Editorial
La paz de Buenaventura
Treinta días es poco tiempo para demostrar que existe la voluntad verdadera de esos grupos para ponerle punto final a la violencia.
Ningún esfuerzo se puede ahorrar en el propósito de devolverle a Buenaventura la tranquilidad y a sus habitantes una ciudad segura y en paz. En ese sentido cobra importancia la tregua por 30 días pactada entre Shottas y Espartanos, las dos bandas delincuenciales que desde hace años son el azote del distrito portuario. Que ese acuerdo alcanzado sea permanente y se desarticulen los grupos dedicados al crimen tiene que ser el resultado definitivo de los diálogos que se adelantan.
Shottas y Espartanos son los responsables de la mayoría de los delitos que se cometen en la principal ciudad colombiana sobre el litoral Pacífico. Entre otros, son el azote de los comerciantes, a quienes extorsionan o asesinan si no cumplen con las cuotas impuestas; sectorizaron la ciudad en territorios con fronteras invisibles que no se pueden traspasar, a riesgo de convertirse en víctima mortal; su arma más peligrosa es el miedo, que ha llevado a dejar barrios enteros desiertos, a desplazamientos masivos o a que a los jóvenes no les quede más opción que unirse a ellos.
Y está la disputa permanente entre las dos bandas enemigas, origen de la mayoría de los hechos violentos en el puerto, así como de las decenas de muertos que se cuentan tras sus disputas encarnizadas. Poco importa que sus líderes estén encarcelados, porque las estructuras delincuencias funcionan solas mientras crecen a la par de la falta de oportunidades, de la indiferencia del Estado y de la corrupción que ha impedido el progreso local.
Se deben reconocer los esfuerzos adelantados desde diferentes frentes para trabajar en la pacificación de Buenaventura. La labor de la Iglesia Católica, reflejada en el acompañamiento permanente a sus habitantes y en el liderazgo asumido para que sus voces sean escuchadas, así como el trabajo esforzado de diversos estamentos de la sociedad, han sido fundamentales para abrir los canales del diálogo que hoy llevan de nuevo a pactar una tregua.
Es, sin embargo, apenas un paso en el camino que se prevé largo y plagado de baches. No basta con que cesen los enfrentamientos entre Shottas y Espartanos. La prioridad es que se comprometan a cesar cualquier actividad criminal y, en primer lugar, a respetar la vida de los bonaverenses, a garantizar su tranquilidad, lo cual incluye que no extorsionen, no secuestren, no maten más.
Treinta días es poco tiempo para demostrar que existe la voluntad verdadera de esos grupos para ponerle punto final a la violencia. Y no se puede olvidar que las dos bandas delincuenciales no son el único problema que afecta la seguridad de la ciudad portuaria, donde confluyen organizaciones del narcotráfico, guerrilla y disidencias, entre otros.
Está, además, ese largo olvido que pesa sobre Buenaventura y su gente, por el cual se les han negado las oportunidades de progreso y desarrollo, no obstante tener el principal puerto de la nación o contar con la mayor riqueza en recursos naturales. Junto con los esfuerzos que se adelantan para detener el crimen y devolver la paz, se tienen que abrir las posibilidades para que su población pueda vivir mejor.