrategia más amplia.

Es importante destacar que el ataque estadounidense no desencadenó una escalada de violencia generalizada. Aunque algunos temían que Irán cerrara el estrecho de Ormuz, esto no se dio por dos razones. Primero, el cierre afectaría cerca del 20 % del mercado mundial de petróleo, en un contexto donde, según Niall Ferguson, ya existe una sobreoferta sustancial y en aumento. Segundo, esto perjudicaría al principal socio comercial de Teherán: China. Según una columna de Thomas Friedman en The New York Times, las ventas de petróleo a China representan hoy cerca del 6 % de la economía iraní y equivalen a aproximadamente la mitad de su gasto público. Sacrificar esos ingresos, incluso de manera temporal, no era una opción viable. Por ello, Irán optó por una respuesta limitada, que calmara a los sectores más radicales, sin provocar víctimas estadounidenses ni una escalada directa del conflicto.

Aun así, el escenario sigue siendo incierto. En los últimos días, tanto Trump como Israel han sugerido la necesidad de un cambio de régimen en Irán. Pero esa vía implica riesgos: como demuestran los casos de Irak, Libia y Siria, la caída de gobiernos autoritarios no garantiza transiciones democráticas; y puede, en cambio, abrir la puerta al caos o al ascenso de extremistas. Por este motivo, será clave analizar las acciones que deciden ejecutar los Estados Unidos e Israel, y cómo son interpretadas en Teherán. También será fundamental estudiar la posición de Rusia y China, aliados estratégicos de Irán, ante las actuales tensiones. Al fin y al cabo, Washington les ha enviado un mensaje claro: el gobierno de Trump responderá con contundencia ante lo que perciba como amenazas a su seguridad nacional provenientes de este bloque desestabilizador.

Internacionalista de la Universidad Javeriana, magister en Estudios Latinoamericanos de University of Oxford y candidato a la maestría en Economía Política Internacional del London School of Economics. Analista de política internacional.

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