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La culpa no está en las estrellas

En mayor o menor medida, todos los colombianos tenemos alguna responsabilidad en lo que le sucedió a Miguel Uribe.

Mario Carvajal
Mario Carvajal | Foto: El País

11 de jun de 2025, 03:01 a. m.

Actualizado el 11 de jun de 2025, 03:01 a. m.

“La culpa, querido Brutus no está en nuestras estrellas, sino en nosotros mismos”. Esta frase icónica de Shakespeare bien podría describir lo que ocurrió este fin de semana en Colombia. Miguel Uribe Turbay actualmente se debate entre la vida y la muerte tras un ataque brutal en Bogotá. Este hecho ha conmocionado al país y no puede —no debe— ser visto como un episodio aislado, como algo impredecible. Fue, en cambio, el resultado de un clima político que lleva años incubando odio.

De una política que dejó de ver al otro como adversario y empezó a tratarlo como enemigo. Un debate público que reemplazó el disenso por el insulto. Una conversación nacional contaminada por redes sociales donde la rabia, la radicalización y la deshumanización del otro se premian. Por medios que no hicieron el contrapeso suficiente y amplificaron a las voces más estridentes. Y también por ciudadanos que caímos en la trampa de este espectáculo.

En mayor o menor medida, todos los colombianos tenemos alguna responsabilidad en lo que le sucedió a Miguel Uribe.

Ahora bien, como dice un conocido refrán estadounidense, “el pez se pudre por la cabeza”. Es decir, quienes están en posiciones de liderazgo, quienes ostentan el megáfono más potente, deben dar ejemplo. De lo contrario, su accionar erróneo permeará a toda la sociedad y generará consecuencias indeseables. Eso es exactamente lo que ha ocurrido con el presidente Gustavo Petro.

En repetidas ocasiones, el Presidente —quien tiene a su alcance el micrófono más poderoso del país— ha tildado a sus opositores de esclavistas, nazis, enemigos e ignorantes, y otros calificativos diseñados para dividir a Colombia en dos bandos: los ‘buenos’, que piensan como él, y los ‘malos’, que se oponen. El disenso, elemento fundamental de la democracia, pasó a verse como una traición. Como una ofensa personal al líder y el cambio que él promulga. Como una injuria al Gobierno.

Y cuando algunos llamaron a la cordura, a elevar el debate y a evitar los odios, se les tachó de tibios. De no tener carácter. De no ser lo suficientemente radicales. Se normalizó el corrimiento de las líneas éticas como estrategia política. Se buscó ‘quemar’ candidatos para obtener réditos electorales. Se aceptó el lenguaje del madrazo —desde ambos extremos del espectro político— como una forma válida de hacer política, de generar emociones, de atraer aplausos.

El miedo y las emociones intensas generadas por estos discursos fueron aprovechadas por políticos y figuras populistas —de derecha e izquierda— para dividir a la sociedad y cosechar votos. Y nosotros, los ciudadanos, fuimos partícipes de ese juego. Elegimos a esos líderes. Les dimos tribuna. Permitimos la degradación de la conversación pública.

Por eso, el atentado contra Miguel Uribe Turbay —un hecho profundamente lamentable y una amenaza directa contra la democracia colombiana— no tiene su origen en las estrellas. Tiene su origen en nosotros. En haber permitido que esto llegara tan lejos. En no haber frenado a tiempo. En haber elegido a quienes agitaron el odio. En haber normalizado lo inaceptable.

Que este sea un punto de inflexión. Que la ciudadanía, y sus líderes, reaccionen y moderen su lenguaje. Que volvamos a entender que pensar diferente es parte del juego democrático y no una afrenta. Que asumamos la responsabilidad de ser cuidadosos con nuestras palabras y nuestras acciones. Que no esté escrito en las estrellas que fuimos incapaces de estar a la altura del momento.

Internacionalista de la Universidad Javeriana, magister en Estudios Latinoamericanos de University of Oxford y candidato a la maestría en Economía Política Internacional del London School of Economics. Analista de política internacional.

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