Columnista
Inventos de hoy
Hace cuatro años, un colombiano residente en Florida, inventó una tabla para ‘nadar’ sin saber nadar, propulsada por un motor que permite a cualquiera ‘avanzar’ en el agua.

29 de may de 2025, 03:06 a. m.
Actualizado el 29 de may de 2025, 03:06 a. m.
Con la inteligencia artificial tienes la posibilidad de poner a dialogar a Bolívar con Napoleón, y a tus padres ya difuntos a tirarse piedritas, otra vez, en algún río de la memoria.
Estados Unidos, China, Alemania y Japón, son las naciones que anualmente reciben un mayor número de ofertas para patentar nuevos inventos, la mayoría de ellos, adminículos innecesarios creados por algún genio de garaje en trance de Alba Edinson.
Desde que se supo que la Coca-Cola fue ‘craneada’ en un garaje, así como la tapa de seguridad para medicamentos, el radio de ducha y el pequeño robot-aspiradora, son miles los jubilados, estudiantes de ciencias e innovadores, que desean dejar su nombre en la galería de los famosos.
Hace cuatro años, un colombiano residente en Florida, inventó una tabla para ‘nadar’ sin saber nadar, propulsada por un motor que permite a cualquiera ‘avanzar’ en el agua. El invento se llama ‘Aqua Tow’. El colombiano inventor lo alquila para los grandes hoteles del Caribe.
De otro lado, los inventos que ofertan anualmente los catálogos de las tiendas en Norteamérica, hacen pensar que los inventores, en ausencia de algo útil para crear, han caído en una auténtica ‘locha’ donde convierten lo obvio e innecesario en artículo de consumo.
Recientemente descubrí algo que me dejó perplejo: un pequeño radar, juguete de pescadores, para identificar en el mar, lago o río, el lugar donde están los peces; me preguntaba si el placer del pescador no es precisamente ese de esperar a tientas la sorpresa del agua, el no saber qué delicia depara un anzuelo tirado al azar en la corriente de un río; en este mundo de guitarras con canciones pregrabadas, no debería sorprenderme algo como el radar de marras, pero tengo la firme convicción que el teclado de piano enrollable, cual cinta de caucho, los telefonitos que tocan canciones cursis, el desesperante chachachá de las llamadas en espera, los pregrabados telefónicos de las empresas, con opciones, que han desplazado al “sí, mi amor”, de las secretarias colombianas, el sushi congelado, la sopa de lentejas ídem, las pizzas de cartón, el puré artificial, el salmón criado en piscinas, el marrano dietético, el agua embotellada, los zapatos para bailar con los pasos marcados, la proliferación de falsos profetas, la guillotina de mano para partir huevos duros, las almohadas de cuello para recostar la cabeza en los aviones, -¡los cubiertos plásticos de los aviones!, ah, tiempos aquellos cuando en los vuelos servían comida de verdad y una botella de buen vino- y la banalización, en general, de la vida cotidiana, nos están llevando, en alas de un forzado ‘posmodernismo’, a una de las etapas de estupidización más notorias de la condición humana.
El mundo es cierto, hace mucho tiempo que perdió sandunga, sabor, chispa verdadera, y es por ello que, en un acto de desobediencia civil, me niego a consumir fríjoles de lata; el fríjol hay que dejarlo en agua para que ablande. Me niego igualmente a abrir paraguas automáticos; el paraguas hay que abrirlo con una ligera elongación de mano, a la altura del arco superciliar, para que la atmósfera –y la lluvia- archiven momentáneamente ese gesto antiguo. Si abolimos las costumbres, no tendremos historia.
Tengo un amigo paisa en Estados Unidos, que desde hace seis veranos dice que no es rico porque no quiere; trabaja incesantemente en su garaje, en lo que considera será la sensación de este país cuando lo muestre: un colchón sonoro; o sea, un colchón con iPad; “les juro que esto será un machete”, dice, y lo animo a terminar su obra, la que ya nadie podrá duplicar, pues está debidamente registrada en la oficina de patentes.
La decadencia es también inspiradora de mentes ociosas; de golpe al paisa le suena la flauta.
Medardo Arias Satizábal, periodista, novelista, poeta. En 1982 recibió el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en la categoría Mejor Investigación. En tres ocasiones fue honrado con el Premio Alfonso Bonilla Aragón de la Alcaldía de Cali. Es Premio Nacional de Poesía de la Universidad de Antioquia, 1987, y en 2017 recibió el Premio Internacional de Literaturas Africanas en Madrid, España.