Columnista
La memoria
Según datos de los CDC en Estados Unidos, el 11 % de los adultos desde los 45 años ya reporta deterioro cognitivo subjetivo.

27 de may de 2025, 03:00 a. m.
Actualizado el 27 de may de 2025, 03:00 a. m.
La memoria es mucho más que la capacidad de recordar fechas, nombres o contraseñas. Es un proceso complejo y vital que define lo que somos. Gracias a ella podemos aprender, tomar decisiones, construir vínculos y sostener una historia personal que da continuidad y sentido a nuestra existencia. Sin memoria, simplemente no habría identidad. No sabríamos quiénes somos, ni reconoceríamos a quienes amamos. La vida se fragmentaría en instantes sueltos, sin pasado ni aprendizaje.
Desde el punto de vista científico, la memoria es la capacidad del cerebro para codificar, almacenar y recuperar información. Se compone de distintos tipos: la memoria de corto plazo, que nos permite manejar información inmediata; y la memoria de largo plazo, que guarda conocimientos, habilidades y experiencias. Dentro de esta última, hay memorias declarativas (como recordar una receta o una fecha) y otras implícitas (como montar bicicleta). Todas trabajan juntas para permitirnos funcionar cada día.
Su importancia en la vida ha sido ampliamente documentada por la ciencia. Estudios como los de Eric Kandel, ganador del Nobel en 2000, demostraron que el aprendizaje y la memoria se forman a través de cambios físicos en las conexiones neuronales. Además, investigaciones actuales han ampliado el concepto, mostrando que la memoria incluso influye en otros sistemas del cuerpo como el inmunológico, que ‘recuerda’ infecciones pasadas para defendernos mejor en el futuro.
Pero así como la memoria es esencial, también es frágil. Su deterioro puede deberse a causas neurológicas (como el Alzheimer o los accidentes cerebrovasculares), psicológicas (como la depresión o el estrés crónico) o relacionadas con el estilo de vida: la falta de sueño, el sedentarismo, la mala alimentación o el abuso de sustancias.
La pérdida de memoria no es un fenómeno exclusivo de la vejez, aunque es más frecuente en edades avanzadas. Según datos de los CDC en Estados Unidos, el 11 % de los adultos desde los 45 años ya reporta deterioro cognitivo subjetivo. A partir de los 65 años, cerca del 10 % sufre demencia y hasta un 22 % presenta algún tipo de afectación de la memoria. Y en mayores de 85 años, ese número puede llegar al 32 %.
La buena noticia es que la memoria se puede cuidar. Dormir bien, hacer ejercicio, alimentarse saludablemente, evitar el estrés crónico, mantener una vida social activa y entrenar el cerebro con actividades que desafíen la mente (como aprender un idioma o resolver acertijos) son estrategias efectivas y respaldadas por la ciencia.
Al final, la memoria no solo es una función del cerebro. Es un puente entre lo vivido y lo que está por venir. Es la raíz de nuestros vínculos y el mapa que orienta nuestras decisiones. Cuidarla es cuidarnos a nosotros mismos. Y quizás, al mirar hacia atrás y recordar con gratitud lo vivido, estemos sembrando también la claridad con la que deseamos envejecer.