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Parece un siglo
Donald Trump quiere dominar el mundo cabalgando sin el Congreso, sin las Cortes, sin los países aliados, sin las empresas, ni las instituciones.
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Se cumplió el primer mes de la posesión de Donald Trump, que desde el primer día empezó una carrera para cambiar el rumbo de la Presidencia americana. Cada día ha avanzado hacia esa meta, en su política interna y en las relaciones exteriores.
Donald Trump siempre sorprende. En su primera Presidencia se esperaba que fuera más drástico, pero al final de los cuatro años el país y las instituciones estaban prácticamente intactas. Las alianzas importantes y las diferentes agencias del Gobierno no cambiaron demasiado, la relación con el Congreso fue relativamente convencional, y los acuerdos comerciales y de seguridad no se modificaron. Esta vez, cuando muchos pensaban que Trump 2.0 sería más moderado, le ha dado una tremenda patada a la mesa.
Las sorpresas al interior del país llegaron rápido, empezando por la firma de decenas de decretos frente a la prensa, el mismo día de su investidura. Inmediatamente, quedó claro que mandaría sin el Congreso, necesario solo para aprobar un gabinete sin experiencia. Día a día golpea de muerte a decenas de agencias del Gobierno y emprende la intervención del sistema judicial. A su lado, con investidura de poder infinito, está el sudafricano Elon Musk, un controvertido donante multimillonario encargado de achicar el Gobierno. Trump hace y dice lo que quiere sin resistencia. Ni los demócratas, ni la calle, ni su propio partido han reaccionado. Trump es el rey de Washington.
Pero no es suficiente para el renovado Trump. En este primer mes le dio vuelta a la política exterior, en forma y en contenido. Su estilo, que no es nuevo, consiste en dividir y conquistar, acercándose a cada país de manera bilateral, armado de garrotes -en este caso la amenaza de aranceles- y forzando zanahorias de sus pares. El episodio con Colombia, al quinto día de su mandato, sirvió de advertencia para el resto del mundo, sobre lo que puede suceder si un gobierno no acata sus instrucciones. Esta táctica se repitió durante el viaje del canciller Marco Rubio a Centroamérica, donde cada parada tenía órdenes en un bolsillo, y castigos o premios en el otro. México y Canadá fueron blanco de la misma táctica. Trump quiere ser el rey del hemisferio.
El siguiente capítulo del expansionismo empezó con bombas mediáticas. Primero, anunció, con su sombrero de agente de bienes raíces, la intención de convertir a Gaza en un balneario, y enviar a los habitantes a Jordania y Egipto. En la misma semana, JD Vance, su vicepresidente, logró enojar a todo el continente europeo en un discurso donde intervino en las elecciones alemanas al mostrar su apoyo al partido de extrema derecha, asociado con los nazis. Como si fuera poco, se sentó con Putin en Arabia Saudí, sin Ucrania y sin Europa, para negociar el fin de la guerra. El postre, un ataque al valiente Zelenski, a quien llamó dictador. Queda pendiente el enemigo mayor: China, en la lista de esta semana.
Donald Trump quiere dominar el mundo cabalgando sin el Congreso, sin las Cortes, sin los países aliados, sin las empresas, ni las instituciones. Su arsenal consiste en un loco empresario, un gabinete leal, el silencio dentro y fuera, la amenaza de aranceles y sus mensajes en X, la red social de su temible Musk. De este huracán, dentro y fuera de Estados Unidos, surgen tres preguntas: ¿Por qué no tiene contrapeso, ni dentro ni fuera de Washington? ¿Cuál es su meta final, y qué tan profundas serán las consecuencias? A este paso, lo sabremos pronto.
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