Mamá María

*Monseñor Édgar de Jesús García Gil, obispo de Palmira

“He aquí la esclava del Señor, hágase en mí, según tu Palabra”. “La Palabra de Dios se hizo hombre”. “José, hijo de David, no temas aceptar a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella proviene del Espíritu Santo”.

Jesús, el Hijo de Dios, quiso tener mamá y papá jóvenes, porque este invento maravilloso de la familia con capacidad de engendrar, cuidar y hacer crecer a sus hijos, él lo quería experimentar en su generosa propuesta de hacerse hombre como nosotros.

Quiso tener una mamá que le dijo sí a la vida y durante los nueve meses de gestación Jesús experimentó la cercanía del corazón de María, quien lo alimentó con su amor tierno y le permitió formarse con su carne y con su sangre. Siempre la maternidad es una grandiosa realización de la mujer

Quiso tener mamá y papá para ser alimentado, abrazado y mimado por sus padres, quienes no tuvieron miedos al futuro de la humanidad, sino confiados en la voluntad de Dios y en sus propios recursos, se enfrentaron a todos los retos del momento, incluyendo su desplazamiento a Egipto, durante la persecución de Herodes que quería matar al Niño Jesús.

Quiso tener mamá y papá para orar con ellos y cumplir los compromisos religiosos de una familia judía. Ir cada año a celebrar la Pascua judía al templo de Jerusalén. “Y a los doce años el niño se quedó en Jerusalén sin que sus padres lo supieran. Después de tres días de búsqueda lo encontraron en el templo. ‘¡Hijo! ¿Por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos buscado con angustia’. Entonces volvió con ellos a Nazaret y les obedecía en todo”.

La tradición nos dice que José, el padre de Jesús, murió. Pero Jesús siguió acompañado de su familia, es decir, de mamá María y sus parientes más cercanos.

Cuando llegó el momento de su manifestación como Mesías, Jesús salió de Nazaret y su primer milagro fue en las bodas de Caná donde María intercedió para que Jesús convirtiera el agua en vino.

Sin invadir los espacios de Jesús, María seguía presente en su recorrido misionero, apoyándolo con sus palabras y su hermosa presencia. Y finalmente la vemos al pie de la cruz como la mujer valiente que con su amor fortalece la decisión de su Hijo de dar la vida por nosotros en el sacrificio de la cruz.

Y ella lo recibe en su seno cuando bajaron el cuerpo muerto de Jesús para llevarlo a la sepultura. “He ahí a tu madre. He ahí a tu hijo”.